Esa frase tan recurrente en el deporte que se inculca -ojalá se inculque- a las infancias en la casa y en la escuela, que reza que “lo importante no es ganar sino competir”, difícilmente forma parte de la jerga política de este país.

Empero, en la obra Independiente se plantea que sí es posible que un grupo de jóvenes políticos apliquen esa frase. Pero no por mucho tiempo. En la obra, ópera prima como dramaturgo y productor del consultor político Alberto Lujambio, el candidato independiente a jefe de gobierno de la Ciudad de México, Sandro Bustos celebra junto a su equipo que, aunque saben que no van a ganar la elección, ha sido una gran campaña que ha posicionado al joven e idealista político. Pero un incidente podría hacer que se olviden de ocupar los ya pactados puestos cómodos en el sexenio venidero y que, de la mañana a la tarde, en plena jornada electoral, la suerte los ponga de frente al triunfo y, con ello, a la necesidad de sacar a relucir sus verdaderas intenciones, ambiciones y pasiones políticas y personalísimas.

Si bien no se trata de una obra mayor, sí se trata de la primera puesta en escena que se inmiscuye en la actualidad de la política mexicana desde adentro, con los políticos como personajes centrales, vistos y escuchados en todos sus matices y complejidad humana -o no-. Y es que, en nuestro país, si bien el mundo de la política es uno de los temas que se asoman en nuestra Cartelera de Teatro, lo cierto es que no lo hace de manera constante y asidua. También es cierto que, al mismo tiempo, en México hay una tradición importante del teatro político, que ha sido expresado en diversos estilos y formatos.

Desde la década de los veinte, tras el fin de la Revolución Mexicana, existieron movimientos y agrupaciones teatrales lo mismo para legitimar que para criticar al nuevo gobierno y, por ende, a la Revolución: El Teatro Mexicano de Masas, que en los años veinte fungió como reforzador de las ideas del Ministro de Educación de aquel entonces, José Vasconcelos, a través de espectáculos didácticos en los que se hacía apología de momentos clave de la historia de México y, por supuesto, del proceso revolucionario.

Así como el Teatro de Ahora de los dramaturgos Juan Bustillo Oro y Mauricio Magdaleno, que en los años treinta buscaba reflejar sobre el escenario la realidad de la sociedad a veinte años del inicio de la lucha armada; y el Teatro Guiñol El Nahual, en donde los hermanos Germán y Armando List Arzubide fueron apoyados por poetas y artistas plásticos que pertenecieron al movimiento estridentista –Lola Cueto y Diego Rivera, por ejemplo- para crear obras de denuncia social dirigidas a las infancias.

Sin embargo, son los textos de Rodolfo Usigli los que, a casi 90 años de su existencia, siguen ejemplificando lo que es, en México, el teatro político. Su obra más emblemática, El gesticulador es una crítica a la política de aquellos años, en la que la corrupción y los abusos del poder eran -eran, a principios del siglo pasado, por supuesto- pan de cada día. En esa obra, una de las más representativas del teatro nacional del Siglo XX, aunque los políticos participan del drama, éste se centra en el entorno familiar del protagonista, César Rubio.

La obra fue escrita en 1938 y estrenada en el Palacio de Bellas Artes, bajo la dirección y actuación del actor español Alfredo Gómez de la Vega. Tras varios años censurada, la obra volvió a ponerse en escena en 1979 por la Compañía Nacional de Teatro, bajo la dirección de Rafael López Miarnau y la actuación de Carlos Ancira. Para la inauguración del Foro Chapultepec, en 2010, año del Bicentenario, se eligió ésta obra, con la dirección de Antonio Crestani y la actuación de Juan Ferrara.

Y aunque hay varios ejemplos de obras que continúan, con menor o mayor calidad, la estela de El gesticulador, pocas son las obras que presentan a presidentes, candidatos, diputados y senadores como protagonistas del drama, o de la comedia.

