Si bien se trata del proceso natural del ser humano, la pandemia mundial suscitada en 2020 nos ha hecho más conscientes y sensibles al fenómeno de la pérdida y la partida de tantas y tantas personas. La comunidad teatral no ha estado exenta de perder a muchos de sus valiosos miembros.

Este año hemos despedido a varias figuras de la escena y, recientemente, tras la partida de actores como Mauricio Davison y Marta Aura -a quien se les dedicaron obituarios en Cartelera de Teatro-, se resintieron las de la actriz, directora y docente Adriana Roel, el actor y docente Miguel Flores y el director y docente Manuel Montoro, cuyas trayectorias teatrales son un ejemplo de calidad.

Por ello, para celebrar este Día de Muertos, Cartelera de Teatro les pone un altar a estas tres figuras de nuestro teatro en reconocimiento al impecable legado que nos dejan.

ADRIANA ROEL (1934-2022)

A lo largo de más de 60 años de actividad, Adriana Roel mereció los más diversos reconocimientos por su trabajo siempre anclado en el teatro, con notables aportaciones en el cine (su actuación en Anacrusa de Ariel Zúñiga y No quiero dormir sola de Natalia Beristain fue reconocida con el Premio Ariel) y la televisión (el gran público la ubica por su participación en famosas telenovelas como Viviana, El extraño retorno de Diana Salazar y Amarte es mi pecado).

Debutó en grande, en Los frutos caídos de Luisa Josefina Hernández dirigida por su maestro Seki Sano y protagonizada por su admirada María Douglas. De inmediato se posicionó como una joven figura y, desde entonces, estuvo presente en momentos fundamentales del teatro de la segunda mitad del siglo XX, pues perteneció primero a la Compañía de Repertorio del INBA -en donde actuó obras de Ibsen, O’Neil y Miller- para luego ser parte, a principios de los sesenta, del proyecto Teatros del Seguro Social, en donde participó en piezas memorables como Juego de reinas y Las troyanas, bajo la dirección de José Solé y al lado de Ofelia Guilmain. En los setenta, integró la recién creada Compañía Nacional de Teatro. Ahí escenificó Examen de maridos de Ruiz de Alarcón, Las tres hermanas de Chéjov, La casa de los corazones rotos de Shaw y Luces de bohemia de Valle Inclán y trabajó bajo la dirección de Ignacio Retes.

Más de veinte años después, Adriana Roel regresó a la Compañía Nacional de Teatro, en calidad de actriz de número -el equivalente al mote “primera actriz-, en donde destacó su presencia en las obras Natán el Sabio de Lessing e Ilusiones de Viripaiev, con Enrique Singer y Mauricio García Lozano como directores. Su último trabajo fue en Memoria, un homenaje para ella y otros tres actores -Ana Ofelia Murguía, Marta Aura y Ricardo Blume- creado por Paula Zelaya y Diego del Río.

Aunque su trayectoria es por demás prolífica, es de destacar la etapa en la que colaboró con su maestro, amigo y compañero de oficio Dimitrios Sarrás, controvertido director y docente griego con quien durante los setenta logró una mancuerna única reflejada en obras como Alfa Beta de Whitehead y Las criadas de Genet. El punto más alto de la dupla fue en la obra de Neil Simon, La dama de pan de jengibre, obra con la que la actriz obtuvo premios de la crítica especializada y la cual ella misma consideraba su mejor actuación en un escenario.

La consolidación de su carrera teatral que logró con esas propuestas, le permitió continuar con proyectos de alto calibre, como Sonata de otoño de Bergman, dirigida por Salvador Garcini, El hombre elefante de Pomeranc, dirigida por Rafael Sánchez Navarro, Magnolias de acero de Harling, en dirección de Héctor Bonilla, Hamlet de Shakespeare dirigida por José Luis Ibañez y Adorables enemigas de Kirkwood, formando una dupla exquisita con Silvia Pinal. Actuó también en La boda negra de las alacranas de Hugo Argüelles y en Rita Julia de Benjamín Caan, ambas obras fueron escritas especialmente para ella, al igual que lo fue Lou, la sibila de Hainberg, la obra de Beatriz Martínez Osorio con la que en 2007 celebró 50 años de trayectoria, bajo la dirección de Claudia Ríos.

