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Tras aclararse un reciente secreto familiar, Gerardo, un joven maestro chiapaneco, decide cerrar el momento tomando un libro para leer, en voz alta y emotiva: “estoy todo lo iguana que se puede / la tierra es como el cielo / todo es fruto de una máquina de soledad”.

El poema de Carlos Pellicer pone punto final a un conflicto, pero vaticina el grave desenlace que ha de venir cuando cuatro mujeres -la abuela, la madre, la hermana y la tía- enfrenten la realidad del joven y su elección de vida, que no necesariamente las contempla a ellas para continuar el camino. Es el clímax de la película que toma el título del verso: Estoy todo lo iguana que se puede, el filme escrito y dirigido por Julián Robles. Pero también es el clímax de El Eclipse, la obra teatral de Carlos Olmos que en los años noventa fue uno de los mayores éxitos del teatro nacional bajo la dirección del legendario Xavier Robles.

Amigo y discípulo de Olmos -fallecido en 2003-, Robles vio concretado el viejo sueño de llevar la obra a la pantalla grande. Aunque se estrenó con críticas positivas en el Raindance Film Festival 2023, en Londres, la premiére mexicana de la película no pudo haber tenido mejores reflectores: se efectuó el 4 de febrero de este año en la sala principal del Palacio de Bellas Artes con una vasta audiencia que aplaudió la proyección y la musicalización en vivo de la Orquesta Filarmónica de la Secretaría de Marina, el Ensamble de percusiones Tambuco y la Marimba Nandayapa.

A diferencia de la obra, que se centra en las tres mujeres adultas de la familia -encarnadas en el montaje original por las primeras actrices Beatriz Aguirre, Lilia Aragón y Martha Aura-, y la repercusión que en ellas tiene la sexualidad del hombre de la casa, la película se concentra en seguir al propio Gerardo -interpretado por Krystian Ferrer– y sus travesías internas y externas.

En la obra, que tuvo una larga temporada en el Teatro El Granero y en otros foros -y además una gira nacional encabezada por María Rubio y Diana Bracho– también participaron Armando Palomo y Gastón Tusset. En el filme, junto a Ferrer figuran Dolores Heredia, Mayra Batalla, Fernando Álvarez Rebeil y la maestra Luisa Huertas, quienes ofrecen actuaciones notables y desgarradas que no hacen más que confirmar la vigencia del texto de Olmos. Más aún, Robles, su elenco y su equipo ponen sobre la mesa este filme justo en el momento en el que hay al mismo tiempo visibilización, cuestionamientos y replanteamientos de los movimientos feministas y la comunidad LGBTQ+.

Con ésta película, se revive una sana tradición que parecía perdida -o tal vez lo sigue estando y este filme artoja una pequeña luz-, que es la de llevar importantes textos del teatro a la pantalla, como sucedió en el siglo XX con El gesticulador de Rodolfo Usigli llevada al cine por Emilio El Indio Fernández como El impostor– quien también realizó la adaptación cinematográfica de La malquerida del español Jacinto Benavente; Miércoles de ceniza de Luis G. Basurto, dirigida por Roberto Gavaldón y estelarizada por María Félix; también Gavaldón realizó, de Usigli, El niño y la niebla, protagonizada por Dolores del Río.

Un dramaturgo muy llevado a la pantalla fue Hugo Argüelles, quien escribió los guiones de sus propias obras Los cuervos están de luto, Doña Macabra y Las pirañas aman en cuaresma. También Vicente Leñero tuvo adaptaciones fílmicas de sus obras Pueblo rechazado, La mudanza y, la más notable, Los albañiles -cuyo texto teatral es a su vez una adaptación de su propia novela-, realizada por Jorge Fons con un reparto exquisito encabezado por Ignacio López Tarso y Katy Jurado.

