Grand Slam, unipersonal escrito, dirigido e interpretado por Valentina Garibay toma como punto de partida el deporte para hablarnos de algo más. Con este montaje Garibay se afianza como narradora y directora de historias.

La dramaturga y directora va delineando un discurso como creadora que atraviesa por temas como la violencia e intolerancia en contextos sociopolíticos – como en el caso de Grozni – o por historias que desde lo individual retratan a individuos frente a la sociedad en la que viven, como Grand Slam. En ambos casos la autora parte desde lo profundamente humano; hay cierta sutileza en la manera en la que hilvana estos extremos.

Después de una temporada en el Centro Cultural del Bosque, Grand Slam regresa, ahora al Foro Antonio López Mancera del Cenart.

Son muchas las razones para ver este trabajo, aquí te platicamos tres.

1. El deporte como parábola. El tenis es el pretexto para hablar al espectador sobre inseguridad, aspiraciones, competencia, rivalidad, frustración, envida y esfuerzo. Es acertada la decisión de la dramaturga y directora escoger al deporte como vehículo. En el mundo de la competencia deportiva es donde se hacen evidentes estos temas, sin embargo, son temas que están constantemente presentes en la vida de cualquiera de nosotros.

2. Dinámica y movimiento. La protagonista del montaje es una atleta, su vivencia conecta con el público más allá del deporte. Garibay es muy cuidadosa con el lenguaje corporal y el aspecto físico del montaje. Es evidente el trabajo y tiempo invertido en estudiar los movimientos que realizan las tenistas. A ello suma el baile, que da al montaje una agilidad y una dinámica especiales. Al convencernos de que estamos ante una deportista, se crea una ficción sin fisuras que permite conectar con el mensaje.

3. La experiencia sonora y visual. El diseño de iluminación de Ingrid SAC, el diseño de escenofonía de Pedro de Tavira y la musicalización de Jennifer Soler y la propia Valentina Garibay sirven para ubicar física y temporalmente el montaje. El uso de leds despliegan en el escenario una cancha de tenis, la música nos lleva a los años noventa del siglo pasado. El resultado es funcional y atractivo.

Ya lo sabes, no te puedes perder este montaje que, además, nos muestra esos puntos de coincidencia del deporte y el arte; rigor, compromiso y esfuerzo son parte de ambos mundos. Se trata de uno de esos montajes que, esporádicamente, ponen la luz sobre estos puntos de contacto.

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Por Óscar Ramírez Maldonado, Foto: Diego Cadena Carreón.

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