Los llamaron de bolsillo porque eran teatros que tenían menos butacas que los teatros convencionales, es decir, los grandes teatros como el Palacio de Bellas Artes o el Ideal – Esperanza Iris – Teatro de la Ciudad. Teatros para menos, mucho menos de 500 espectadores, espacios ubicados en la otrora periferia y hoy, dentro de un barrio o colonia, no necesariamente sobre una vía importante como Eje Central, Insurgentes o Circuito Interior.

Hoy en día, esos teatros a los que todavía buena parte del público se asoma con curiosidad y extrañeza de que existan, son recintos que reciben diversas nomenclaturas, pero quizá la más común para el respetable es la de “teatros chiquitos”… “pero muy lindos”, complementan las más de las veces.

Y aunque estos teatros son los que predominan en el panorama teatral, al menos en la Ciudad de México, no deja de ser una constante que se les vea o se les piense como una excepción frente a recintos como el Teatro de los Insurgentes, el San Rafael, el Aldama, el Libanés, el Telcel o los foros del Centro Cultural Teatro 1 y 2, además del Xola, Hidalgo o San Jerónimo -estos últimos pertenecientes al IMSS, pero rentados por productores privados- que son los espacios más visibles para el público, no solamente por su ubicación, sino por lo que anuncian sus marquesinas y, sobre todo, a quiénes anuncian. Pero realmente son los teatros chiquitos los que predominan en la gran ciudad.

Teatros chiquitos e independientes -aunque dependan de tantas cosas- como La Capilla y su Sala Novo, El Milagro, La Titería, el Círculo Teatral y su sala alternativa, Un Teatro, Foro Shakespeare, El 77, Foro Bellescene, El Hormiguero, Teatro Varsovia… teatros chiquitos y privados como el Teatro Milán y el Foro Lucerna, La Teatrería y su Sala B… teatros chiquitos y subvencionados como el Teatro Casa de la Paz, Foro La Gruta -ya sin el encanto de su anterior estructura-, Foro Sor Juana Inés de la Cruz, Teatro Santa Catarina, Teatro El Granero, Teatro El Galeón, Sala Xavier Villaurrutia, Sala CCB, etc.

Muchos de ellos, sobre todo los primeros de la lista, son teatros que tienen casi todo en contra para existir, que no cuentan con estacionamiento o valet parking, o con un sofisticado sistema de ventilación, o con y que muchas veces -a juzgar por comentarios que se pueden encontrar en sus redes o en Google- luchan sin saberlo por pasar la prueba de la curiosidad, la extrañeza, la confianza y la duda del respetable que, al ver un espacio chiquito se pregunta si en sus butacas podrá vivir una experiencia tan vibrante como la que le aseguran Mentidrags, Cabaret, o Lagunilla mi barrio tan solo por estar en teatros grandes. O, aunque no son estrictamente teatros grandes, el público acude sin dudarlo a los foros del Centro Teatral Manolo Fábregas.

Pero, aunque no lo parezca. Conforme los tiempos cambian y se agitan, el teatro hace lo propio. Por eso en la actualidad las fronteras, como en muchas de las otras artes y expresiones, se difuminan y es más visible el cruce entre formas y formatos.

Cada vez es más común que productoras dedicadas al gran formato como OCESA y Mejor Teatro incluyan en sus elencos actrices y actores cuya trayectoria está afincada en el teatro chiquito. Y cada vez es más común ver en formato privado o comercial a autores, directores y actores que por lo regular se les podía encontrar en el teatro de pequeño formato.