En ese tenor, el propio Usigli escribió Estado de secreto, una farsa que critica el maximato de Plutarco Elías Calles y que muestra a un ministro pleno de vicios que, gracias a ellos, logra llegar a la presidencia del país -en 2006 se estrenó una muy exitosa versión de esta comedia, dirigida por Mauricio Jiménez, que tuvo varias temporadas a lo largo de cinco años- Asuntos similares suceden en otras dos obras de Usigli, que conforman las “comedias impolíticas”: Noche de estío y El presidente y el ideal, en la que presidentes y ministros entran y salen de enredos que no son más que actos siniestros que ponen en riesgo el destino no de ellos, sino de todo un país.

Algunas obras importantes de nuestra dramaturgia tienen como conflicto central la disputa entre miembros de las clases políticas de distintos momentos de la historia de México y, tal como lo marcó Usigli, suceden en clave de comedia o de farsa, para que entren mejor en el inconsciente del espectador.

Felipe Ángeles de Elena Garro, que alude al juicio en contra del general villista tras declararlo traidor a la Revolución; en 2019 la obra tuvo una atractiva reposición por parte de la Compañía Nacional de Teatro, bajo la dirección de Rodolfo Guerrero.

El Atentado de Jorge Ibarguengoitia, que satiriza el magnicidio de Álvaro Obregón. Esta comedia tuvo un notable montaje de la Compañía Nacional de Teatro en el año 2000, a cargo de David Olguín protagonizado por Alejandro Calva.

1822, el año en que fuimos imperio de Flavio González Mello, en la que se satirizaba la transición entre la dictadura de Agustín de Iturbide y el inicio de la República, desde la mirada de Fray Servando Teresa de Mier. Bajo la dirección de Antonio Castro y las actuaciones memorables de Héctor Ortega y Mario Ivan Martínez, éste montaje de 2002 es uno de los éxitos más grandes que ha tenido el teatro universitario.

Lascuráin o la brevedad del poder, también de Flavio González Mello, evoca los 45 minutos en los que Pedro Lascuráin ocupó la Presidencia de la República tras la renuncia forzada de Francisco I. Madero. Para ello, contó con el humor de Héctor Bonilla y Carlos Cobos. En los tres casos, la revisión satírica de la historia funcionó para reflejar los tiempos políticos que se vivían al momento de su escenificación -que, a juzgar por las anécdotas de las obras, no distan mucho del momento actual-.

En Independiente los personajes y la situación son mera ficción, pero están tomados, con pleno conocimiento de causa por parte del autor, de personas y situaciones reales e identificables.

Lo mismo ha sucedido en obras como Krisis de Sabina Berman (1996) o El predilecto de Alan Blasco. En otro extremo, destacan propuestas como Derretiré la nieve con un cerillo la nieve de un volcán/Proyecto PRI en la que el Colectivo Lagartijas Tiradas al Sol disecciona entre el documento y la ficción la historia del Partido Revolucionario Institucional y su amplio y notable impacto en nuestra historia, o la pieza documental de Ana Zavala, 120, en la que expone los excesos del poder político en un solo hombre: el diputado del PRI en el sexenio de José López Portillo, Rafael Gutiérrez Moreno, el Zar de la Basura.

Curiosamente, más que en el teatro, la constante mención a la clase política y la crítica y vitoreos hacia su acciones radica en el ámbito del cabaret. Y cómo no va a ser así, si lo que actualmente conocemos como cabaret mexicano abreva de dos tradiciones contundentes, en apariencia distintas pero en realidad sumamente similares: el kabarett alemán y la carpa mexicana.

Ambos géneros tuvieron su origen en la necesidad de informar a la gente sobre la realidad del conflicto armado y lo hicieron a través del humor, de la sátira y de la música. Una tradición que, en México, rescataron y rehicieron figuras como Óscar Chávez, Martha Ofelia Galindo, Carmen Salinas, Fernando Luján, Germán Dehesa, Jesusa Rodríguez, Liliana Felipe, Tito Vasconcelos, Carlos Pascual, Pedro Kóminik y Las Reinas Chulas, entre otros que han insistido en el que el público, mientras se ríe, se entere de quiénes los gobiernan. Si es que necesitaban saberlo o no les había quedado del todo claro.

Por Enrique Saavedra

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