Tiempos mejores / tiempos peores viví / y estoy aquí. Champagne a veces / otras cervza y anís / y estoy aquí“. Cuando en 1971 Stephen Sondheim buscaba una canción para que Yvonne de Carlo la interpretara en el musical Follies y decidió componer una pieza basada en las vivencias de la actriz, no imaginó que “I’m still here” se convertiría en un himno de vida, resistencia y supervivencia para artistas como la propia de Carlo, la formidable Elaine Stritch y, en nuestra lengua, para Nacha Guevara, la actriz, cantante y bailarina argentina cuyo nombre es, hasta nuestros días, sinónimo de cabaret latinoamericano. Por eso, cuando el espectáculo ¿La ópera… o la Nacha? da comienzo y lo primero que resuenan son los acordes y versos de esa canción, uno sabe que no hay voz más autorizada para darles vida y verdad que la de Tito Vasconcelos.

Es viernes por la noche y, aunque la mitad de la ciudad está colapsada por una lluvia severa, en el nuevo Teatro Varsovia, en la Zona Rosa, ya hay suficientes espectadores dispuestos a disfrutar de la noche junto a Vasconcelos, el actor, director y empresario que desde hace varios años es la figura paterna del cabaret mexicano, género y espacio desde el cual Tito ha criticado, a través de la sátira, al mundo político, religioso y cultural que nos rige. Y, sobre todo, ha luchado por la defensa de los derechos, libertades y placeres de la comunidad LGBTQ+, “la comunidad sopa de letras“, dice él.

En este espectáculo, que ha elegido para retirarse de los escenarios cabareteros, la sátira persiste, pero cede ante la nostalgia: Tito ha decidido hacer un homenaje a la década de los setentas, la época que, en sus propias palabras, “fueron mis años de esplendor“, pues además de descubrir su vocación cabaretera, trabó relaciones personales y profesionales que en los años siguientes le traerían proyectos espléndidos, además de vivir a plenitud la vida en las calles una Zona Rosa muy diferente a la de ahora.

La década de los setenta fue mi consolidación como artista, entendí qué era lo que quería hacer, aprendí a hacerlo y lo hago desde entonces, mi compromiso social con el grupo al que pertenezco: mi militancia como miembro de la ‘comunidad sopa de letras’, como ente político. En 1978 fue la primera vez que un grupo de homosexuales salimos a la calle y en el 79 fue la primera Marcha del Orgullo Gay y ahí anduve”, evoca en una entrevista previa a la función, aunque varias de las cosas que nos confiesa, las relata más tarde a su público.

Para hablar de todo eso, Tito se centra en dos de sus puntos altos de esa década: conocer el trabajo de Nacha Guevara, quien vino a México huyendo de la censura y persecución de la dictadura argentina, y participar en el mítico montaje de La ópera de los tres centavos, la obra de Kurt Weill y Bertolt Brecht fundamental para entender el teatro cabaret, cuya puesta en escena a cargo de Martha Luna tuvo como valor agregado el ser la primera realizada en el marco del nuevo Sindicato de Actores Independientes -que, liderado por Enrique Lizalde, se creó en oposición a la Asociación Nacional de Actores-.

Así, Tito va presentando una selección de canciones de ésta obra, al tiempo que va contando anécdotas sobre aquellos años, sobre la vida artística y nocturna de entonces. Evoca a sus compañeros de reparto: Enrique Alonso ‘Cachirulo’, Martha Ofelia Galindo -cuya espléndida salud durante la temporada impidió que Tito, quien era su suplente, encarnara a la Sra. Peachum-, Rosenda Monteros -a quien un día descubrió comiendo chiles jalapeños para calentar la voz-, Blanca Sánchez y Gonzalo Vega. “Había leído algunas cosas de Brecht para cabaret y me parecía un teatro bien hecho, pero muy forzado, no era lo que en ese momento yo necesitaba, pero La ópera de los tres centavos me encanta, mientras más la estudié, más me gustó”.

Mientras interpreta canciones de casi un siglo de vida como “Jenny, la pirata”, “La canción de Bárbara”, “La balada de la dependencia sexual”, “La canción de la inutilidad del esfuerzo humano” y “La canción de Salomón”, lanza mordaces comentarios sobre lo que pasa hoy en día en el mundo y en el país, aunque se detiene en un asunto que le importa y mucho: el sexo. “Aprovecho para conversar con el público sobre temas que siguen siendo tabú, como si el sexo fuera vergonzoso. Ya Brecht ponía a cantar a sus personajes hablando sobre la tiranía del sexo, cómo nos movemos a través del instinto sexual y cómo la sexualidad se vuelve predomintante en nuestra vida cotidiana”.