Ejemplos hay muchos: el público del Teatro Insurgentes se llevaba la grata sorpresa al ver a un actor no tan común de ese escenario como Daniel Giménez Cacho protagonizando Network. Lo que tal vez no todo ese público sabe es que en varias ocasiones el actor de talla internacional se refugia en el Teatro el Milagro -teatro chiquito que él mismo fundó junto a David Olguín y Gabriel Pascal– para hacer sendas creaciones escénicas junto a la excelente actriz Laura Almela, quien es, por cierto, una de las figuras más representativas y constantes de los teatros chiquitos. El actor que ha sido dirigido por Almodóvar y González Iñárritu elige un teatro íntimo, casi de laboratorio, para saciar su deseo teatral y explorar su potencia histriónica, logrando trabajos memorables, por su notable complejidad, como Trabajando un día particular, La tragedia de Macbeth y Quién teme a Virginia Woolf.

Quizá el ejemplo más destacado de esta mezcla lo podemos atestiguar en estos días que regresa El Padre, esa obra de Florian Zeller que tras hacerse hace algunos años con don Ignacio López Tarso acompañado de un reparto de actores más ubicados por su trabajo televisivo, hoy se hace, nuevamente en un formato comercial pero con una significativa diferencia: el reparto lo conforman en su mayoría actores que han surgido de los teatros chiquitos, como Pedro de Tavira, Ana Sofía Gatica, Emma Dib y Úrsula Pruneda. De hecho, la directora Angélica Rogel va y viene y lo mismo es convocada para dirigir en el Fábregas que en el Milán, el Shakespeare y el Helénico, mientras sus propuestas más personales las presenta en La Capilla.

Y, por supuesto, siguiendo con El Padre, el ejemplo mayor lo da la presencia, en el personaje protagónico, de Luis de Tavira, quien durante más de cincuenta años fue reconocido como una de las figuras centrales, poderosas y controvertidas del teatro universitario e institucional. El creador y funcionario cuyas propuestas iban a total contracorriente del teatro comercial propuesto por productores como Manolo Fábregas, ahora está en un escenario de un centro cultural que lleva el nombre del Señor Teatro, con un texto brillante que bien podría dirigir él en cualquier foro universitario.

Aunque siempre ha sido una artista afincada en el teatro chiquito, Pilar Boliver ha transitado sin problema por el teatro de gran formato, siendo miembro recurrente de las producciones de OCESA y Mejor Teatro. Empero, es su faceta como conductora televisiva la que le permite convocar a públicos nuevos y diferentes que van fielmente a ver su trabajo en teatros chiquitos como La Capilla, en donde triunfó con monólogos como Cocó Channel y en piezas como La Divina ilusión. Ahora, el público que la ve en la tele acude para disfrutar su trabajo como directora en Reventadas, llevándose la experiencia no solo de ver su divertido montaje -que por el tipo de texto y género bien podría dirigirlo en un teatro grande-, sino de conocer un teatro chiquito, de ver qué tanto, dentro de su ser chiquito, le ofrece, qué tantas historias puede encontrarse allí, a qué actores que no necesariamente salen en la tele puede conocer y empezar a admirar, a qué autores y directores puede seguir a donde quiera que vayan.

Y, sobre todo, la oportunidad de convivir con ellos al salir de función pues, al ser teatros chiquitos, es imposible no ver cuando salen los actores -y autores y directores- y es plenamente improbable que ellos escapen por alguna puerta secreta.

Si bien, al final del día lo que importa es que el público vaya al teatro -al que sea, pero que vaya-, nunca estará de más reiterar que, amén de los amplios esfuerzos que hacen los productores privados que eligen teatros para que lo habiten poco más o menos de un millar de espectadores.

Hay otros teatros dedicados a las obras de pequeño formato, con propuestas que implican un riesgo y arrojo visibles, con un privilegio para la intimidad y el contacto visual entre los que están arriba y los que están abajo del escenario, teatros que, al ser chiquitos, tienen todo en contra y, al mismo tiempo, lo tienen todo favor porque, al ser chiquitos, caben, como todo lo que es pequeño, en cualquier lado, por ejemplo, en el gusto de cualquier espectador dispuesto a vivir,en grande, esa experiencia.

Por Enrique Saavedra, Fotos: Cortesía

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