Por Alegría Martínez/ Aceptar que la muerte nos acompaña desde el instante en que nacemos requiere hacer a un lado el miedo para habitar el presente, percibir la belleza del instante, abrirse a vivir sin el peso de lo que aún no sucede sobre las alas del juego, de la fantasía que nos regala un cuento, de la realidad que nos circunda y de la amistad que nos ilumina.

Pato, muerte y tulipán es el título de una obra basada en el cuento de Wolf Erlbruch, que Haydeé Boetto trasladó al lenguaje escénico, a través de un arduo y delicado trabajo de dramaturgia y dirección, que con la actuación de Micaela Gramajo y Daniela Arroio, integrantes del Proyecto Perla, conduce a jóvenes e infancias y a público de todas las edades a percibir la muerte desde la naturalidad que entraña la vida.

Descubrir con humor y soltura que la muerte no se separa de la existencia, pensar que puede ser una amiga con la que se dialoga, se juega, se bromea y con la que se puede ser amable, como con alguien que acompaña nuestro camino, es parte de lo que propone este cuento del ilustrador y escritor alemán Wolf Erlbruch (1948- 2022).

Ganador, entre otros reconocimientos, del Premio Hans Christian Andersen, equivalente al Nobel de literatura para niños y jóvenes, al recibir el Premio Gutenberg de la ciudad de Leipzig, en 2003, Erlbruch dijo sobre la moraleja de sus cuentos: “las personas deberían pensar en sí mismas con cierta distancia y aceptar lo especial, incluido aquello que no es tan bello de sí mismas”.

La complejidad de preguntas, creencias y mitos sobre la muerte, expresada a través de un pato, como la duda en torno el cielo y el infierno, cobran la dimensión que otorga la escucha, la conciencia de que así laten en el imaginario del ser humano y de que puede no haber respuestas.

Hablar, pensar en lugares que sentimos propios y en cómo se verán en nuestra ausencia, apreciar el valor del silencio y de expresar lo que se siente, o se necesita, es también lo que sucede en este cuento, llevado a escena a través de personajes de tela envueltos en conflictos reales.

El piso blanco del escenario es cruzado por ríos de palabras, frases que volaron del cuento, para posarse en una orilla del vestuario de las actrices que dejaron un libro gigante solo con imágenes, como el agua del estanque. Sol y luna aparecerán, delicadamente puestos por Micaela y Daniela, en lo alto de gruesas hojas de papel, abiertas a intervalos para adentrar a la audiencia en una historia de amistad con nuestro miedo.

Como si los personajes hubieran decidido salir del libro, tomar forma, volumen y movimiento, a partir de una estética enmarcada en el papel, en páginas impresas y en el libro como objeto central, mediante una bella creación escenográfica de Edyta Rsewska, iluminada por Matías Gorlero, las actrices manipulan al muñeco Pato y a la Muerte, vestida con gorro y pijama, que gracias a una tela, sujeta a los pies de Micaela, parece expandirse al caminar sobre el escenario.

Los dos títeres bocones se comunican entre sí cuando ambas actrices les dan vida y vinculan los movimientos de los personajes con sus reacciones y las propias en un engranaje que enriquece la expresión de muñecos e intérpretes, como si el espectador pudiera ver un caleidoscopio de distintas reacciones en cadena.

La magia emerge del escenario, entre sonidos de música suave, -composición original de Jacobo Lieberman-, tintineo de campanas y juego entre cuatro individuos, dos de carne y hueso y dos de tela y pintura, que van de la ternura a la realidad, en la que cada ciclo que culmina, tiene un nuevo inicio. Pato, muerte y tulipán es una obra imprescindible para acercarnos con amistad al ocaso.

La obra se presenta sábados y domingos, hasta el 18 de febrero en el Teatro El Granero del CCB, consulta horarios y precios, aquí.