Será porque en sus obras parece que nunca pasa nada, pero pasa todo. La vida, principalmente. O será porque uno no sabe si, como él mismo decía, las suyas son comedias desternillantes o, como sucede con la mayoría de los montajes que se hacen de sus textos, resultan tragedias cotidianas que invitan a pensar en que desde hace muchos años el mundo está desolado. El caso es que en México, amén de la fuerte presencia e influencia de autores clásicos como William Shakespeare o Samuel Beckett, en nuestra Cartelera de Teatro lo que predomina son los textos y la referencia de Antón Pávlovich Chéjov.

En los últimos meses, el médico, narrador y dramaturgo ruso ha estado muy activo gracias a montajes como el de la Compañía Nacional de Teatro, Ya no hay bosque de niebla, una dramaturgia de Luis Mario Moncada a partir de Tío Vania. Aunque, a decir verdad, su actividad durante el nuevo siglo ha sido muy visible y ha involucrado a diversos creadores teatrales y, sobre todo, a una vasta legión de espectadores.

Para muestra, los dos montajes de La gaviota que actualmente suceden: el que se presenta en el Foro Lucerna, con la adaptación y dirección de Cristian Magaloni protagonizado por Margarita Sanz, Boris Schoemann, Roberto Beck, Assira Abatte y Pablo Perroni y, aunque se trata de una versión académica, es anunciada para el público la temporada de la versión escrita por Diego del Río, que será dirigida por Mauricio García Lozano, quien actuó cuando del Río dirigió esa versión en el Foro Shakespeare, en 2015, con la actuación estelar de Blanca Guerra, Odiseo Bichir, José Sampedro y Paulette Hernández.

La propia Blanca Guerra ya había protagonizado La gaviota en 2002, bajo la versión y dirección de Iona Weissberg, acompañada por Miguel Ángel Ferriz, Irene Azuela y Óscar Uriel, quien desde 2013 y hasta 2019 produjo el Proyecto Chéjov, con las cuatro obras mayores del dramaturgo, tres de ellas dirigidas por Del Río y una más por Angélica Rogel.

La primera obra de ese proyecto fue Tío Vania, en la que Diego del Río rindió un tributo a la versión del dramaturgo David Mamet y el director André Grégory -la cual quedó filmada, para el disfrute universal, como Vanya en Calle 42 de Louis Mallé– con su montaje protagonizado por Víctor Huggo Martín, Gabriela de la Garza, Moisés Arizmendi, Adriana Llabrés y Fernando Becerril.

Dicha puesta en escena sucedió apenas meses después de que se estrenó, en la UNAM, el montaje de David Olguín, quien utilizó la traducción de su maestro Ludwik Margules para rendirle un homenaje a él y a la mítica puesta en escena que él realizó en 1972 -con Alejandro Aura, Julieta Egurrola, Mabel Martín y Hugo Gutiérrez Vega-. Así como el montaje de Margules inspiró a una nueva generación, el de Olguín hizo lo propio y aún resuenan en el Foro Sor Juana y en el Teatro El Milagro las actuaciones de Arturo Ríos, Laura Almela, David Hevia, Esmirna Barrios y Mauricio Davison, que cimbraban a los espectadores al reflejar en escena algo muy simple: el apocalipsis del ser humano.

Bajo la adaptación y dirección de Angélica Rogel, El jardín de los cerezos se estrenó en el Foro Shakespeare en 2017, con Blanca Guerra, Carlos Aragón, Adriana Llabrés y Ana Beatriz Martínez. Previamente, en 2011, Luis de Tavira puso en escena su propia versión, la cual se convirtió en la primera producción de la reestructurada Compañía Nacional de Teatro en estrenar en el Palacio de Bellas Artes, con Julieta Egurrola y Luis Rábago encabezando el elenco e interpretando a dos hermanos que se reúnen con sus familias para atestiguar la pérdida de su casa, su patrimonio.

