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TODOS ERAN MIS HIJOS: Una fresca mirada a un clásico contemporáneo



Por Luis Santillán/ Arthur Miller es un pilar del teatro norteamericano contemporáneo, los alcances de su obra repercuten actualmente por el alto valor tanto en la creación de personajes, manejo de estructuras, entramado y uso de los conceptos clásicos del drama (planteamiento, desarrollo, nudo, clímax, desenlace). Una de las obras que se estudian de manera rigurosa en cualquier escuela de teatro es Todos eran mis hijos, que ahora bajo la producción de Marla Almaraz y dirección de Diego Del Río tiene temporada en La Gruta.

Todos eran mis hijos plantea un conflicto concentrado en una temporalidad muy específica, los caracteres responden a circunstancias totalmente particulares, tanto por el marco de referencia sociocultural como por la critica tejida en los personajes. Es un texto que cautiva por la solidez con la cual está escrito, hay una dosificación de las revelaciones para mantener la intriga del espectador, la precisión en la creación de los actantes para que funcione la estructura es exacta, aunada a la dimensión de la carga anímica y evolución emotiva.

La propuesta de Miller requiere de un proceso actoral exigente, Diego Del Río tiene varias puestas en escena donde la relevancia y el acento al trabajo escénico siempre es el grupo actoral, la suma de uno y otro es interesante.

Del Río junto con Isabel Becerril (diseño de escenografía, iluminación y vestuario) centran la acción en una duela rodeada por sillas que usarán tanto el elenco como el público, emplean la sinécdoque para acentuar los elementos que Miller trabaja de manera simbólica, la iluminación irá acompañando la oscuridad en la que van cayendo los personajes.

Son cuatro los personajes centrales: los padres (Arcelia Ramírez, Pepe Del Río) y la pareja joven (Ana Guzmán Quintero, Gonzalo de Esesarte). El resto cumplen funciones estructurales (Angélica Bauter, Fabiola Villalpando, Eugenio Rubio, Evan Regueira, Nicolas Pinto).

La creación del personaje del médico muestra cabalmente la propuesta de dirección: tiene un inicio donde plantea su carácter y circunstancias, la carga emotiva es baja dado que es el inicio de la obra, un estado de cotidianidad. Poco a poco, tanto sus reacciones como sus variantes anímicas van compartiendo con el público el trasfondo, todo aquello que esta fuera de escena, lo que el pasado va repercutiendo en el presente. Un tercer momento donde el equilibrio se ha roto y la afectación emotiva trastoca, fractura, donde el riesgo se vuelve latente. En el trabajo de Evan Regueira es legible la carga que crea el actor, la contención que acumula para hacer uso de ella en el momento de tensión.

La propuesta de dirección se concreta también en Fabiola Villalpando porque, aun cuando sus intervenciones son pocas, cada una de ellas está creada en concordancia con la evolución de la trama, hay variantes que ayudan al ritmo, sea para intensificarlas, para contrapuntear. El mejor momento es donde, con acción, queda clara la frustración del personaje por cómo ocurrieron los acontecimientos.

Ana Guzmán Quintero trabaja muy bien las reacciones, alimenta las características del personaje para ser quien enrarece la situación al inicio y poco a poco, fundirse en ese ambiente que es su pasado y presente, sin embargo, ocurre algo extraño porque su función de personaje como el que rompe la contención del universo parece no ser contemplada desde el inicio de la obra y, por lo tanto, no desarrollada.

Algo peculiar ocurre con Arcelia Ramírez y Pepe Del Río, su trabajo es bueno, de hecho, muy bueno en la primera parte, sin embargo, Ramírez no evoluciona, la tragedia está anclada en ella desde el principio, bien podría ser la propuesta de dirección (y por eso viste de negro); sin embargo, faltan elementos para afirmar eso, por el contrario, da la sensación de que se mantiene en la misma tesitura, ningún acontecimiento la transforma.

Del Río tiene más variantes, tiene contraste detonados por los interlocutores, vuelve legible muchas cualidades del personaje, hay elementos en la parte final de la obra que pueden ser interesantes porque ciertas acciones podrían contradecir el carácter del personaje o bien mostrar el derrumbe del mismo, pero, como en el caso anterior, no queda claro.

La parte no afortunada de la propuesta se refleja en Gonzalo de Esesarte, crea un personaje muy interesante, tiene contraste, vulnerabilidades que llegan al espectador, provoca empatía, muestra un personaje complejo, rico en variantes emotivas, pero algo ocurre y llega a un momento (como toda la puesta en escena) donde se estanca en el ritmo, en las texturas, en las expresiones emotivas.

Diego Del Río tiene una grata propuesta del texto clásico de Miller, y es una oportunidad para ver en escena una obra que es un regocijo para los creadores, y por extensión, para el público.

La obra se presenta los lunes y martes, hasta el 19 de septiembre, en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico, consulta horarios y precios, aquí.

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4 comentarios sobre “TODOS ERAN MIS HIJOS: Una fresca mirada a un clásico contemporáneo

  1. Me gustó mucho la obra porque los actores transmiten de manera muy fuerte lo que el autor escribe. Yo difiero con la apreciación de los actores. Arcelia Ramírez me arrancó las lágrimas y el hijo me pareció muy profundo y real. Eugenio Rubio entra a escena y es como un tornado. Da gusto ver actores no tan vistos, nuevos, crees más la obra.

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