Por Ro Tierno, Fotos por Jennifer González, Cortesía INBA/ En los años 50, Salvador Novo escribía este texto que ponía al descubierto la corrupción y la farsa de los grandes medios de comunicación. A casi 70 años de no montarse, hablamos con Fernando Bonilla sobre esta puesta que adapta y dirige, y que aborda un tema que sigue más vigente que nunca, sumando un énfasis en la cuestión de género.

La puesta en escena de A ocho columnas es una propuesta de la Coordinación Nacional de Teatro en conjunto con Clavo Torcido y Próspero Mx. Se presenta hasta el 23 de septiembre de jueves a domingos en el Teatro Orientación del CCB.

¿Cómo te encuentras con este texto de Salvador Novo?

El proyecto lo levantó Jerónimo Best, uno de los coproductores, hace como unos tres años me dijo que quería que dirigiera esto. A mi de entrada dirigir a Novo me pareció interesante, porque es un autor que me divierte mucho leer y se monta muy poco, aunque creo que fue mejor cronista y poeta que dramaturgo. Yo no conocía la obra ni su faceta como autor de teatro. Conocía El espejo encantado, que es una obra fantástica, y cuando leí esta me pareció un gran reto porque de pronto podría parecer que es un texto viejo, es un texto muy expandido, reiterativo y largo, muy distinto a lo que hoy se suele consumir en el teatro, es teatro absolutamente de palabra.

Me pareció un reto importante como director, y me entusiasmó mucho la idea de hacer una retrospectiva sobre el quehacer periodístico en México. En un momento tan particular como el que estamos viviendo, me resulta mucho más interesante estrenar hoy que hace tres años, porque estamos viviendo un momento de reconfiguración política y además de la mano de una reestructuración del quehacer periodístico, estamos justo en la antesala de una inédita formación entre poder, prensa y sociedad, así que es un momento muy delicado.

¿Qué resonancia tuvo en la época que la escribió?

La escribió deliberadamente para criticar su experiencia en el diario Excélsior, como periodista. En esa época había dos periódicos básicamente, el Excélsior y El Universal, eran los dos grandes diarios. Luego Novo dijo que no, que él sólo había escrito una obra y hubo gente que se quiso poner el saco, pero es evidente, Monsiváis por ejemplo tiene un ensayo que es evidente que está hablando específicamente de Excélsior, y específicamente como Carlos Denegri, que es una figura del periodismo mexicano icónica, que de alguna manera definió esta relación perversa entre poder y prensa, él escribía la columna más influyente del país, y descaradamente cobraba por hablar o callar ciertos temas. Tenía una relación muy estrecha con una jerarquía del gobierno. 

El efecto inmediato es que a Novo lo vetaron, el jefe de Excélsior dijo que desaparecería el nombre de Salvador Novo. La historia de Excélsior es muy interesante, ha sido un medio que ha sido muy cambiante, estuvo Scherer que fue quien sacó a Denegri, y terminó siendo lo que es el diario ahora.

¿Pensaste en adaptar a la época actual? ¿Por qué tomas esta decisión de dejarla en los años 50?

Fue un proceso intermitente, hicimos una lectura del texto tal cual lo escribió Novo, antes que yo le metiera mano. Hubo un cierto resquemor del elenco de preguntarse cómo íbamos hacer esto divertido o digerible. Yo sentía que la peor equivocación que podíamos cometer habría sido ir en contra de la naturaleza del texto y llevarla a una naturalidad más cercana a nuestra época y nuestro modo de ver teatro ahora. La riqueza de la obra consiste también en la forma de dialogar regodeada, barroca, de los personajes, entonces decididamente nos fuimos a un estilo muy buscado, premeditado e inspirado en las personalidades de esa época, entonces son personajes que están desarrollados desde el cliché, desde la exageración y que nos remiten mucho al cine de los años 50.

Lo que es interesante es que en este melodrama mexicano pues era muy común la moraleja aleccionadora, y aquí estamos haciendo una crítica con mucho humor negro y donde acaba imponiéndose el personaje más perverso, que nos muestra cómo funcionaba el periodismo, y como siguió funcionando hasta ahora prácticamente.

¿Crees que el hecho de que transcurra en otra época aleja al espectador de tener una reflexión en cuanto a la problemática?

Yo creo que pasa muy bien la obra, y le ha venido muy bien el paso del tiempo porque ha cobrado una dimensión que cuando la estrenó Novo no tenía. Parte de la riqueza que genera ahora en el público es este elemento nostálgico, está decididamente subrayado los guiños costumbristas de la época, cuánto costaba una cajetilla de cigarros, un almuerzo, dónde iban, que la gente imagine esa ciudad, que era la Ciudad de México en los 50’s.  Toda esta envoltura que al público le resulta agradable le permite que entre bien la premisa de la obra, que es el dilema ético del quehacer periodístico y la relevancia de los valores en el periodismo. Justo en esta época cuando estamos al borde de un cambio de gobierno, más allá de filias y fobias pues nos presenta el fracaso de una campaña periodística de desprestigio que creímos que había triunfado hace 12 años y ahora vimos que fracasó, eso es lo que plantea la obra, la contratación del medio más influyente del país para desprestigiar y arruinarle la carrera a un político. Este tipo de estrategias habían funcionado siempre hasta el pasado 1° de julio y esto determina mucho la lectura que el publico le está dando a la obra.

Regresando a Novo como dramaturgo, ¿qué cosas de sus textos aún funcionan en la escena?

Novo en general maneja muy bien la ironía, tiene un sentido del humor muy fino y ponzoñoso, era un provocador, le encantaba escandalizar, y en ese sentido la obra está llena de eso. Hubo que hacer un trabajo para compactar y para dirigir esos momentos pero fundamentalmente es un autor que conoce bien la naturaleza humana, pero esencialmente es un gran lector de la sociedad mexicana.

