Un sueño lo anuncia: algo va a suceder. Sí, Doña Dominga sabe que vendrá un eclipse de sol. De hecho, ya hasta albergó en su casa a un hombre de la capital que viene a contemplarlo. Pero sabe que algo más va a pasar: sus sueños se lo han advertido. Tras enunciar con lujo de detalle lo que soñó frente a su hija Elia, Dominga aguarda expectante eso que viene, que no es otra cosa que otro eclipse aún más contundente que el natural: el eclipse que cubre a cada uno de los miembros de una familia y la pone en la lucha entre los atavismos y la libertad, entre el duelo y el goce, entre el irse y el quedarse. Conforme la obra avanza, va quedando claro que las luces y sombras familiares ciegan y revelan mucho más que lo que puede avistarse en el cielo.

Estrenada en 1990 en el Teatro El Granero, El Eclipse es la obra cumbre de su autor, el dramaturgo y guionista chiapaneco Carlos Olmos, quien el 13 de octubre cumple veinte años de haber partido, concluyendo una exquisita trayectoria en la que, como muy pocos casos, logró equilibrar el prestigio teatral con el éxito televisivo. Una trayectoria anclada siempre en las distintas posibilidades del teatro y sus formatos, siempre yendo y viniendo entre los temas urbanos y los asuntos de su Chiapas natal, saltando entre el realismo, el realismo mágico y lo real maravilloso, entre la farsa y la pieza, entre la crítica política y el chisme familiar.

Eso es lo que 23 años después de su primera puesta, podrá verse en el nuevo montaje de este texto, gracias a la iniciativa de Cultura UNAM, que a través de Teatro UNAM presenta una versión de El Eclipse muy distinta a la original, a cargo de la compañía especializada en teatro de sombras y objetos Caracola Producciones, que bajo la dirección de Gina Botello escenifica la adaptación que hace Jimena Eme Vázquez al texto de Olmos, en el que además del poder que tienen los personajes y el conflicto dramático, cobran importancia las imágenes construidas con objetos, telas, proyecciones, luces y sombras que enfatizan el mundo onírico y simbólico que fundamentan a esta historia realista en la que, tras el duelo por la pérdida del hombre de la casa, cuatro mujeres de tres distintas generaciones enfrentan la realidad sexual del hijo pródigo. Un fenómeno natural es el pretexto para que afloren los deseos, las verdades y los anhelos de doña Dominga, la abuela, Mercedes, la madre, Elia, la tía, Indira, la hermana, Mario, el visitante y Gerardo, el hijo.

Egresado de la Escuela Nacional de Arte Teatral, en donde tuvo como compañeros a Germán Castillo, Marta Aura, Arturo Beristáin, entre otros, Carlos Olmos vivió su primer estreno teatral en 1972 gracias a la dirección que Xavier Rojas hizo de su obra Juegos fatuos, protagonizada por dos de las más importantes actrices del siglo XX: María Douglas y Virginia Manzano, que encarnaron a dos mujeres, patrona y sirvienta, presas de su soledad y su propia compañía. La crítica se deshizo en elogios para la obra y el montaje y, con ello, Olmos entró de inmediato al panorama teatral de la Ciudad de México.

En distintas temporadas, Eduardo Ruiz Saviñón ha puesto en escena la farsa siniestra Juegos profanos, que junto con Juegos impuros y la ya mencionada, conforman el Tríptico de juegos. En ella, dos amantes celebran la Navidad junto a sus padres, solo que los amantes son hermanos y los padres están muertos. En 2002, la interpretaron Kate del Castillo y Julio Bracho en el Teatro Helénico. De las 13 piezas originales y completas escritas por Olmos para el teatro -también escribió guiones de cine, radiodramas y libretos de ópera- solamente Las ruinas de Babilonia no ha sido estrenada, o al menos no se tiene el registro de ello.

Entre los años setenta y ochenta, Olmos vivió los estrenos de sus obras La rosa de oro, El presente perfecto, El brillo de la ausencia y Lenguas muertas. De ellas, La rosa de oro es la más notable, pues la sátira sobre los premios literarios en México resultó merecedora del Premio Nacional de Dramaturgia Juan Ruiz de Alarcón y tuvo un elogiado montaje a cargo de Germán Castillo, quien también dirigió para la Compañía Nacional de Teatro una segunda puesta en escena de Lenguas muertas, una obra que retoma un tema del Siglo de Oro, la predestinación, para crear una farsa sobre las creencias de la gente de un pueblo y la manera en que un aprendiz de chamán se aprovecha de ellas.

El presente perfecto, una pieza sobre la corrupción dentro de las relaciones amorosas, fue dirigida por quien fuera su maestra, amiga y cómplice: Soledad Ruiz, una de las directoras y, sobre todo, docentes teatrales más importantes y menos reconocidas de nuestro país. Y, aunque para llevar a escena El brillo de la ausencia se conjugaron las fuerzas del dramaturgo Carlos Olmos con las del director Julio Castillo, el más importante de la década de los ochenta gracias a creaciones como De película, De la calle y Dulces compañías, el encuentro fue poco afortunado, pese a lo vanguardista del texto, que hablaba sobre el refugio político latinoamericano y, claro, a la dirección de Castillo y al atractivo reparto que incluía a Irma Lozano, Alma Muriel, Enrique Rocha y Juan Peláez.

