Son dos mujeres muy distintas. Una es una mujer madura, divorciada, que apenas se instala en el escenario le comenta a su madre que esa misma noche se suicidará: su figura, su voz y sus gestos son opacos, lúgubres, contrastantes con la jovialidad e inmadurez de su interlocutora; el anuncio detona un diálogo sin tregua entre madre e hija, un intercambio de ideologías personalísimo y dolorosamente universal.

La otra también es una mujer madura, de andar y hablar vivaces, con un ser y estar en la vida que corresponde plenamente tanto con el estereotipo como con el arquetipo de la madre mexicana que cuida, regaña, sobreprotege, violenta y cura sin querer queriendo a cada miembro de su familia; solo que más que mexicana, se trata de una madre judía. Ambas mujeres, totalmente opuestas entre sí, han existido en nuestros escenarios gracias a una sola mujer, a una artista que, al darles vida, encontró dos de sus más representativos triunfos teatrales: Buenas noches, mamá y Cómo ser una buena madre judía. Ambas mujeres han sido, son, Susana Alexander.

Nació en 1943 en la Ciudad de México y para 1955 ya era pionera de la televisión mexicana junto a su madre, la actriz, directora y traductora Brígida Alexander. Cinco años después ya se hallaba debutando en el teatro, gracias a que la primera actriz Beatriz Aguirre la recomendó con la joven promesa de la dirección teatral, José Luis Ibáñez, quien la aceptó en su montaje de Variaciones para cinco dedos de Peter Schaffer, en donde la joven actriz alternó junto a Rita Macedo y Héctor Gómez, logrando un debut triunfal ante el público y la crítica. Desde entonces, el nombre, la figura y las pasiones de Susana Alexander han estado ancladas al teatro.

Tras esa primera experiencia teatral, la joven actriz fue convocada a participar en obras como Yocasta o casi, escrita y dirigida por Salvador Novo -junto a Ofelia Guilmáin-, Álbum de familia de Peter Ustinov dirigida por José Luis Ibáñez, Peer Gynt de Henrik Ibsen y Yerma de Federico García Lorca, ambas dirigidas por José Solé, Romeo y Jeannette de Jean Anohuill dirigida por Maruxa Vilalta, La noche de los asesinos de José Triana dirigida por Juan José Gurrola, La isla de las cabras de Ugo Betti bajo la dirección del también actor Carlos Ancira.

La experiencia que fue ganando se conjugó con la inquietud de ir más allá. Al inicio de la década de los setentas, su madre y ella compraron los derechos de la obra Aquelarre de Friederich Ch. Zauner y, para producirla, formaron una cooperativa con la directora de la obra, Nancy Cárdenas y la actriz Blanca Sánchez; en algún momento de la obra estuvo también Irma Lozano.

El producir y protagonizar una obra le develó a Susana la posibilidad de asumir distintas facetas del quehacer teatral y, con ello, convertirse en una completa mujer de teatro. Más aún: en una estrella del teatro. “Blanca e Irma eran estrellas y yo no era nadie, así que dije: yo soy del teatro, voy a ser una estrella del teatro, me voy a dedicar a eso, me voy a hacer mi propia carrera. Eso hice y creo que hice lo correcto. Hoy en día veo gente luchando con la televisión, con que te den llamado y te den cosas muy feas. Yo puedo hacer mis propias producciones”, comentó en una entrevista de 2015 para el podcast Sin Cortesías.

En realidad, para nada era una desconocida, pues a la par de su creciente trayectoria teatral, tenía también notables personajes dentro de la televisión, medio que aprovechó para estar en contacto con el gran público y lograr que ocupara una butaca en alguna de sus muchas puestas en escena.

Durante varios años, la presencia de Susana Alexander fue fundamental para el desarrollo de telenovelas y series -antes llamados programas unitarios- y, la mayoría de las veces de la mano del productor y director Ernesto Alonso, consiguió lo que pocos actores han logrado en el género: hacer genuinas creaciones de personaje, como las villanas que realizó en Lucía Sombra, Ana del aire, Aprendiendo a amar, La traición y Cuando llega el amor, que hoy en día continúan en la memoria de más de un televidente.