¿Por qué crees que Salvador Novo se monta tan poco? ¿Hay un descrédito hacia los dramaturgos mexicanos?

Pasa mucho en México, pero en el mundo hispanohablante, creo que hay un trato muy injusto a los dramaturgos que escriben en español, desde cómo se enseña. Hablamos hace unos meses del fenómeno extraño del trato que se le da el Siglo de Oro. En el caso de México, hay grandísimos autores del Siglo XX que no se enseñan como se deberían enseñar en las escuelas de teatro, y que se montan mucho menos de lo que uno esperaría que se montaran. El propio Novo, Carballido, Magaña, incluso Villaurrutia, Luisa Josefina Hernández, que son nuestros grandes dramaturgos del Siglo XX y es raro encontrarlos en la cartelera. Creo que tiene que ver con un problema de complejo de inferioridad, y los tenemos en el anaquel llenándose de polvo y la verdad cuando te sumerges te das cuenta que tienen mucho que decir, Ibargüengoitia por ejemplo, que es otro autor que no se monta para nada.

El montaje pareciera tener un acento en la cuestión de género, ¿estaba presente en el texto?  

No tengo muy claro, pero intuyo que hay mucho machismo en Novo, no sé hasta qué punto él se está burlando del machismo o lo retrata tal como era. Pero yo decididamente lo exageré, y puse muchos acentos, muchos énfasis en el trato y las condiciones de la mujer, las vías muy acotadas en las que una mujer podía en esa época hacerse de una carrera, siempre a la sombra de un varón, como secretaria y si es periodista, en sociales. Yo desde el principio les decía que era un punto de interés en la obra exponer el machismo, pues para ver qué de esto nos hace eco ahora y qué puede que esté superado y qué no. Hay un tratamiento muy enfático en ese sentido, a la idea del amor romántico, que juega mucho con los estereotipos de la época, porque el cine de la época sí tenía un deliberado interés en decirle al pueblo ‘estás bien jodido, no está mal ser pobre, los pobres son buenos, los ricos son malos, ustedes ámense y sean felices en su pobreza’, y creo que es lo que pasa en la obra. El personaje Torres los va empujando hacia el amor para deshacerse de ellos y seguramente el final que tendrá la pareja enamorada pues será horrible. Es interesante y creo que es un gran error tratar el machismo en la perspectiva histórica, con un intento de maquillarlo, me parece más interesante subrayarlo, evidenciarlo, para que nos confronte con el machismo de nuestra época.

La historia de A ocho columnas, muestra a un joven reportero que obtiene trabajo en El Mundo, “el mejor periódico de México”. Este personaje será víctima de la falsa moral de sus superiores, en una pérdida de la inocencia y de la utopía del trabajo periodístico,  deberá elegir entre una carrera próspera y su integridad ética, entre el amor y el poder, entre la riqueza y el honor; pero esta deberá ser una decisión rápida, porque tras él hay otros dispuestos a aceptar la oferta.

El elenco está conformado por Luis Miguel Lombana, Sophie Alexander Katz, Alondra Hidalgo, Pedro de Tavira, Arnoldo Picazzo y Jerónimo Best alterna funciones con José Carriedo. Cuenta con escenografía de Elizabeth Álvarez y vestuario de Estela Fagoaga.

¿Cómo ha sido el trabajo con el elenco?

Suelo trabajar con gente que conozco bien, pero por ejemplo a Arnoldo y Alondra no los conocía, los conocí en este montaje, pero funcionan muy bien, y a los demás los convoqué yo. Tenía muchas esperanzas en esto, pero también sabía que era un enorme riesgo. En las primeras lecturas les dije que íbamos a trabajar totalmente distinto a lo que estamos acostumbrados hacer, que los iba a llevar a lo que hoy consideraríamos que está mal actuado, desde la forma, y después llegar al fondo pero trabajar muy formalmente. Todo está lleno de pausas, de gestos, de cosas falsas. Pepe trabajó con Veronese por ejemplo, y yo les decía, es la antítesis de Veronese, aquí quiero pausas, puntos suspensivos, no me llenen de textos ad libitum, todo tiene que ser mucho más tieso. Sabía que el principal objetivo de la puesta en escena era entonar a los actores.

¿Por qué crees que es importante que el público venga a ver la obra?

Es una experiencia muy divertida, me complace ver que el público reacciona tanto, no esperaba que reaccionaran tan activamente, me da la sensación de que entran al código de la época y me imagino que el público de la época reaccionaba así, y gritaba y se emocionaba cuando se besaban y se espantaban cuando entraba el villano. Me sorprende mucho que suceda en un teatro del Centro Cultural del Bosque, pero creo que el tono de la obra invita a eso, es una experiencia divertida fundamentalmente, y además nos debe llevar a cuestionarnos los hilos que mueven a la prensa, y reitero, creo que estamos en un momento muy interesante en cuanto a la labor del periodismo, el mundo digital ya es el medio imperante, estamos viviendo el fin de la televisión como medio predominante y particularmente en México donde hay estas carreteadas de dinero de publicidad oficial a medios, donde los medios digitales que son incómodos para el gobierno se combaten, persiguiendo a sus posibles patrocinadores, donde hay una ola de periodistas asesinados, y periodistas que viven muy cómodamente de los sobornos del gobierno, pues todo esto está a punto de dar un giro, no sabemos hacia qué lado pero como ciudadanía tenemos que estar muy atentos, vigilantes, y ser muy críticos, porque finalmente lo que nos está mostrando la obra es que sin una prensa independiente es imposible pensar en una democracia. Más allá de la experiencia teatral, es el sitio donde la obra debe poner el alerta del público.

 

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