El auto sacramental es una clase de drama litúrgico. Se trata de un género dramático del Barroco español con temática religiosa. Comprendían en general episodios bíblicos de la religión o conflictos de carácter moral y teológico. Generalmente, se representaban en las festividades del Corpus Christi. Entre los años de 1500 y 1700 fueron muy populares, hasta su prohibición en 1765.

El máximo exponente del auto sacramental es Pedro Calderón de la Barca. El autor escribió cerca de 80 obras de este tipo. Otro gran exponente del género es Lope de Vega, según estiman algunos especialistas, llegó a escribir aproximadamente 400 autos sacramentales, de los cuales solo se conserva aproximadamente una décima parte. Además de Calderón de la Barca y Lope de Vega, otro exponente de este tipo de teatro fue Tirso de Molina.

Estas obras constan, generalmente, de un solo acto. En su estructura más común constan de una introducción o loa, un entremés y el auto. Culminaban en una serie de cantos y bailes (mojigangas). En ellos se utilizaban personajes alegóricos, como el Demonio, la Gracia y la Verdad. Contaban también con un gran despliegue escenográfico. En un principio, estos espectáculos se representaban en los templos o en los pórticos de las iglesias.

El género se desarrolló desde el Medievo, evolucionando desde representaciones teatrales más simples hasta alcanzar su apogeo durante el Siglo de Oro español. El ejemplo más antiguo que se tiene de este género es la Representación de los Reyes Magos, de 1145. Entre los siglos XVI y XVII, después del Concilio de Trento, fueron utilizados como vehículo para impulsar las ideas de la Contrarreforma y oponerse a las ideas de la Reforma Protestante. Entre otras cosas, se buscaba según recomendó el concilio, “que se celebre la fiesta del Corpus como manifestación del triunfo de la verdad sobre la herejía”.

Para el siglo XVIII, el movimiento de la Ilustración en España logra su prohibición, la cual se dio a través de la Real Cédula del 11 de junio de 1765. Entre las críticas que se sostuvieron contra este género estuvo el cuestionamiento de sus valores literarios y doctrinales. Los ilustrados españoles veían en él una peligrosa mezcla de lo sagrado con lo profano. Aunque prohibidos en 1765, algunos autores posteriores, como Rafael Alberti y Miguel Hernández, intentaron revitalizar el género, a veces desacralizándolo, mientras que autores más contemporáneos, como Gonzalo Torrente Ballester, también han explorado esta forma dramática.

 

Por Óscar Ramírez Maldonado.

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