Dirigió un aplaudido montaje de Cartas de amor en papel azul de Arnold Wesker y una nueva puesta en escena de Las criadas, actuada por Patricia Reyes Spíndola, Pilar Pellicer y Alejandra Bogue en el extinto Foro Stanistablas, del cual fue maestra y socia. Durante varios años, estuvo al frente del Estudio de Actores Dimitrios Sarrás, el cual fundó junto con su maestro y amigo.

Adriana Roel murió el 4 de agosto de este año, a los 88 años de edad, plena del aplauso de la comunidad de la cultura y el espectáculo y, sobre todo, de un público que siempre supo reconocer que su presencia en cualquier proyecto era garantía de prestigio y calidad.

MANUEL MONTORO (1934-2022)

Cuando en marzo de 2014, en la inauguración del nuevo Teatro Milán y el Foro Lucerna, Mariana Garza y Pablo Perroni hicieron un alto en la ceremonia para agradecer y destacar la presencia de quien les cedió el espacio para rescatarlo de las cenizas y volverlo a la vida. Desde su butaca, porque ya no podía subir al escenario de un teatro que conoció a la perfección, Manuel Montoro escuchó los muy merecidos aplausos y gritos de bravo.

Aunque Manuel Montoro comenzó en 1966 su trayectoria en el teatro mexicano, sus mayores éxitos artísticos y de público se dieron durante la década de los sesenta y setenta.

Oriundo de España,  Montoro se afincó en México tras estar al frente del Teatro de las Naciones de París. Durante más de cinco décadas fue partícipe de la Facultad de Teatro y la Compañía de Teatro de la Universidad Veracruzana, donde fue creador y docente. Desde sus primeros montajes, Montoro se distinguió por aplicar un método de trabajo riguroso, basado en la precisión del movimiento corporal y la palabra enunciada, lo cual tiene su fundamento en la escuela francesa formal, que apela a la calidad del teatro trabajado desde el exterior. De sus primeros montajes en Xalapa, destaca Mariana Pineda de García Lorca.

Aunque en la Ciudad de México trabajó en diversos foros, las propuestas de Montoro tuvieron una sede central: el Teatro Milán, en la Colonia Juárez, el cual durante varios años fue el epicentro de la más alta calidad en cuanto a textos, dirección y actuaciones.

Hasta hoy resultan memorables obras como Fuentevaqueros con textos de García Lorca, El cuarto de Verónica de Ira Levin, Los emigrados de Mrozek, Los acreedores de Strindberg, Sacco y Vanzetti de Roli y Vicenzoni, El malentendido de Camus, Los últimos de Gorki, Medea de Eurípides y La ley de Creón de Olga Harmony. Esta obra dio una de sus funciones programadas el 18 de septiembre de 1985, la mañana siguiente el terremoto que sacudió a la ciudad derribó el inmueble, quedando durante más de treinta años la fachada con el anuncio de ésta obra.

En otros recintos, Montoro llevó a escena Viejos tiempos de Harold Pinter en traducción de José Emilio Pacheco, No se sabe cómo de Pirandello, El cerco de Numancia de Cervantes Saavedra, ¡Ah, los días felices! de Beckett, La noche de las tríbadas de Enquist, El cambio de Claudel, Jardín de invierno de Julieta Campos, El sueño de la razón de Buero Vallejo, Las noches blancas de Dostoievsky/Leñero, Son pláticas de familia de Solana y Yerma de García Lorca.

Si algo permitió que el trabajo de Montoro fuera por demás trascendente en su época -y, hay que decirlo, poco valorado en estos tiempos-, fue el cuadro de extraordinarios actores que dieron vida a ese método que en apariencia es frío y mecánico, pero que gracias a su entendimiento y sensibilidad lo volcaron en favor de momentos únicos en el escenario. Ana Ofelia Murguía, Beatriz Sheridan, Claudio Obregón, Salvador Sánchez, Francisco Beverido, Mabel Martín, Irma Lozano, María Rojo, Mercedes Pascual, Blanca Guerra, Patricia Reyes Spíndola, Alberto Estrella y Carmen Delgado estuvieron presentes en estas puestas en escena, mismas que fueron definitivas en sus trayectorias.

Todavía después de 1985, siguió trabajando en la Ciudad de México, tanto Montoro como su colaborador y pareja, el escenógrafo Guillermo Barclay, decidieron radicar definitivamente en Veracruz, en donde ya en el nuevo milenio escenificó un celebrado montaje del Final de partida de Beckett.