La última obra del Proyecto Chéjov de Oscar Uriel, nuevamente en dirección de Diego del Río, fue Las tres hermanas en 2018. Emma Dib, Arcelia Ramírez y Maya Zapata interpretaron a las mujeres ansiosas por volver a Moscú mientras poco a poco ven destruirse su casa y su familia. Anteriormente, en 2004, David Hevia dirigió su propia versión, Hermanas, interpretadas por Arianne Pellicer, Irela de Villers y Edwarda Gurrola.

Aunque falta por explorar en la escena mexicana varias obras suyas, hay otras como el monólogo breve Sobre el daño que causa el tabaco, que ha sido caballito de batalla de varias agrupaciones teatrales y que durante más de cuarenta años fue escenificado por el primer actor Héctor Bonilla. Incluso durante la pandemia, el recordado histrión presentó la pieza a través del streaming. Recientemente, el actor Oscar Leonardo Yoldi rinde homenaje a su padre, el actor Oscar Yoldi, con una versión del monólogo dirigida por Guadalupe Alonso y Rodrigo Johnson, la cual fue gestada en Tijuana y recientemente presentada en la Ciudad de México, en el Teatro La Capilla.

Pero, ¿por qué Chéjov? ¿Qué tiene este autor ruso del que nos separa una considerable distancia temporal y espacial? ¿Por qué vemos a cada rato un Chéjov o una obra basada en sus textos, en sus personajes, en sus situaciones? Simón Franco, dramaturgista de la Compañía Nacional de Teatro, aventura algunos apuntes al respecto:

En efecto, Chéjov es un autor que en México se ha montado más que Strindberg o Ibsen, que son autores con los que se les compara bastante. Y siento que eso tiene que ver con que, durante el siglo pasado, la realidad de México se parecía bastante a la realidad de las obras de Chéjov: era un mundo a medio camino entre el campo y la ciudad, con una tensión ante la irrupción de la modernidad en las grandes urbes, pero no en todos los lugares: hay un cruce de personas de ambos mundos y eso hace espejo con la realidad de nuestro país. Y en los últimos años del teatro mexicano, hace mucho eco no solamente con México, sino con la época: hay algo de sus personajes que hace eco con muchos de los problemas actuales, pues son personajes depresivos, narcisistas o frustrados, hay algo con los malestares que se viven en esta época sobreestimulada, que al ir a una velocidad increíble crean un vacío que se parece mucho a los problemas de esa época, que si bien entonces no había estos problemas, si era el final del siglo XIX y los cambios producían un vacío similar“.

Otras propuestas que en los últimos años se han escenificado a partir de los textos de Chéjov son: Afterplay del irlandés Brian Friel dirigida por Ignacio Escárcega, con Mónica Dionne y Rodolfo Arias, una pieza que imagina el encuentro entre Sonia de Tío Vania y André de Las tres hermanas en un café de Moscú. Posteriormente, el mismo equipo presentó, El juego de Yalta, una adaptación de Friel del cuento La dama del perrito. A partir de otro cuento, El beso, Alonso Ruizpalacios creó en 2012 un espectáculo vibrante en el que relato, metateatralidad, metaliteratura, música y besos de los actores a algunos espectadores, se unían para lograr una experiencia memorable.

Otros ejemplos son Éramos tres hermanas, la versión de José Sanchis Sinisterra en la que Olga, Masha e Irina narran, desde la vejez, los acontecimientos ocurridos en Las tres hermanas. El creador español dirigió a las primeras actrices Ana Ofelia Murguía, Martha Verduzco y Martha Aura; Corridos chejovianos, una adaptación de las obras El oso y Petición de mano ubicadas en el norte del país, con un divertido texto de Jéssica Canales y la dirección de Cristian Magaloni, con Roberto Beck y Assira Abate; Villa dolorosa, tres cumpleaños frustrados de la alemana Rebekka Kricheldorf en adaptación y dirección de Silvia Ortega Vetoretti, que es una versión de Las tres hermanas.