Por fortuna, a la actriz no le hizo mella el relego que fue sufriendo en la televisión desde la década de los noventa y hasta nuestros días, pues siempre ha estado inmersa en un proyecto teatral ya sea propio o ajeno.

A la tarea de productora se sumó la de traductora -cuando sus obras no eran traducidas por doña Brígida, las traducía Susana- y la de directora.

En los años setenta partió becada a Londres para estudiar dirección y, cuando regresó, su quehacer teatral quedó completado, pues la primera obra que dirigió en nuestro país resultó por demás elogiada: El primero del dramaturgo estadounidense Israel Horovitz, a quien le unió una gran amistad hasta la muerte de éste en 2020 y de quien también dirigió Basur-eros. La decisión de dirigir El primero la llevó a rechazar la invitación para sumarse a la entonces nueva Compañía Nacional de Teatro.

Gracias a Susana Alexander hemos conocido en México a autores tan importantes como Horovitz y el británico Arnold Wesker. De él produjo, dirigió y protagonizó exitosamente, junto a Roberto D’Amico, Las cuatro estaciones -el exquisito texto que Ignacio López Tarso deseaba actuar junto a María Félix, pero La Doña se negó- y, más adelante, ya en el nuevo milenio, lo retomó únicamente como directora, con Ludwika Paleta y Bruno Bichir como protagonistas.

Aunque la actriz ha logrado levantar la mayoría de los proyectos que se ha propuesto, uno de los que se ha resistido es precisamente otro texto de su amigo Wesker -fallecido en 2016-, que lleva varios años queriendo escenificar junto a D’Amico.

Otra autora importante que pudimos conocer gracias al empeño de la actriz es la estadounidense Margaret Edson, cuya obra mayor y merecedora del Premio Pulitzer, Wit, fue escenificada por Susana Alexander como Punto y coma, logrando a finales de la década de los noventa uno de sus éxitos más sonados, ya en plena madurez y absoluto dominio de sus capacidades de traducir, producir, dirigir y protagonizar.

Montajes como Las criadas de Genet en dirección de Dimitrios Sarrás, Electra de Eurípides en dirección de José Solé, Los hijos de Kennedy de en dirección de José Luis Ibáñez, No tengo… no pago de Dario Fo en dirección de Manolo Fábregas y, más cerca de esta época, Locos por el té son otros triunfos de la Susana actriz, quien compartió el escenario con histriones que, como ella, están considerados como referentes de la actuación en nuestro país: Ofelia Guilmáin, Carmen Montejo, Adriana Roél, Mercedes Pascual y Héctor Bonilla, por mencionar a algunos.

Hace algunos años, antes de que la pandemia mundial modificara todo, fue invitada por el productor, director y actor Jorge Ortiz de Pinedo para protagonizar junto a él la comedia Cosas de papá y mamá.

Precisamente, cuando la pandemia obligó a los creadores escénicos a tomar dos opciones: o darse una pausa, o encontrar alternativas para expresarse y entretener a la audiencia. A este segundo grupo se sumó Susana Alexander de forma tan comprometida y apasionada, que ella misma se autonombró “la reina del streaming”.

Y vaya que desquitó con creces ese mote. La actriz llevó a las pantallas digitales otra de sus facetas teatrales, que viene desarrollando y complementando desde hace casi cinco décadas: los espectáculos unipersonales -o en dupla- en los que, a través de la poesía y la literatura, se permite hablar -así se llama uno de ellos, Si me permiten hablar- de temas tan diversos como la vida, la muerte, el amor, el sexo, las madres, los padres, los maestros, los alumnos.

Entre todos los placeres que obtiene Susana Alexander al estar arriba del escenario, ella misma ha confesado que éste es el mayor: el poder decir palabras de los grandes poetas y autores mexicanos y universales, como por ejemplo Rosario Castellanos o Abigael Bohórquez.

Madre solo hay una y como yo ninguna, Viaje al corazón de las palabras, Las dos alegres consuegras; Aquí estoy amor y Las mujeres no tenemos llenadero son algunos de los espectáculos que pudieron verse a través de la pantalla luego de haber sido creados para ofrecerlos no solamente al público teatral, sino a públicos específicos como maestros, estudiantes o empresarios, siendo ésta una de las labores más importantes para Susana como artista.