Aunado al éxito teatral -la crítica elogiaba o desaprobaba sus obras, pero jamás hacía silencio frente a ellas-, en la década de los ochenta Olmos se consolida también como guionista de televisión. Entre 1983 y 2001, Olmos estuvo presente en las pantallas mexicanas gracias a telenovelas como La pasión de Isabela, Tal como somos, En carne propia, La sombra del otro y Sin pecado concebido, que con mayor o menor éxito de audiencia, pertenecen al selecto grupo de telenovelas de autor e, incluso, de telenovelas de culto, pues más que su rating, se rescata la calidad de su producción, dirección, elenco y, por supuesto, personajes y situaciones. En algunas de estas historias introdujo veladamente personajes gays o lésbicos sin necesidad de clichés y sí con una genuina carga dramática e irónica.

Es imposible hablar del teatro de Carlos Olmos sin hablar de sus telenovelas y viceversa. Aunque dramaturgos como Vicente Leñero y Miguel Sabido ya habían incursionado en el género de la telenovela, es Carlos Olmos quien incorpora las leyes del teatro al del melodrama televisivo. Tal vez por eso una telenovela como El extraño retorno de Diana Salazar sigue presente en la memoria de los televidentes, con todo y los ojos amarillos de Lucía Méndez, la protagonista de la historia. Una trama sobre reencarnación -o, más bien, sobre premonición- aderezada con humor negro y siniestro a cargo de personajes como el de la villana Alma Muriel y la fanática religiosa que la asistía, la extraordinaria Patricia Reyes Spíndola en uno de los personajes más perturbadores de la T.V. En éstos días se prepara una nueva versión de esta telenovela, para transmitirla en la plataforma VIX. Sí: Carlos Olmos, quien siempre estuvo a la vanguardia mediática, ha llegado al streaming.

Pero para entender el porqué Olmos llevó el gran teatro a la pantalla chica, hay que remontarse a lo que tal vez ahora podría parecer un cliché, un tema manido, una mención sobada: Cuna de lobos. A casi 40 años de su estreno en el horario estelar -hay quien dice que inició en el horario vespertino y la movieron a la segunda semana de transmisiones-, la telenovela que Televisa aceptó programar mientras se producía otra con un elenco o productor de más impacto, resultó ser, hasta nuestros días, el producto más acabado y destacado para el género de la telenovela mexicana. La mayor valía, por supuesto, se halla en el desarrollo de la historia, desarrollada con formas inéditas de tratar a los personajes, abordar las situaciones y construir los diálogos y frases.

Partiendo de una anécdota por demás convencional -una joven pobre e ingenua a la que un hombre rico y listillo engaña, embaraza y la despoja del hijo y de su inocencia-, construyó una obra que, además de paralizar a la ciudad de México, fue motivo de discusiones no solamente en el ámbito popular, sino en los del arte, la cultura y la academia, colándose en encabezados periodísticos, consignas políticas y sátiras cabareteras. Aunque todos los personajes son memorables, el motivo de tal alboroto se debe a dos mujeres en particular: Catalina Creel, la perversa madre de familia dispuesta a todo con tal de que su hijo sea feliz y María Rubio, la extraordinaria actriz que hoy, aún después de su fallecimiento en 2018, sigue siendo un ícono de la televisión mexicana.

El éxito de Cuna de lobos fue aprovechado por Olmos y Téllez, quienes levantaron una nueva producción de Juegos fatuos, en el Teatro Poliforum, reuniendo como protagonistas a las estrellas de la teleserie: Diana Bracho y la propia María Rubio -quienes luego llevaron la obra a la T.V. en la serie VideoTeatros-.

Curiosamente, una de sus obras más relevantes del autor se separa completamente de los escenarios chiapanecos o citadinos: El dandy del Hotel Savoy, que recrea los juicios y los últimos días de Oscar Wilde, quien ante el espectador se desdobla para enfatizar la tragedia que vivió el gran escritor inglés al ser encarcelado por “indecencia grotesca”, es decir, homosexualidad. Dirigida por Carlos Téllez y protagonizado por Alejandro Tomassi y Arturo Beristáin, con un amplio reparto, la obra es una de las grandes piezas del teatro universitario y del teatro LGBTQA+.

Durante los años noventa, Olmos tuvo en cartelera obras que, con mayor o menor éxito, manifestaron su prestigio y constancia: Final de viernes, en la que lleva el lenguaje de la televisión al teatro a través de un divertido romance entre una guionista y un galán de tv, interpretados por Ana Martin y Rafael Rojas, junto a Claudio Brook, dirigidos por Enrique Pineda, en el Teatro San Jerónimo. Atardecer en el trópico, que narra la repercusión en una familia chiapaneca del golpe militar de Guatemala en 1954 y que fue la sutil respuesta del dramaturgo al levantamiento del EZLN en 1994; fue dirigida por el regiomontano Luis Martín en el Teatro Jiménez Rueda y estelarizada por Martha Navarro y Arturo Beristáin.