Aunque la obra de Weill y Brecht la hizo a finales de los años setenta, fue escrita en 1928, justo el año en que debutaba Agustín Lara. “Es una época en la que se hacían canciones para las putas: ellas estaban integradas a la sociedad de una manera que no era sorpresiva. Lo malo del trabajo sexual es cuando te obligan a hacerlo y no cuando las personas ejercen el derecho a su cuerpo, pero me entero que nuestro cuerpo le pertenece al estado: a los hombres nos obligaron al servicio militar y a las mujeres a permanecer vírgenes”. Tito hace una pausa de Weill y aprovecha para cantar a Lara, en plena imitación de La Doña María Félix: “yo sé que es imposible que me quieras / que mi amor para tí fue pasajero / y que cambias tus besos por dinero…”.

Años antes de actuar en La ópera, Tito conoció a La Nacha: “Yo conocía algunas grabaciones de ella, pero fue la primera vez que la vi. Trabajó en el Teatro Reforma y fue algo accidental o coincidental: yo iba pasando y alguien en la puerta estaba jalando gente para que entrara a verla, porque nadie la conocía en México. Encontrarla y verla en escena fue una cosa muy reveladora: yo ya había descubierto el cabaret, había comenzado a hacer espectáculos de cabaret en el Café Colón con Los Modernos, que éramos Rodolfo Rodríguez, Daniel Martín, René Campero, Dolores Solana y yo. Y al ver en Nacha que una sola persona, con un cómplice musical, llena el escenario con un discurso potente, dije: eso es lo que yo quiero y puedo hacer. Y lo hice”.

Mientras Guevara interpretó a Eva Duarte de Perón lo mismo en el musical argentino Eva que en el célebre musical de Andrew Lloyd Webber, Evita, Tito interpretó a la emblemática mujer en la obra Eva Perón de Copi, en traducción de Luis Zapata y bajo la dirección de Carlos Téllez. Para evocar todo esto, interpreta “No llores por mí, Argentina“.

De ahí, aprovecha la canción francesa “Mi hombre” para saludar no solo a Nacha, sino a Sarita Montiel, quien cantaba la pieza con lujo de afectación tal, que por supuesto influyó en Vasconcelos: “Sarita Montiel es la mujer más maricona que ha existido sobre la faz de la Tierra”. Tras cantarla, pregunta a las mujeres del público si aún siguen pensando que si un hombre les pega es porque las ama. Hay risas incómodas, algunos gritos de ¡No!, pero sobre todo hay un silencio que confirma que, a sus 71 años de edad, este artista sigue cimbrando con su sátira de lo cotidiano.

Le agradezco a Nacha el haber aparecido justo en el momento en que yo necesitaba encontrar un formato que me hiciera totalmente independiente. El cabaret tiene que ser una cuestión autogestiva, que no necesita de más infraestructura que la potencia de quien decida hacerlo. El cabaret se puede hacer con millones de pesos o asaltando el baúl de la abuelita. La he visto mucho en escena, me sigue gustando muchas de las cosas que hace y he entendido la manera muy particular que tiene de hacer su trabajo escénico, más enfocado en el café concert: Nacha ensaya mucho, deja poco a la improvisación“.

Uno oye la grabación de Nacha de Noche de los setentas y puede ver el mismo espectáculo en las ocasiones que lo ha vuelto a hacer y es exacto: tiene un timing perfecto, a través de la repetición, tiene sus tiempos medidos, sabe cuándo va a reír la gente, saber dónde poner el melodrama para conmover. Es una gran maestra del unipersonal cabaretero, me gusta mucho y por eso le hago este homenaje”, en el cual no está solo en escena: lo acompaña el piano y el buen humor de Baldomero Jiménez, “mi Alberto Favero… con más talento que Favero”, el estupendo músico que lo mismo ha acompañado el cabaret de Regina Orozco que el jazz de Verónica Ituarte que el rock de Armando Rosas.

Del amplio repertorio de Guevara, Tito excluye las colaboraciones con Mario Benedetti, por cursis, y se concentra en dos tangos icónicos: “Se dice de mí” -que hizo famosa la diva Tita Merello, a quien Nacha personificó en un musical- y “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo, cuya letra sobre crisis y corrupción nacional “parece que la escribieron la semana pasada“. Es ya casi la medianoche. Tito ha convencido a una pareja con un niño de 8 años que quería salirse del foro para correr para alcanzar el último metro, de que no se vaya. Y aunque celebra tener a un espectador tan pequeño que se divierte con lo que cuenta en escena, también sabe que el intento de huída se debe a lo distinta que es la Zona Rosa y, en sí, toda la Ciudad de México, a las de aquellos años setenta.

