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LOS CHICOS DE LA BANDA: De la complejidad de la convivencia personal



Fotos: Cortesía Producción

Por Saúl Campos/Michael tiene una relación de amor – odio inevitable con Harold, uno de sus mejores amigos, sin embargo es aquel amor que los une, el que lo pone sobre todas las cosas y lo impulsa a organizar la fiesta de cumpleaños de este último. Entre preparativos, la ambición de ser una especie de Doña Perfecta y una visita inesperada, la fiesta de Harold se convertirá en un extraño convivio para sus amigos y él mismo, en el cual, los tabúes de la homosexualidad harán acto de presencia para revelarse en un juego cruel del cual no habrá mayor respuesta que atreverse a lastimar o ser lastimado. Feliz cumpleaños Harold…

Original de Mart Crowley, el texto sesentero The Boys In The Band, efectivamente inició una conversación en su década sobre la homosexualidad vista desde quienes sufren en escrutinio público y sin fundamento alguno el discurso de odio de quienes lo practican, y volvió en boga tras su último revival el año pasado en Broadway. Hoy, el texto llega al Teatro Xola bajo la dirección de Pilar Boliver, en una producción lejos de la perfección, pero justiciera a capa y espada.

Con un elenco que separado a la convención de 25-35 años del texto original que salta una década arriba, la directora propone retomar el texto desde una arista más fresca, separando sus actos en una evolución clara de la comedia al drama que claramente funciona en favor de un público latino, al cual la convención de una fiesta que comienza y termina en hostilidad, no funcionaría y menos teniendo un tema clave en medio como la discriminación y el rechazo a la inclusión.

Si bien las lenguas puristas (o poco fundamentadas) podrán lapidar la decisión de Boliver de orientar su montaje a la comedia en progreso de un drama, el  resultado es tan efectivo que inclusive el mensaje alcanza notas severamente emotivas en su audiencia, que impulsada por lo que acaba de presenciar, responde con expresiones de júbilo e incluso llanto a los momentos clave de la trama.

El texto de Crowley se aleja del pedimento en pro de un mundo mejor para tan sólo poner las cartas sobre la mesa y dejar que el espectador tome su lado del juego. El texto provoca, sí, pero su carisma incendiario no pretende armar partidos, solo brindar datos, impulsar a una toma de conciencia en un ejercicio meramente personal.

Con todos estos elementos a favor, sumando una escenografía realista bastante funcional a cargo de Sergio Villegas, desgraciadamente el fin último de perfección de la obra se diluye cuando el tramo actoral aparece en el análisis.

El pensamiento obliga a poner en la silla de juicio a Horacio Villalobos, al ser el actor a cargo del personaje principal y notoriamente el centro de atención al ser la figura pública del montaje. No obstante, el trabajo de Villalobos funciona, de principio a fin, el comunicador crea una ruta precisa a su trabajo, creando un personaje que le brinda credibilidad, entereza y franqueza. No tiene un diapasón actoral amplio, queda claro, pero puede con el rol y lo ejecuta con decoro.

Mientras que Juan Carlos Martín del Campo, Juan Ríos, Alfonso Soto y Gutenberg Brito entregan al montaje una vitalidad, fractura y emoción precisas para poder describir la vulnerabilidad de estos seres en medio de la necesidad de expresarse con libertad y ocultarse del dolor de la realidad no incluyente. Los actores sobresalen notoriamente de un elenco que se mueve entre tonalidades medias y otras que no encajan en la puesta.

Los chicos de la banda es un recordatorio necesario a la visibilidad, a la aceptación, a la realidad y la veracidad del ser humano desde sus preferencias y motivos gregarios. Es una celebración que se tornará tan macabra como la realidad y visión del espectador lo permita, pero que sin duda, libera más de un demonio en la sala.

Las funciones son en el Teatro Xola Julio Prieto hasta el 22 de diciembre, consulta precios y horarios, aquí.

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