En un formato más comercial se estrenó Los guajolotes salvajes del comediógrafo estadounidense Christopher Durang, cuyo título original Vanya, Sonia, Masha and Spike deja en claro que se trata de un juego con tres personajes chejovianos que viven situaciones igualmente chejovianas. Era muy interesante ver a actores como Margarita Gralia, Raquel Garza y Roberto Blandón entrarle, desde la comedia, a un conflicto de apatía, frustración y egoísmo propio de Chéjov.

Quizá la más lograda apuesta por trasladar el universo de Chéjov a un texto mexicano es la comedia Vine a Rusia porque me dijeron que acá vivía un tal Antón Chéjov, creación colectiva de la compañía Eutheria Teatro bajo la dirección de Luis Ángel Gómez, con la dramaturgia de la actriz y dramaturga Talia Yael, quien a varios años de distancia, celebra seguir revisitanto a Chéjov para enriquecer su trabajo teatral.

Para ella, hay motivos de sobra por los que el autor ruso sigue resonando en los textos y escenarios aztecas: “Lo que logra Chéjov es dar una mirada muy particular sobre el espíritu humano. Hay una mirada de lo individual, pero también sobre lo colectivo, sobre el mundo de afuera, de lo práctico, de las revueltas, de la revolución: otros ideales. A nivel social es muy rico cómo plantea en sus obras esta condición humana de estar, de existir. Es un autor que sigue doliendo y al mismo tiempo sigue dándote risa: ¡los problemas que atraviesan los personajes son tan vitales y tan mínimos! Chéjov tenía una mirada muy amplia del mundo: recién revisité La gaviota y al leer la obra que escribe Tréplev me doy cuenta que esa obra que quería hacer y que nadie entendió es un espacio de ciencia ficción, por todo lo que muestra y lo que puede ser posible en su texto. Eso es algo muy revelador.

Y ahonda en el por qué el universo planteado por un médico ruso a finales del Siglo XIX sigue vibrando al escucharlo en español en el pleno siglo XXI: Son textos que siguen tocando fibras de emociones y hay una variedad de personajes que podemos reconocer hoy: personas que han perdido cierta esperanza, apáticas, que piensan que solamente el trabajo es lo que nos va a dignificar; artistas que no ejercen su arte o que son muy ególatras o artistas que no son comprendidos. Personas egoístas o que intentan ver por el bien común pero no son apoyadas: el bien común no es apoyado, salvar los bosques no es una prioridad… Son condiciones del ser humano que él tocó de una forma muy interna pero al mismo tiempo muy política, muy en un contexto que no es para nada ajeno al contemporáneo.”

En la película No quiero dormir sola de Natalia Beristáin, basta un guiño para terminar de entender la fuerza de las palabras chejovianas. Borrachas, abuela y nieta departen para celebrar el cumpleaños de la primera, Dolores, la actriz retirada que se ha refugiado en el alcohol. Tras varios desencuentros, logra entenderse con Amanda -interpretada por Mariana Gajá-, su nieta, quien esa noche la está festejando y, para sellar el momento, toma una foto instantánea de ambas. De pronto, Dolores -la extraordinaria Adriana Roel- se incorpora y de la risa pasa a un gesto grave y le dice a su nieta: “¿Qué se le va a hacer?” Hay que vivir. Y nosotros viviremos, Tío Vania…” Intenta recordar lo que sigue del monólogo de Sonia y, al no conseguirlo, se turba. Es el fin de la fiesta. Y es el principio del desenlace de la película, pues desde allí, Amanda toma una decisión definitiva.

En Chéjov siempre hay fiesta y, de pronto, algo que hace que de súbito termine. Pero lo que termina es la fiesta. La vida no, porque ya lo dijo Sonia y ya lo enunció la maestra Adriana Roel, para la posteridad, en ese filme: ¿qué se le va a hacer? Hay que vivir.

Por Enrique Saavedra, Foto: Wikipedia

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