La Guerra Fría, escrita por Juan Villoro y bajo la dirección de Mariana Giménez, inició una nueva temporada. En el 2019 este proyecto se presentó en el Museo Rufino Tamayo de la Ciudad de México, ahora, con un remontaje, se presenta en el Teatro Estefanía Chávez Barragán (antes Carlos Lazo), de la Facultad de Arquitectura de la UNAM.

Mariana Gajá, Bernardo Gambo y Jacobo Lieberman actúan en el montaje. Nos transportan hasta la década de los ochenta a un territorio ocupado, dividido: Berlín. Los intérpretes habitan a los personajes, se proyectan en el tiempo. En el aire flota la sensación de una época que se desvaneció. Una época que desapareció con una idea de libertad que nos quisieron hacer creer llegaría cuando se colapsaran los muros. Éstos cayeron y surgieron otros más, y el triunfo de un sistema no significó el cumplimiento de la promesa de “un mundo libre” y mejor.

Aquí te contamos tres razones para ver La Guerra Fría.

1. Reconstruirnos entre las ruinas y en territorios ocupados. El proyecto escenográfico en el que se desarrolla la obra nace de un taller impartido por el escultor Abraham Cruzvillegas. En él participaron 20 alumnas y alumnos de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, de la licenciatura en Escenografía de la ENAT y de la Facultad de Arte y Diseño de la UNAM. A partir de elementos recatados y en desuso, provenientes de la Facultad de Arquitectura, de Teatro UNAM, y del Museo Universitario de Ciencias y Artes, se crea el espacio escénico que ocupan El Gato y Carolina, los personajes de esta obra. Los elementos reciclados amueblan el refugio de estos amantes mexicanos que,en el Berlín de principios de los ochenta,viven como okupas. A diferencia del primer montaje de la obra en El Tamayo, la obra escénica se llama hoy Autoconstrucción en lugar de Autodestrucción.

2. El texto de Juan Villoro se sumerge en la ya lejana década de los ochenta. Rescata la experiencia de su autor, quien entre 1981 y 1984 vivió en Berlín durante uno de los momentos más álgidos de La Guerra Fría. Villoro fue testigo cercano de este conflicto latente que duro por poco más de cuatro décadas. Con esta obra el autor rescata la experiencia de quienes en ese entorno de tensión vivían al límite. A partir de ello crea una analogía de la pérdida, los territorios ocupados y divididos, el conflicto latente con el encuentro amoroso y la pareja. Es, sin embargo, en el último momento antes del derrumbe, que el texto nos muestra una luz y una esperanza.

3. Un lugar y un tiempo que marcaron lo que hoy somos. Jacobo Lieberman crea la música original para el montaje. Un mundo auditivo que recuerda los sonidos del rock de los ochenta. Sin alejarse del rock, introduce atmósferas y capas oscuras. Esto nos refiere a esa década en que el rock se diversificó por innumerables caminos. A esto hay que sumar el diseño de iluminación de Patricia Gutiérrez, de vestuario de Mauricio Ascencio y de videopoyección de Jorge Orozco Watson y Vanessa Alcaíno Pizani, que en conjunto crean la ficción de encontrarnos – efectivamente – en otro lugar y en otro tiempo.

Ya lo sabes, La Guerra Fría es un montaje que indaga sobre la pareja y sus territorios, pero también nos espejea con procesos sociales y políticos que dieron forma a lo que el mundo es hoy. Además, es una propuesta no convencional. La obra se presenta en el escenario del teatro, pero el público no está distribuido en el parque de butacas, sino colocado al fono del escenario, viendo muy de cerca la acción. La butaquería del teatro se asoma por un espacio del telón y se funde con el espacio escénico.

Para más información de La Guerra Fría, horarios y boletos haz clic aquí.

 

Por Óscar Ramírez Maldonado, Fotos: Cartelera de Teatro.

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