Otros casos destacados son La danza que sueña la tortuga de Emilio Carballido realizada por Julián Pastor como El desesperado amor desesperado, Playa azul de Víctor Hugo Rascón Banda dirigida por Alfredo Joskowicz y, ya al final del siglo XX, Dulces compañías de Óscar Liera dirigida por Óscar Blancarte, Entre Pancho Villa y una mujer desnuda dirigida por su propia dramaturga y guionista, Sabina Berman -junto a Isabelle Tardán-, Aroma de cariño de Jesús González Dávila realizada por Benjamín Caan como Crónica de un desayuno y el fenómeno Sexo, pudor y lágrimas dirigida por su autor y guionista Antonio Serrano.

Ya en el nuevo milenio pululan la versión fílmica que Gerardo Tort hizo del texto de Jesús González Dávila, De la calle, cuyo montaje a cargo de Julio Castillo a finales de los ochenta sigue cimbrando a quienes lo presenciaron; también Abolición de la propiedad, único texto dramático -disfrazado de novela- de José Agustín, realizada por Jesús Magaña.

Más recientemente, la adaptación de Jack Zagha a la obra Almacenados de David Desola, que en nuestros escenarios tuvo diversas temporadas estelarizadas por Héctor Bonilla. Manolo Caro convirtió sus éxitos teatrales No sé si cortarme las venas o dejármelas largas y Amor de mis amores en éxitos de taquilla cinematográfica.

Francisco Franco, tras el reconocimiento a su ópera prima Quemar las naves, sorprendió con la versión cinematográfica de su propia comedia teatral Calígula, probablemente: bajo el título Tercera llamada, Franco logró una desternillante película sobre los entretelones del teatro mismo.

Aunque se sabe que no es el punto más alto de su filmografía -más propensa a la trasgresión y a la experimentación que a la ternura y el convencionalismo- es preciso evocar Escrito en el cuerpo de la noche, la entrañable película que Jaime Humberto Hermosillo realizó luego de acudir varias noches a disfrutar de la puesta en escena de Ricardo Ramírez Carnero al texto de Emilio Carballido producido por la UNAM a mitad de la década de los noventa. Hermosillo logró que las excelentes Ana Ofelia Murguía y Martha Aura repitieran los personajes originados en el teatro, alejándose de lo efímero del fenómeno escénico y llevándolas a la posteridad implícita de la magia del cine.

Aunque son varios los ejemplos, es cada vez menos frecuente la presencia de textos originalmente teatrales adaptados a nuestro cine.

Curiosamente, se ha dado una mayor constancia de piezas cinematográficas llevadas al teatro y, en los últimos años, en la Ciudad de México se han presentado, con distinta fortuna, montajes de filmes nacionales tan distintos como Aventurera -que incluso cuenta con dos versiones- y Lagunilla, mi barrio.

Más comunes son las puestas en escena que han retomado filmes extranjeros -varios de ellos, a su vez, sendas adaptaciones de libros- como Interiores de Woody Allen, Persona de Ingmar Bergman, El graduado, Trainspotting, El juego de la silla, Dogville, Perfectos desconocidos, 7 años y Saló, además de musicales como Cantando bajo la lluvia, Víctor/Victoria, Ghost, y los éxitos de Disney, La bella y la bestia, El rey león, Aladdín, entre muchos otros.

Volviendo al caso que nos ocupa, el del teatro llevado al cine, lo único que le falta a Estoy todo lo iguana que se puede es poder tener una exhibición en las salas de cine del país, o bien, llegar pronto a alguna plataforma. Amén de la calidad de la adaptación y de los beneficios de contar con un reparto espléndido, se trata de un proyecto arrojado que al mismo tiempo va a contracorriente de lo que actualmente se está haciendo en el cine y se inserta en muchas de las discusiones de nuestra realidad y actualidad mexicana.

Y, dicho sea de paso, ojalá la película logre que algún productor o director teatral se interese por retomar El eclipse, pues desde su estreno en 1990 bajo la producción de la Compañía Nacional de Teatro, la obra maestra de Carlos Olmos no ha tenido ninguna reposición. Y en estos tiempos que corren, vaya que ese eclipse podría ser muy luminoso para el teatro y sus nuevos públicos.

Por Enrique Saavedra, Fotos: Cortesía Cenart y Producción

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