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LA GRAN FAMILIA: Donde lo brechtiano pesa mucho



Fotos: Sergio Carreón

Por Luis Santillán/La gran familia, texto y letras de Claudio Lomnitz y Alberto Lomnitz, propuesta musical de la Compañía Nacional de Teatro, trata sobre un personaje conocido como “Mamá Rosa”.

La parte visual de la propuesta es lo que sostiene la puesta en escena. La escenografía diseñada por Sergio Villegas crea un espacio que contiene en sí mismo el espacio de representación, el primero de ellos es para enmarcar el “teatro” donde se lleva a cabo la función que ven las “autoridades”, el resto son los espacios que el relato requiere. El apunte a un teatro clásico, con cierto aire de caducidad, se establece como una metáfora concreta sobre la postura del texto sobre la visión de las familias. La forma en que se van construyendo los espacios del relato es coherente con las posibilidades de quienes habita ese universo, y eso es un gran acierto.

Pocas veces se menciona a los realizadores, pero en esta ocasión no hablar del trabajo de Irma Reynoso, Gabriela Ávila quienes realizan las pelucas de estambre, y del taller de vestuario, maquillaje y peluquería de la CNT, quienes realizan las pelucas de cordoncillo, sería una injusticia dado que ese elemento aporta mucho en la creación y distinción del universo. La textura, las formas, la hechura de las pelucas amplifican los personajes y matizan el conjunto.

Astrid Romo tiene el personaje “Chupa Chups”, llama la atención que nunca cesa la energía en ella, no es que el resto del elenco carezca de eso, sino tan solo que ella destaca tanto por su trabajo como por la forma en que aprovecha las características del personaje.

Donde sí existe un desequilibrio es entre los figurantes, en nivel de energía, la atención en escena son desiguales, desde aquellas quienes están realmente viviendo la escena hasta quienes dan la sensación de no tener claro qué hacen ahí.

Si bien el trabajo de Villegas destaca, el planteamiento también lleva una aparente debilidad. Al crear un teatro dentro del teatro los dobleces de realidad quedan en evidencia, pero valdría la pena analizar si esta propuesta de espíritu brechtiano le da los matices que el relato necesita, lo cierto es que la relevancia o importancia de los sucesos quedan en un plano casi irrelevante, en parte porque la “representación” nunca va más allá y así todo está en una zona de seguridad.

La gran familia puede que no se concrete cabalmente como una propuesta musical afortunada, sin embargo, el relato plantea una serie de aristas que valen la pena reflexionar. La calidad de la puesta en escena es alta, el trabajo de los actores es bueno, es una de esas puestas en escena que solo son posibles por el gran aparato que tiene la Compañía Nacional de Teatro.

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