Volviendo al streaming, para ella dar el paso a la virtualidad fue muy sencillo, pues además de que maneja desde hace varios años un canal de YouTube llamado La cana al aire, le es muy claro que la pantalla de un celular es el equivalente a lo que han sido el cine y la televisión y que no se trataba de otra cosa más que ponerse frente a una pantalla aún más chica para que todos pudieran verla.

En el nuevo milenio, la actriz ha hecho mancuerna con productores como Juan Torres y Guillermo Wiechers, quienes además de producirle el segundo montaje de Las cuatro estaciones, le produjeron la obra Cómo envejecer con gracia que hizo junto a su amiga Blanca Sánchez y un segundo montaje de Yo madre, yo hija de Loleh Bellon que en los años ochenta dirigió y protagonizó en el papel de la hija, con Carmen Montejo en el personaje de la madre. En la nueva propuesta, Susana dirigió a Mariana Garza como la hija, mientras ella asumió ahora a la madre. En una develación de placa de esta obra, el público tuvo la oportunidad de disfrutar, en la última escena, a una ya anciana Carmen Montejo revivir junto a Susana Alexander sus personajes.

La mancuerna de Susana y doña Carmen tuvo otro de sus puntos más altos bajo la dirección de Manolo Fábregas en Buenas noches, mamá, de Masha Norman, en la que, si bien la Montejo lucía los dotes acostumbrados, la Alexander sorprendió a propios y extraños al entrar en escena convertida en alguien radicalmente opuesto a cualquier personaje que hasta entonces hubiera interpretado. Susana, eterna defensora de la vida y el humor, lograba con su personaje una legítima defensa del suicidio y el derecho a morir.

Y aunque todos los ejemplos anteriores dan cuenta de los universos que habitan en la actriz, directora, dramaturga, traductora y productora -y eterna hacedora de café como táctica para que todos pasen a saludarla al camerino del teatro en el que se encuentre-, si hay un personaje que resume lo que es Susana Alexander, esa es la madre judía.

La adaptación del libro Cómo ser una buena madre judía, de Dan Greenburg, a cargo del director Gerard Huiller en 1979, fue un vehículo para el lucimiento de la actriz -quien confiesa que al principio le era muy difícil hablar con acento judío, pues para ella era lo más natural al escucharlo de su madre y le era imposible imitarlo-, quien retomó la obra en 1993 pero ya con una adaptación y dirección propias; tan propias y exitosas, que dieron paso a secuelas: Yo soy una buena madre judía, Yo soy una buena madre, abuela y suegra judía y La madre judía no.2. En 2020 falleció el actor Enrique Becker, quien desde 1979 interpretó al padre judío, para homenajearlo, Alexander presentó en streaming ¡Ahora soy una buena viuda judía!

Susana Alexander cumple 80 años de vida inmersa en la temporada de la obra uruguaya Si te mueres, te mato, en donde comparte escenario con Azela Robinson, bajo la dirección de Leticia Amezcua. 80 años de los cuáles casi 70 los ha dedicado a estar en el escenario en un ejercicio constante de autocrítica, evaluación y evolución.

Mientras ha intentado hacer comunidad junto a sus pares actores, directores y productores, se ha deslindado de todos ellos para crear rutas, formas y fondos nuevos. Ahí está su versión de El principito, ahí está su escenificación del enorme memoir de Joan Didion, El año del pensamiento mágico, ahí está produciendo y dirigiendo a “sus hijas” Mariana Garza y Sophie Alexander-Katz en Instrucciones para una muerte feliz.

Ahí está Susana Alexander, siempre corriendo -porque sabe que como productora “comercial”, debe trabajar día y noche para vender un boleto-, siempre un paso adelante -no quita el dedo del renglón de traernos a algún autor que no conozcamos- y, al mismo tiempo, en pleno estadío de tranquilidad y bienestar, porque sabe que, como buena madre teatral, ha hecho lo correcto y todos, pese a los sobresaltos cotidianos, todos a su alrededor están bien. Porque la tienen a ella.

Por Enrique Saavedra, Fotos: Cortesía Manojo de Ideas

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