Había peñas, café concerts y cabarets. Además, teníamos una vida nocturna maravillosa: recuerdo esa escena al inicio de Los caifanes de Juan Ibañez en la que en una fiesta aburridísima alguien dice que son las 2 de la mañana y que vayan al cabaret El Quid -que era de Ernesto Alonso, en la colonia Roma- a ver el show de Alfonso Arau. ¡A las 3 de la mañana había un show de variedades!. Yo tenía show en el Café Colón a las 2 de la mañana. Nos escatimaron la ciudad nocturna, la policía se volvió de terror, nos robaron la diversión y nos mandaron a dormir temprano. Sí hacen falta esos espacios en los que no necesariamente están las señoras llenas de plumas y lentejuelas -que también está muy bien que haya, pero no es lo único”.

Y un poco, o un mucho, por eso se retira: “Voy a hacer solo que se me antoje, porque cada vez es más difícil levantar un telón. Me voy a retirar un poco más a la docencia. Este espectáculo es un ejercicio de memoria porque voy a escribir una serie de anécdotas y de historias, cuyo título tentativo es “Breves encuentros y otros no tanto”, porque me he encontrado por segundos con gente que admiro, como en Nueva York que me tropecé con Darío Fó, que es para mí uno de los grandes hacedores de teatro del siglo XX y al cual yo le debo mucho con su obra Misterio Bufo y con su método de El manual mínimo del actor: era un hombre con una inteligencia y brillantez fascinante. Eso fue en los noventa”.

Y regresa a los setenta: “Había un restaurante en Insurgentes y Reforma, que era el Noche y Día, que no cerraba nunca, ahí nos reuníamos toda la fauna de esa zona, porque había muchos teatros y era una zona muy rica culturalmente: ¿en dónde está? ¿a qué me quedo si ya no hay donde puedo trabajar a gusto?”.

El artista reconoce que aunque suyos son los famosos CabareTitos, son espacios para otro tipo de público, no para el que él busca con sus espectáculos. “La demanda nos obligó como empresarios a ofrecer lo que la gente está pidiendo y ahorita lo que los chavos quieren es perreo. Y punto. El primer Cabaretito empezamos con show de cabaret a las 10 de la noche y a las 2 de la mañana. El público empezó a llegar y a demandar otras cosas. Cuando te compran, vende. Eso querían y ni modo: yo no voy en contra del cambio, pero creo que hay que mantener espacios de esa naturaleza, porque ya no hay espacios de diversión para personas mayores de 40 años, aunque muchas de éstas se meten en los antros, no tienen esos espacios de variedades”.

Tito sabe que se acerca no solo el final del espectáculo sino también el voluntario final de su trayectoria sobre los escenarios, y por eso quiere quedarse platicando sobre las mil y un anécdotas que resguarda. Por eso, a la pregunta del maestro Jiménez sobre cómo fue trabajar con la actriz María Rojo, Tito salta de los setenta al inicio de los noventa para hacer el emotivo relato de cómo audicionó para el personaje de Susy en la película Danzón, cómo no obtuvo el papel y cómo una noche la directora María Novaro le llamó para disculparse por no haberlo elegido y le pidió presentarse al día siguiente al rodaje. Y aunque la película fue colmada de elogios y premios internacionales, Tito tuvo su mejor recompensa cuando en París, dos personas le gritaron por el nombre de su entrañable persone: “¡Susy!”. Eran la actriz alemana, musa de Fassbinder, Hanna Schygulla y la artista portuguesa María de Medeiros. La prensa francesa lo nombró “la estrella mexicana Tito Vasconcelos”.

El aplauso a esta anécdota fue sumamente cálido. Por eso, Tito optó por no decir más y entrar de lleno en su última canción. Para cerrar el homenaje a Nacha Guevara, a La ópera de los tres centavos y, por qué no decirlo, a sí mismo -porque vaya que homenajes ha merecido y merece- y a su época mejor, Tito toma asiento y, desde la calma y la autoridad que le confieren todas estas historias que ha contado y estos años que las ha vivido, canta primero sereno y, finalmente, emocionado y feliz: Un ritual que repetimos / sin hacer ningún reproche / en un mundo que inventamso / cuando comienza la noche… ¡Esto es teatro! nos canta Tito Vasconcelos y no queda ninguna duda de que él es el cabaret y que éste que ahí ven hacerlo, es el teatro mismo.

Por Enrique Saavedra, Fotos: Cortesía Producción

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