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UN DIOS SALVAJE: Dejar de lado la civilidad y las máscaras



Por Mariana Mijares/ Lo que parece será una reunión cortés y tranquila entre cuatro padres de familia, empieza a salirse de control y se convierte en un ring de pelea conforme cada uno va mostrando su verdadera cara, e instintos en Un Dios Salvaje, la famosa comedia de Yasmina Reza que se estrenó por primera vez en 2008.

La nueva propuesta mexicana, dirigida por Miguel Septién, está protagonizada por Pablo Perroni (Alan), Fernanda Borches (Ana), Tato Alexander (Verónica) y Chumel Torres (Manuel) quienes desde el inicio empiezan a marcar la personalidad de sus personajes.

Alan es un hombre seguro de sí mismo y cuya prioridad es su trabajo como un abogado que intenta manejar la crisis en una farmacéutica; Ana es una asesora de patrimonios que intenta mantenerse conciliadora, pero que sufre de crisis nerviosas; Verónica es escritora, coleccionista de arte y la más franca de todos; mientras que Manuel es un distribuidor de productos para la casa, sin compasión por los roedores y a quien Alan ve como ‘poca cosa’.

Ellos se reúnen en la casa de Verónica y Manuel, quienes desean platicar de manera ‘civilizada’ sobre cómo su hijo Enrique fue agredido por Fernando, el hijo de Alan y Ana, quien le rompió los dientes.

Pero lo que sucedió antes importará menos de que lo que ocurrirá entonces, pues desde la primera conversación sobre el incidente, hay desacuerdos.

“El niño estaba armado”, dicen los padres de Enrique.

“Provisto de”, los corrige la otra pareja.

Así, los cuatro adultos se dedicarán a repartir culpabilidad sobre el suceso. Cada uno tiene su propia versión sobre la justicia.

Como sucedía en ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, el delicado ‘barniz’ de la cortesía y los buenos modales se va cayendo para dar paso a superficies crudas. Los espectadores nos volvemos así testigos voyeristas de un conflicto en donde el nivel de civilidad, y el lenguaje corporal antes contenidos, se van mostrando cada vez más realistas.

En cada plática hay un choque de valores e ideas, de personalidades, aunque las álgidas discusiones se ven interrumpidas continuamente por las llamadas de trabajo que recibe Alan; de alguna manera, estas pausas funcionan como esos ‘tiempos fuera’ de los rings cuando los boxeadores toman un momento para recuperarse.

Otro tiempo de ‘enfriamiento’ sucede cuando Verónica les ofrece una tarta de pera y manzana que Alan -quien no ha comido en todo el día-, empieza a devorar feliz, por lo que ella les explica entonces el procedimiento para prepararla.

“Al menos sacamos de todo esto una receta”, dice Alan, muy sonriente.

“Le costó dos dientes a mi hijo”, subraya ella, dando a entender que aunque compartan un momento de calma de manera civilizada, no deben olvidar el motivo que los ha reunido.

Toda la acción tiene lugar en el departamento -un espacio reimaginado por Félix Arroyo con un muro texturizado sin ninguna especie de adorno-, y a veces, también en el pasillo, pues Alan y Ana intentan despedirse y huir en varias ocasiones; pero, cada vez, un comentario incisivo los retiene en el interior. Obras como esta, que suceden en tiempo real, funcionan particularmente bien sobre un escenario.

Cuando la velada parecería estar por concluir, Ana empieza a sentirse mal, y la consecuencia de esto, hace que las cosas exploten todavía más, tiempo en el que cada uno termina por mostrar su verdadera cara, sin filtros.

El texto de Reza es tan atractivo que ha sido interpretado sobre el escenario por famosos actores como Isabelle Huppert y Éric Elmosnino en Francia; por Ralph Fiennes en Inglaterra; Aitana Sánchez-Gijón y Maribel Verdú en España, o Jeff Daniels, James Gandolfini y Marcia Gay Harden en Broadway. Adicionalmente, la versión cinematográfica tuvo en el reparto a Kate Winslet, Christoph Waltz, Jodie Foster y John C. Reilly.

Cada interpretación sin duda resulta disfrutable, incluyendo por supuesto esta nueva versión mexicana, pues el punto deja de ser la trama para llevar el foco a las actuaciones, y cada actor le imprime su sello personal.

Ante todo, más que tratarse sobre un pleito de padres de familia, Un Dios Salvaje es una exploración sobre las complejidades de las relaciones humanas y sobre esas frágiles máscaras que todos nos ponemos para coexistir en sociedad, porque en el fondo, quizá todos tenemos algo de salvajes…

La obra se presenta los miércoles hasta el 7 de junio en el Teatro Milán, consulta horarios y precios, aquí.

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