Por Saúl Campos/Una tarde cualquiera, Marta, una mujer de clase alta, recibió de sorpresa la visita de Luisa, una mujer indígena que llegó del pueblo a la ciudad, escapando de la violencia física por parte de su marido. Sucia y humillada, Luisa trata de explicar su situación a una Marta que es incapaz de creerle nada, dado que todos los argumentos que presenta se antojan dudosos proviniendo de una mujer que es odiada en el pueblo y que hasta ese día tenía un marido que resultaba ejemplar.
Conforme la plática avance, Marta se encontrará envuelta en una serie de confesiones de Luisa que sin duda se alejan de la zona de comfort en la que Marta habitaba y la convertirán en ese árbol inmóvil que escucha todo y no puede decir nada, quizás por sigilo, quizás por miedo.
Bajo la dirección de Miguel Romero, El Árbol, original de Elena Garro, llega al Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico en su temporada de lunes, con las actuaciones de Mahalat Sánchez y Ángeles Cruz, alternando con Myriam Bravo. Una puesta que rescata el texto de la autora mexicana, acercándose más a un tono de terror que crea un montaje perfectamente disfrutable.
Si bien la dirección de Romero se torna a momentos demasiado general, con un tono lento y sin matices de energía, las actuaciones de Cruz y Sánchez permiten generar un ambiente propicio para desenvolver la historia de una mujer con un turbio pasado, del cual además pareciera no sentir ningún arrepentimiento, más bien añoranza y deseos de recuperarlo.
En medio del relato de Garro sobre clases sociales y el deber ser, las actrices van construyendo una crónica bastante sombría que destaca actoralmente del diseño de producción de Tenzin Ortega que las aísla de la propuesta de personajes que el texto y el diseño de vestuario de Lisset Barrios marcan.
Romero plantea un montaje que se aleja de la interiorización y análisis sobre la culpa y lleva la obra a un plano más orientado al thriller que genera tensión nerviosa en su audiencia y resulta efectiva hacia el final del montaje, con cuadros que reguardan momentos de absoluta comunión entre la escena y el espectador.
El Árbol es teatro de divertimento asegurado, sin mayores fines artísticos o propuesta escénica, pero que sin duda garantiza un momento de suspenso que se disfruta desde la poética de su texto a la ejecución
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