Sin celebraciones, reconocimientos ni días especiales, las mujeres nutren, apuntalan e impulsan el desarrollo del teatro, desde hace siglos -y a la fecha-, en todos los ámbitos y lenguajes relacionados con este arte, que ha progresado al amparo de una comunidad femenina, -precariamente reconocida- dedicada a hacer su propio trabajo, además de apoyar, acompañar y abrirle el paso a un mayoritario sector masculino, que aún no se percata de que la equidad es la única posibilidad de desarrollo.

El trabajo silente, al que el sistema patriarcal ha orillado a las mujeres del mundo, ha debido romperse ruidosamente para conseguir el derecho -que le pertenece a todo ser humano por el simple hecho de existir- a ser escuchado, como cuando en 1848, Elizabeth Cady Stanton y Lucrecia Mott, realizaron la Primera Convención de los Derechos de las Mujeres, frente a la prohibición que les impedía hablar en una convención contra la esclavitud.

Ejemplos de metas logradas, como el derecho de la mujer al voto en 1953 en México, verificado en las urnas en 1955, luego de constantes avances y retrocesos rumbo a su obtención, dan muestra de que cada conquista ha sido resultado de arduas luchas, por lo que la instauración por parte de la ONU, de El día Internacional de la Mujer en 1975, es consecuencia del trabajo sin tregua que han librado las mujeres desde que han puesto un pie en este mundo y sin embargo, más allá de los derechos políticos, aún falta avanzar largo trecho en materia de educación, acuerdos, límites sociales, leyes, que protejan y eviten atropellos y abusos, e impidan las tragedias sistemáticas a las que se nos ha sometido.

Esta aplastante falta de acción social y política en torno a la preservación de la vida de la mujer, y a su consecuente desarrollo humano y profesional, permeado por un acendrado machismo, que apenas comienza a visibilizarse, le ha arrancado al 8 de marzo el rasgo celebratorio.

Esta opresión de siglos, que ha determinado condiciones desfavorables para las mujeres, no ha sido obstáculo para continuar con una labor que ha alimentado, vestido y protegido a familias y poblaciones enteras, desde su rol de madres, cuidadoras cocineras, enfermeras, proveedoras, guías, compañeras de ruta, colaboradoras y sustentadoras del cambio.

De ahí que actualmente nuestro teatro desarrolle historias de abuso, violaciones, feminicidios, opresión e introspección, traducido en dramaturgia, dirección, actuación, imágenes y sonidos que desgarran el silencio y expanden el dolor, el abuso de siglos, que ha acallado la voz, e invisibilizado la presencia, el trabajo, el arte, la creatividad y la aportación de cada una de las mujeres dedicadas a sumar acciones a favor de nuestra escena.

La titánica labor que implica la puesta en marcha de toda propuesta escénica, ha contado con el trabajo de miles de mujeres a favor del objetivo, desde aquellas que se desempeñaron al frente de una empresa teatral, como lo señala la historia, acciones como mecenas, a favor del desarrollo de movimientos artísticos, progresos en el ámbito de las leyes, en la organización de grupos y compañías, en la docencia la dramaturgia, la dirección, la actuación, la coreografía, la música, la escenografía, el vestuario, el maquillaje, la iluminación, el atrezo, la asistencia, la producción, el traspunte, la tramoya y un sinnúmero de actividades más, que han mantenido con vida al teatro, sin que se dimensione la aportación creativa de las mujeres y el tiempo invertido, como si se tratara de una obligación o de una inercia que se desprende de la naturaleza femenina.

Asimismo, el trabajo realizado por responsables de contaduría, administración, difusión, prensa, crítica, atención y desarrollo de públicos, personal de taquilla, de limpieza, acomodadoras, costureras, entre muchas más, ha sido infravalorado, en muchos casos, de manera general por funcionarios en turno, productores y equipos artísticos.

Las omisiones acumuladas detonan el hartazgo y la urgencia impostergable por un cambio que restablezca el orden, la armonía, y propicie, en mejores condiciones, el desarrollo de un arte teatral en expansión, en el que cada paso sea dado con plena confianza y en libertad, la misma para cada ser humano sin excepción.

Cada mujer ha abierto brecha desde hace años en su especialidad, a favor de nuestro teatro, que hoy, en 2023, estremece desde cada espacio y lenguaje en el escenario.

Es hora de valorar en su dimensión los pasos dados y cada conquista ganada por las mujeres, sin bajar la guardia, hasta ejercer en plenitud derechos como el de respetar y preservar la vida, sin necesidad de que una sola mujer en el mundo deba clamar por ella, para que nuestros escenarios se transformen en ámbitos de luz.

Por Alegría Martínez

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