Por Saúl Campos/PV es el diminutivo para un nombre singular: Pequeña Voz, una jovencita de muy bajo perfil cuyo mayor pasatiempo en la vida es escuchar una y otra vez los viejos discos que su padre le dejó antes de morir. Pese a que la chica posee sin duda una voz espectacular, que al sentirse en comunión a la música la hace vibrar por fuera y por dentro, su madre, Mary Hoff (Una mujer obsesionada con encontrar a un hombre rico que la mantenga) no está del todo convencida de que PV sea alguien destacable. Todo cambiará cuando el nuevo novio de su madre, un famoso caza talentos, decida fijar sus ojos en ella para lograr que comparta su don con el público, al tiempo que el chico que instaló el nuevo teléfono de la señora Hoff, decida acercársele para tratar de entender, desde ellos, el universo tan complejo que se esconde dentro de ella.
Por vez primera en México, Pequeña Voz (The Rise And Fall Of Little Voice) de Jim Cartwright llega al teatro para contarnos una historia de abuso, represión y esperanza al final del camino. Un relato sobre cómo una familia puede ser disfuncional desde algo tan sencillo como la incomunicación y lo que provoca el darle continuidad a esto por medio de la explotación del único atisbo de bondad existente.
Cartwright nos entrega un texto contenido en una rabia familiar que no ha sido explorada, no ha sido tratada ni comprendida y por ende está destruyendo todo lo que toca. Esta rabia son los silencios de PV, la obsesión de su madre por sobresalir, las partes unidas por las fibras más sensibles al punto de quiebre. Sin embargo, la música conecta, une personas, y podría salvarnos… a menos de que alguien encuentre la manera de alterar su propósito y lucrar con ella…
Para desmenuzar esa ambiciosa propuesta de parte del autor (escrita de una manera tan coloquial y plena que pareciera no ser realmente intrusiva) el director, Alonso Íñiguez, nos conduce por una experiencia que podríamos describir como “una cruda”. Tal cual, Íñiguez decide presentarnos a una serie de personajes que no logran conectar con el personaje principal, dado su egoísmo nato y a una protagonista incapaz de lidiar con sus propias emociones más que con la expresión artística.
Así, sobre el escenario la historia va dejando un tono naturalista que construye personajes bastante complejos, atrapados en la miseria de su soberbia. Realmente un panorama brumoso y desalentador de dónde únicamente el canto de Pequeña Voz puede partir el drama y ofrecer un punto luminoso para estar. Algo que se agradece en la dirección, que en general logra definir la valía de este texto, a pesar de abusar de la lentitud del ritmo y literalidad, lo que crea una sensación de pesadez inevitable con su audiencia.
Es ése letargo, el cual podría desconectar al espectador de esta historia, sin embargo, son las actuaciones de Amanda Farah, Karina Gidi y Odiseo Bichir, como la vecina, la madre y el caza talentos, respectivamente, las que logran mantenernos anclados. En todo momento los actores definen un rasgo de personalidad con el que podemos conectar, sin embargo, a medida que el conflicto se desarrolla, podemos ver una evolución oscura en el interior de cada uno, una extraña perversión que está descomponiendo a esos seres imperfectos en personalidades totalmente difíciles de aceptar. Un trabajo limpio y de análisis que rinde frutos y cautiva.
No obstante, el motivo principal para acercarse a conocer este montaje tiene que ser descrito aparte. María Penella como Pequeña Voz es simplemente una de las actuaciones más sólidas, complejas y perfectas que podremos ver este año. La actriz nos acerca a la mente de una persona que claramente muestra signos de Asperger, a su comportamiento, a sus modos y modismos, todo con la misma ligereza para apartar esta máscara cuando su personaje le dicta mostrarse frágil y exponer su canto.
Penella ejecuta cada nota al estilo de Judy Garland o Shirley Bassey, con una técnica tan precisa que eriza la piel. Cada interpretación se vuelve un showstopper que no solo eleva a la actriz a otro nivel, sino que le permite avanzar a la historia con más fuerza e impregnar a sus compañeros de la energía necesaria para que cada uno desarrolle algo nuevo sobre la escena. Todo acompañado por una sobria y precisa iluminación de Jesús Hernández, ocupando un dispositivo escénico de su creación (bastante útil, pesea a su literalidad).
Pequeña Voz es un vaivén emocional al que es necesario exponerse para entender que en medio de los pasajes más oscuros, siempre hay un punto de luz que merece le prestemos la atención necesaria, pues podría marcar la diferencia en la manera en la que vemos la vida, podría hacernos un bien, purificarlo todo, en media que le permitamos elevar su brillo, alzar su queda voz.
La obra se presenta en el Teatro Milán hasta el 14 de julio, consulta precios y horarios, aquí.
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Me pareció espectacular y en especial la actuación y voz de Maria Penella, me pareció Magistral…una puesta en escena que no deben perderse…la disfrute mucho
Interesante quiero verla, comprare boletos para la prox semana