Entrado el nuevo milenio, ya enfermo de un mal respiratorio, atestiguó el estreno de su última obra, Después del terremoto, que parte de la tragedia de 1985 para construir la historia de dos seres que, al igual que la ciudad, colapsan con sus recuerdos y frustraciones; dirigida por Mauricio Jiménez, la obra fue interpretada por Delia Casanova y Esteban Soberanes. El que esta obra no tuviera el éxito esperado, no hizo mella en el autor: cuando Olmos murió en 2003, su obra más exitosa seguía en cartelera.

Adaptación del guión cinematográfico de Álvaro Custodio, Aventurera es uno de los más rotundos éxitos de la escena mexicana. A caballo entre el teatro, el musical, el cabaret y la carpa, el espectáculo permaneció en cartelera por más de diez años. Inició en 1997 en el Salón Los Ángeles y celebró su décimo aniversario en el Auditorio Nacional.

Actrices y actores fueron y vinieron del elenco, pero aunque siempre se mantuvo la expectativa sobre la actriz que interpretaría a la aventurera del título (Edith González, Itatí Cantoral y Niurka Marcos fueron las más representativas), el espectáculo le pertenecía a la comediante Carmen Salinas, quien además produjo la obra. Junto a ella, interpretada de forma notable por Alejandro Tomassi primero y luego por Libertad Palomo -y después por otros actores-, el personaje de La Bugambilia es la principal aportación de la versión de Olmos: un hombre cisgénero que se esconde de la policía vistiéndose como una glamurosa cabaretera.

Aunque se trata de uno de los mayores éxitos del autor, su versión no está contemplada en el Teatro Completo publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2007, pues la edición realizada por el productor y director Julián Robles y el narrador y guionista Enrique Serna se concentra en sus piezas originales. Por cierto, Serna construye una de sus novelas más entrañables y conocidas a partir de su relación de amistad con el dramaturgo: en Fruta verde, novela de aprendizaje que aparte de consignar el proceso de Serna para convertirse en escritor, consigna los años de Olmos como empleado de una agencia de publicidad mientras escribe una obra teatral que resulta premiada.

El eclipse no recibió ningún premio por su dramaturgia, pero su montaje original gozó de una larga y aplaudida temporada, por la conjunción de todos sus elementos: la historia, que habla del descubrimiento homosexual en una familia humilde de la costa chiapaneca, la dirección del veterano Xavier Rojas, quien recurrió a su expertise en el teatro arena para darle mayor complejidad al texto y, por supuesto, al exquisito ensamble conformado por las primeras actrices Beatriz Aguirre, Lilia Aragón y Marta Aura junto a Gastón Tuset, Armando Palomo y Betzabeth S. González. El suceso de la obra obligó a que, para salir de gira y para seguir en el D.F., se armara un nuevo elenco, igualmente disfrutable: María Rubio, Irma Dorantes, Diana Bracho, Alejandro Tomassi, Jorge Antolín y Vanesa Bauche. El texto fue editado primero por la UNAM y después se incluyó en la colección La Centena de El MilagroCONACULTA.

Curiosamente, a la publicidad de la obra contribuyó el eclipse total de sol acaecido en julio de 1991. Y es en el marco de un nuevo eclipse de sol, el 14 de octubre, que el nuevo montaje de la obra se presenta en el Teatro Santa Catarina como parte del Festival Cultura UNAM (y a partir de febrero de 2024 con una temporada), con funciones propias del programa de Residencia Expuesta de Teatro UNAM en el que se halla Caracola Producciones, que para esta propuesta.

Además de contar con la garantía de Eme Vázquez, han reunido un equipo conformado por la escenografía e iluminación de Karla Bleu, el diseño de títeres y objetos de Daniela Villaseñor y el diseño multimedia de Joel Cárcamo. Ellos, dirigidos por Botello, complementan el trabajo del elenco integrado por Gabriela Núñez, Sol Sánchez, Carolina Contreras, Renée Sabina, Iván Zambrano Chacón y Alex Moreno del Pilar, quienes además de dar cuerpo y voz de manera precisa y refrescante a los personajes del drama, manipulan los títeres y objetos y proyectan las sombras y transparencias que nos recuerdan que el universo de Olmos parte de los sueños para aterrizar en realidades tremendas que siguen siendo de suma actualidad, pertinencia y sabor.

Por si no fuera suficiente, desde febrero de este año se estrenó en el Palacio De Bellas Artes la versión cinematográfica de la obra: Estoy todo lo iguana que se puede de Julián Robles, que actualmente sigue presentándose en festivales. De lo mejor que nos deja esta nueva lucha entre el sol y la luna es que nos devuelve al teatro a Carlos Olmos y su brillo inconfundible.

Por Enrique Saavedra, Foto: Cortesía

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