En esta creencia de que los actores se comportan en la vida cotidiana al igual que los personajes que interpretan, alguna vez un reportero de televisión le preguntó al actor Juan Ferrara si su madre se llevaba a casa a los personajes que hacía en teatro o en la tv. La respuesta de Ferrara fue inmediata: dijo que, evidentemente, no. Y enseguida dio un ejemplo contundente: mi mamá interpretó a Medea. Si ella se comportara en casa como sus personajes, ya nos hubiera matado a mis hermanas y a mí. En efecto, la madre del actor, la gran exiliada española Ofelia Guilmáin tuvo en Medea uno de sus más resonados éxitos teatrales, en la década de los setenta.

Aunque en México ya se había presentado en los años treinta una versión de la Medea del filósofo y dramaturgo latino Séneca, en traducción de Miguel de Unamuno y estelarizada por la legendaria actriz española-uruguaya Margarita Xirgu y años más tarde fue interpretada por la mexicana María Teresa Rivas, fue en los años sesenta, gracias al proyecto de Teatros del Seguro Social que diversos clásicos griegos fueron escenificados, en la traducción mexicana del Padre Ángel María Garibay.

Junto con Edipo Rey de Sófocles, la Medea de Eurípides -el material original a partir del mito griego- resultó uno de los triunfos más fuertes de la época.

Bajo la dirección de José Solé y la actuación de Guilmáin,  así se inició una historia teatral en la que un texto estrenado en el año 431 a.C., sigue siendo objeto de revisiones, adaptaciones y versiones a cargo de diversos dramaturgos y directores, sigue siendo oportunidad inmejorable para que las actrices que la interpretan den un Do de Pecho, sigue impactando a las generaciones de espectadores que la han visto en su concepción original o en alguna de sus versiones y, sobre todo, sigue poniendo sobre la mesa un tema que fudamenta los cambios políticos, sociales y culturales del tiempo actual: el justo lugar de la mujer en cada ámbito del mundo, la erradicación de la violencia de género al igual que de los machismos y micromachismos ejercidos desde siempre.

El mito retomado por Eurípides se trata de una mujer extranjera que vive en Corinto, casada con el héroe Jasón, con quien tiene dos hijos. Ante el abandono de Jasón para casarse con Creúsa, la hija de Creonte, el rey de Corinto, Medea es desterrada pues Creonte sabe que Medea es bruja y hechicera, es decir, es una mujer fuerte y sabia que podría tomar venganza. En plena boda, Medea provoca la muerte del rey y la princesa para luego dar muerte a sus propios hijos.

El impacto de la Medea protagonizada por Guilmáin en los sesenta fue tal, que volvió a escenificarla una década después, ahora bajo la dirección de Rafael López Miarnau. Otra de las grandes actrices de esa época que dio vida a la hechicera fue María Teresa Rivas.

Las otras grandes versiones de Medea, como la de Séneca -escrita hacia el año 50 a.C.-, la de Pierre Corneille -escrita en 1635- y la de Jean Anohuill -estrenada en 1946- no son otra cosa que apuntes y comentarios sobre la tragedia de Eurípides. La de Anohuill fue presentada en México en 1952, en traducción de Luisa Josefina Hernández, como una de las obras de la vanguardia francesa que tanto interesaban a su director, Salvador Novo, quien eligió a una actriz mítica para interpretar al mito: María Douglas.

Tres muy distintas Medeas fueron interpretadas por tres de nuestras grandes actrices: En 1981, Ana Ofelia Murguía la encarnó, bajo la dirección de Manuel Montoro, logrando uno de los puntos más altos de la mancuerna entre la actriz y el director.

Una década después, Marta Verduzco hizo lo propio dirigida por José Caballero. En ésta propuesta, el tono trágico cedió ante un tono de pieza realista, con ruegos y maldiciones más susurrados que grandilocuentes.

Al igual que ocurrió en la década de los sesenta con los Teatros del Seguro Social y luego en los setenta con el Instituto Cultural Helénico, en pleno año 2000 se retoman los clásicos griegos en la cartelera teatral, en lo que hoy son los foros del Sistema de Teatros de la Ciudad de México. En ese marco, Marta Aura incorporó a la hechicera bajo la dirección de María Muro, siendo la primera vez en nuestro país que el clásico estuvo bajo la óptica de una mujer.

