Por Enrique Saavedra/ Cuando Muriel Ricard entre este sábado 1° de septiembre al escenario del Teatro de la Ciudad vestida en galas de tentación, estaremos ante un triunfo del cabaret, sí, pero más del teatro, el canto, la docencia y la negritud mexicana, esos ámbitos en los que ella se mueve desde antes de nacer, gracias a la exquisita herencia de la que abreva.

Se apellida Ricard, sí, pero también Laboriel. Y ese apellido significa delicia musical e histriónica desde antes de la década de los ’60s, época de gloria para, por mencionar solo a dos, Ella (su madre) y para Jhonny (su tío), uno de nuestros mayores enterteiners (hay un apoteósico video en YouTube en donde canta un bolero al lado de don Vicente Garrido y su canto es belleza eterna). Genuinos artistas a los que la revolución les debe justicia.

Pero aquí está Muriel. Para evocarlos. Para ser única a partir de sus figuras profesionales y familiares. Y lo hace a través de Angélique, una mulata francesa que por ser extranjera tiene cautivado al cabaret de los años cincuenta. Una diva del jazz que le habla y le canta a la migración, a la extranjería, al placer y al encubrimiento desde un entrañable texto de Eduardo Castañeda -quien la dirige con ternura y malicia- y un puñado de melodías eternas: La vie en rose, Summertime, Bésame mucho, La Llorona y La Sandunga, entre otras.

Estrenado en noviembre de 2015, Angélique llega por todo lo alto al Teatro de la Ciudad, el lugar que merece la diva y el lugar que merece la voz de Muriel Ricard, quien además de ser una respetada actriz y cantante, es una de las docentes de voz y canto más apreciadas de nuestro medio. Este sábado Angélique hablará, cantará, susurrará, gritará y, al hacerlo, empezarán a saldarse las cuentas que este arte y este negocio les debe a los Laboriel.

Este fin de semana cierran temporada dos obras que emocionan y entusiasman por la forma en que cuatro jóvenes creadores escénicos miran a la vejez y sus vastos universos que aquí se concentran en mostrarnos la pasión, la oportunidad, la ilusión y la derrota.

Las Tropas, de Fernando Reyes Reyes dirigida por él mismo y Cristian David, es una pieza sobre las cenizas que deja la guerra, sobre las batallas que se saben perdidas desde el principio, sobre el resquicio de esperanza que cabe en la inútil espera. Un matrimonio de ancianos espera a unas tropas militares que nunca llegarán. Beckett muy presente en este texto y montaje de fuerte raíz oaxaqueña, que además de las honestas actuaciones de Lucina Rojas y Ricardo Ramírez, se redondea de estupendos diseños de escenografía, iluminación, vestuario y música. Le queda este fin de semana en el Teatro Sergio Magaña.

También este fin de semana se va La bruma y la grulla de Adriano Madriles y dirigida por Andrómeda Mejía. En ella una pareja de amantes septuagenaria tiene su encuentro anual, solo para constatar que el tiempo no pasa en vano ni sobre ellos ni sobre sus pasiones. Un viaje en teleférico como símbolo y realidad de su relación. El vértigo, el deseo de volar, el miedo a lo inestable. Todo en un texto bello y breve, pleno de frases sabrosas por parte del dramaturgo chihuahuense. Los primeros actores Miguel Flores y Rosa María Bianchi atienden la sencilla y contundente propuesta de la directora, aunque Bianchi va más allá y explora y decanta a un nuevo gran personaje de nuestra dramaturgia. En el Teatro Santa Catarina como parte del DramaFest.

Ahí viene La verdad, una obra de Florian Zeller, el mismo autor de El padre, que protagonizó el señor López Tarso el año pasado. Zeller es el papi de la dramaturgia francesa actual y, de paso, de la británica, gracias a las traducciones de Christopher Hamilton. Producida por Claudio Sodi, estrenará en el Teatro Xola con un elenco compuesto por Eduardo Santamarina y Mayrín Villanueva, quienes no están tan acostumbrados al teatro, junto a Rodrigo Murray y Gabriela Zas, que sí lo están. Ojalá Benjamín Caan, el director, nos sorprenda con la actuación de Santamarina y Villanueva. En “El padre”, dirigida por Salvador Garcini, no importaba que los actores del reparto fueran más famosos que actores, pues todo lo resolvía el gran López Tarso en su personaje más entrañable y poderoso de esta etapa que lo ha producido Daniel Gómez Casanova. Aquí, ya veremos si Eduardo y Mayrín logran transmitirnos su verdad.

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