Manuel Montoro murió el 28 de septiembre de 2022 a los 94 años de edad, dejando un legado que merece ser rescatado y divulgado ante las nuevas generaciones de creadores escénicos.

MIGUEL FLORES (1948-2022)

El mismo día que partió el director hispanomexicano, se fue uno de los hombres más queridos, respetados y valorados por las distintas generaciones de estudiantes -y profesionales, claro- de las artes escénicas, Miguel Flores, cuya trayectoria inició a principios de la década de los sesenta y culminó apenas a mediados de este año, cuando dos jóvenes actores le ayudaban a desplazarse en el escenario sobre el que dictaba cátedra de cómo decir el verso del Siglo de Oro español en el montaje de Emma Dib a La culpa busca la pena y el agravio la venganza de Ruiz de Alarcón.

Flores perteneció al Teatro de Coapa, la compañía de Héctor Azar, bajo su dirección actuó en Las aves de Aristófanes. Desde entonces, fue uno de los actores más prolíficos, constantes y omnipresentes de nuestro teatro, interpretando lo mismo protagónicos que sólidos personajes de soporte. Obras como Mudarse por mejorarse de Ruiz de Alarcón dirigida por José Luis Ibáñez, Ubú rey de Alfred Jarry dirigida por José Estrada, Severa Vigilancia de Genet con dirección de Ludwik Margules, Cómo han de ser los amigos de Tirso de Molina dirigida por Alejandro Aura y Diálogo entre el amor y un viejo de Rodrigo de Cota en dirección de Antonio Algarra son muestras de esa diversidad de géneros y estilos que fue capaz de tocar en sus primeros años.

Formó una importante mancuerna con el dramaturgo y director Adam Guevara, con quien colaboró en obras como Me enseñaste a querer y Lunes rojo. El texto más conocido de Guevara, ¿Quién mató a Seki Sano? fue escrito para Miguel Flores. Con Luis de Tavira participó en Clotilde en su casa de Ibargüengoitia, Jubileo y El corazón de la materia de Enríquez, Pequeños zorros de Lilian Hellman. Con Margules volvió a participar en el celebrado montaje de Los justos de Camus y en su última puesta en escena, Noche de reyes de Shakespeare. Estuvo presente en uno de los montajes más representativos del teatro universitario de la década de los ochenta: Muerte accidental de un anarquista de Darío Fó, dirigida por José Luis Cruz, protagonizada por Héctor Ortega.

Apoyó profundamente el trabajo de autores y directores de las nuevas generaciones, en su mayoría alumnos suyos que lo invitaron a proyectos que hoy son referentes del teatro, como Alicia detrás de la pantalla de Luis Mario Moncada dirigida por Alejandro Ainslie, El lector por horas de Sanchís Sinisterra en dirección de Ricardo Ramírez Carnero, Noche árabe de Schimmelpfenning dirigida por Mauricio García Lozano, Derviche de Ximena Escalante dirigida por Carlos Corona, Un propósito claro de Ileana Villarreal con dirección de Jesús Díaz, Elefantes de Cristian David y Fernando Reyes Reyes y Perderlo todo menos la soledad de Valeria Fabbri, entre muchas otras.

La pasión por el teatro -son escasas, casi nulas, sus participaciones en cine o televisión- y por su tradición, lo convirtieron en el actor idóneo para representar la comedia Ñaque o de piojos y actores de José Sanchís Sinisterra que bajo la dirección de Alejandro Velis tuvo un sonado éxito a finales de la década de los noventa. Ahí, junto al muy tempranamente ido Carlos Cobos, hacía y deshacía como solamente es capaz de hacerlo un actor de cepa, un actor a quien sí le quedó, defendió y dignificó la etiqueta de ser “actor de teatro.

Miguel Flores mereció apenas hace unos días un homenaje por parte de la comunidad teatral que tanto le debe a sus enseñanzas y a su andar sereno.

Curiosamente estas tres figuras de nuestro teatro nunca colaboraron juntas, pero hoy sus almas descansan juntas y son recordadas por el pleno de la comunidad teatral que queda viva y agradecida con sus aportaciones, y la vida que le infundieron al teatro mexicano.

Por Enrique Saavedra, Fotos: Cortesía

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