A partir del mito, del clásico de Eurípides y de las versiones de Séneca y Anohuill, otros creadores escénicos han presentado sus propias revisiones y apuestas sobre el personaje y su especial situación.

Así lo hicieron en los noventa José Acosta en De nota roja con Teresa Rábago como una Medea en el Metro del D.F., Rocío Carrillo con el espectáculo Medea, el mito.

Diferente a todas estas producciones fue la que en los años ochenta tuvo a Tito Vasconcelos como co-autor, co-director y protagonista: Una noche con Medea, adaptación que respetaba el tono trágico, mientras todos los personajes eran interpretados por hombres.

En el nuevo siglo, la creadora franco mexicana Mahoalli Nassourrou con Medea redux de Neil Labute que, traducida por Noé Morales, ella misma actuó y co-dirigió.

Por su parte, David Hevia escribió y dirigió Play Medea -que sucedía al interior de una carpa de fiestas- permitiéndole a Carolina Politi ofrecer una de sus varias memorables actuaciones teatrales.

De igual forma, Medea material del dramaturgo alemán Heiner Müller fue la bandera del proyecto de impacto social del Foro Shakespeare, bajo la dirección de Itari Marta, quien reunió a mujeres con y sin experiencia dentro de la actuación para poner el dedo en la llaga sobre el tema de la violencia de género.

Recientemente, el creador argentino afincado en México, Gonzalo Villanueva, propuso Medea o la llaga en el vientre, con un ensamble de actores que exploraba el mito desde el trabajo corporal.

Si bien ha habido acercamiento de las creadoras escénicas al texto, lo cierto es que ha prevalecido la visión masculina sobre el mito. En éstos tiempos la Cartelera de Teatro se ha visto permeada por nuevas Medeas.

Una de ellas, estrenada en 2019 y a punto de reestrenarse con tres funciones especiales, está escrita por Antonio Zúñiga y dirigida por Mauricio García Lozano, primero con Ilse Salas y ahora con Diana Sedano como protagonista. La Medea de Zúñiga vive en Tlaxcala y está relacionada con la prostitución, la trata de personas y es notorio el contexto de violencia de género que le rodea e influye en sus pasiones y decisiones.

Ni en Tlaxcala ni en Corinto, la protagonista de Medealand de la dramaturga sueca Sara Stridsberg vive en sí misma, confinada en un hospital psiquiátrico en donde es visitada por su madre, personaje totalmente nuevo que dota a la protagonista de nuevas reflexiones y de nuevos cuestionamientos y al público de una respuesta distinta a la eterna pregunta: ¿por qué lo hizo? Traducida y dirigida por Esther André González, esta tierra de Medea fue habitada en todas sus dimensiones por Paula Watson.

Una década después de haber incorporado a una Medea contemporánea e imponente en colaboración con Hevia, Carolina Politi volvió a hacerlo, ahora bajo la visión de Ximena Escalante, autora y directora de Éxtasis Medea, en la cual propicia un encuentro entre las dos esposas de Jasón, Medea y Creúsa, quienes sostienen un diálogo seductor y honesto que conduce hacia un final muy diferente al esperado, que nos hace entender que a lo mejor Medea no es necesariamente una filicida maldita, sino simple y llanamente una mujer libre que si a alguien ama es a sus hijos. El mito explorado desde su raíz, fuera de los vicios impuestos por la sociedad que lo ha trasladado de época en época.

Las protagonistas de éstas obras han coincidido al declarar en entrevistas que al encarnar a Medea lo hacen a sabiendas de la resonancia que tiene el tema de la mujer, la maternidad, la violencia, el abandono y la pérdida de los hijos en una sociedad como la nuestra y cómo con sus interpretaciones buscan ir más allá de la simple etiqueta de filicida que le ha sido impuesta a la princesa griega para ofrecerle otras interrogantes, otras explicaciones: otras verdades.

Si cada década debe tener un Hamlet como dicen por allí, en éste país tal vez lo más justo es que cada década -o cada año, o cada mes, como ha sucedido- tengamos una Medea.

Por Enrique Saavedra, Fotos: Cortesía

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