El título nos lo indica: sucedió hace treinta años, cuando la forma de vivir y asumir la vida -y la muerte- era distinta a la de nuestros días.

Un joven actor, el más destacado de su generación, está en Xalapa para interpretar una obra sobre el escritor Yukio Mishima, bajo la dirección de uno de los más importantes creadores de la vanguardia de esos años. El recorrido del actor por la tragedia del escritor japonés va en paralelo con la propia: Junio tiene VIH y será su estancia en la ciudad veracruzana la que detone todos sus demonios, instintos y deseos, mientras convive con su amiga trans, Venus, con el exigente director y con los hombres de la ciudad. La pulsión de muerte y la pulsión de vida como una misma, sobre el escenario, sobre las calles xalapeñas.

Escrita a partir de las memorias del actor Alejandro Reyes, Junio en el ’93 es uno de los éxitos más sonados y recientes del teatro mexicano. Un texto de Luis Mario Moncada dirigido por Martín Acosta -dos creadores que, al igual que Reza, irrumpieron con fuerza en la escena de aquellos años noventa- que se ocupa, a través de un montaje íntimo y poderoso, de evocar cómo era el vivir con VIH tres décadas atrás y cómo esa pandemia se vivió dentro del ámbito del teatro. Para eso, ficción y documento se dan la mano, aunque es éste último el que prevalece. Los nombres de los personajes son otros, sí, pero lo que les sucede en escena es lo que les sucedió en la vida.

Moncada y Acosta lo saben y en su obra no hacen más que rendir un tributo a la vida y obra de Alejandro Reyes, al mítico montaje de Mishima de Abraham Oceransky y, por supuesto, a una época en la que el VIH era visto y vivido desde un ángulo muy distinto al de hoy en día.

Junio en el ’93 se beneficia de estupendos actores: Baruch Valdés, Miguel Jiménez, Medín Villatoro y Mel Fuentes, actriz que ha resultado toda una revelación y que, por fortuna, ha aprovechado los elogios hacia su trabajo para continuar explorando y experimentando sobre la escena, tal como lo hace con el monólogo Blanco Fácil, en el cual dirige a Santiago Salazar, autor del texto en el que comparte los momentos más relevantes con respecto a su transición y su búsqueda constante no por ser un hombre, no por ser una persona trans, sino simplemente ser en este mundo. El documento se expresa de primera mano, sin intermediarios: Santiago ha escrito su historia para compartirla frente al público y éste revive con él, desde la convención teatral, sus andanzas.

En esta estela de historias trans, destaca en nuestra Cartelera de Teatro el retorno de Orlando y Mikael: Los arrepentidos, una obra que tuvo que ser primero un documental televisivo en el que los protagonistas reales tomaron la palabra, para luego subir al escenario con dos actores. Hace 10 años, la obra fue escenificada en México por Sebastián Sánchez Amunátegui, quien entonces dirigió a Margarita Sanz y Alejandro Calva, dos referentes de la actuación en nuestro país.

Una década más tarde, el director retoma el montaje, pero ahora con una diferencia fundamental en su concepto: Orlando y Mikael son incorporados por cuatro actrices trans, cuatro mujeres que conocen los encantos y demonios de la transición y, sobre todo, de la búsqueda de ser en la vida quien realmente se desea ser. Actualmente Roshell Terranova, Dana Karvelas, Libertad Palomo y Terry Holiday interpretan esta obra que, más que testimonial, resulta confesional, íntima.

No es gratuito el que la actual cartelera esté plena de obras que abordan la diversidad y la disidencia sexual y afectiva. Dentro y fuera del escenario hay una conciencia y una lucha cada vez más apasionadas y visibles para poner en su justo sitio los derechos y el respeto hacia la comunidad LGBTQA+ y, con ello, eliminar todas las fobias que social y políticamente se han impuesto en contra de la diferencia.

Aunque, hay que decirlo, si bien en nuestro tiempo vemos una proliferación de propuestas que rescatan el testimonio y el documento para dar a conocer algunas de tantas historias cotidianas a las que se enfrenta la población LGBTQ+.

A lo largo de nuestra historia teatral ha habido notables ejemplos de éstas obras, como Y sin embargo se mueve, el espectáculo en el que José Antonio Alcaráz y un elenco que incluía a Tito Vasconcelos -quien a lo largo de su impecable trayectoria ha abordado el documento, el archivo y el testimonio desde la trinchera cabaretera- daban cuenta, en primera persona, de lo que era ser homosexual en el México -y en el Distrito Federal- de 1980.

Obras escenificadas y celebradas en nuestro país como Un corazón normal de Larry Kraemer, bajo la dirección de Ricardo Ramírez Carnero, Yo soy mi propia esposa de Dough Wright, uno de los puntos más altos de la trayectoria actoral de Héctor Bonilla.

O bien, obras que actualmente están en cartelera como Todo mundo habla de Jamie o Noche de reinas son obras que parten del documento y, aunque se cuele algo de ficción en sus diálogos o en sus situaciones, impera la conciencia de que eso que está sobre el escenario sucedió tal vez hace varias décadas o quizá hace no muchos años, pero sucedió y puede encontrar su evocación más justa sobre las tablas.

Por Enrique Saavedra, Fotos: Cortesía

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