RICITOS DE ORO NO HABLA ALEMÁN: Entre un cuento y la dura realidad

Por Mariana Mijares/ En el cuento Ricitos de Oro y los tres osos, una niña rubia llega a una casa habitada por una familia de osos, y después de comerse su avena, probar sus sillas y sus camas, es sorprendida por ellos. Asustada, sale corriendo de la casa y los osos no vuelven a saber de ella.

Tomando ligeramente este relato de Robert Southey como inspiración; sobre todo la idea de encontrar un lugar en el mundo que se sienta como hogar, Paula Watson interpreta a una joven de caireles rubios (totalmente parecidos a los de la protagonista del cuento); aunque, a diferencia de aquella, viste un traje típico alemán porque uno de sus sueños es visitar ese país. De hecho, está planeando un viaje con mucha ilusión.

Un enorme diferenciador de este propositivo trabajo es que se presenta en el sótano del Teatro Julio Castillo, por lo que, desde el inicio, el público emprende un viaje que los lleva a entrañas de este espacio, realmente adentrándose a un mundo de fantasía que por momentos se torna como pesadilla.

En contraste con la pequeña del cuento, esta protagonista lidia con inconvenientes cotidianos como querer comprar cigarros, no querer cambiar un foco y descubrir que su casa tiene hormigas.

Ella tiene una pareja (interpretado por Luis Eduardo Yee) con quien sostendrá complejas conversaciones a lo largo de la obra.

“Extraño todo lo de antes” le dice muy al inicio; claramente algo le falta y parece estar dispuesta a buscarlo en Alemania.

“¿Estás cansada de mí?”, le pregunta él en otra discusión.

“A veces”, le responde ella.

Al igual que la pequeña del cuento, el público irrumpe en la casa de los tres osos que han adoptado a esta joven como parte de su familia. Estos son interpretados por Luis Ra Acosta, Leonardo Barragán, y Emiliano Cassigoli, quienes con pocos diálogos muestran a los personajes queriendo hacer vida hogareña. A veces hacen tareas cotidianas como planchar, otras veces descansan viendo la TV o meciéndose en una silla.

En algún momento, ellos definen los ‘hábitos de una familia feliz’; estos incluyen: cenar juntos y comer saludable, hacer ejercicio en familia, darse descansos porque ayudan en la salud mental, respetar el tiempo a solas de los demás, escuchar, y mientras ven la televisión, hablar de las cosas.

Ricitos trata de integrarse a estas dinámicas, pero su presencia no se siente orgánica, sino forzada en un intento de encajar. En ese sentido, una interpretación es que los osos de alguna manera espejean la relación de la pareja. Cada uno de ellos realiza actividades cotidianas en los que el otro no puede participar. Y de alguna manera, la rutina del día a día termina por desgastar a cualquier pareja.

El tratamiento onírico y surreal se refuerza con otra mujer que aparece vestida igual que Ricitos (Ayla Rodríguez) y quien a veces imita sus movimientos, pero que también tiene vida propia. Este personaje quizá puede tomarse como un reflejo del pasado de Ricitos, pues revive momentos felices cuando apenas iniciaba su relación de pareja.

En otro momento, Paula emplea una dramaturgia parecida a los fuertes enfrentamientos que plasma Pascal Rambert en Clausura del Amor, y aquí ellos se reclaman todo lo que les molesta: el que él tenga que vivir en espacios llenos de pelo de ella; que ella tenga que limpiar el baño sucio que dejan los amigos de él, o que ambos se quejen de la obscuridad, pero hayan olvidado pagar el recibo de luz.

“Estar contigo es de los peores errores de mi vida”, le reclama ella; no obstante, ninguno de los dos parece tener el valor de dar por terminada la relación (o de ir a terapia).

El concepto escénico y diseño de vestuario es de Mauricio Ascencio, quien transforma el frío sótano en una acogedora casita; el diseño sonoro de Joaquín Martínez y Emiliano López, mientras que la asistencia de dirección y producción es de Ayla Rodríguez y Germán Martínez.

La obra es co-dirigida por Paula Watson y Luis Eduardo Yee, quienes también son pareja en la vida real y han colaborado en otros proyectos, recientemente Toto & Pez. Los personajes que presentan aquí podrían ser posiblemente una versión de ellos mismos.

“¿Cómo empezó nuestro final?” se cuestionan en otro momento. Pero parecen no encontrar respuestas.

Ella sigue llenando sus días paseando por otras casas, probando sopas, durmiendo en otras camas y leyendo libros subrayados de otros; siempre intentando encontrar su lugar. La seguridad de su cotidianidad, por más imperfecta que sea, los reconforta.

“Hay algo consolador en la repetición de actos cotidianos: lavarse los dientes, abrir la ventana. Esas pequeñas acciones terminan por construir algo, una vida”, dice ella, reforzando esa idea de que la monotonía es difícil de romper.

En contraste con sus personajes, Paula y Luis Eduardo se retan continuamente como actores sobre el escenario, entregando aquí un trabajo que requiere de mucha vulnerabilidad y valor.

La pareja ficticia de Ricitos de Oro no Habla Alemán es un claro ejemplo de cómo nuestra búsqueda de identidad influye definitivamente en la pareja y en nuestras vidas, a veces dos personas evolucionan y se acoplan para seguir juntas; otras, crecen hacia lados opuestos y deciden tomar caminos separados. No queda duda de que en la vida, las historias de pareja suelen no resultar tan dulces como las de los cuentos de hadas.

La obra se presenta los lunes y martes, hasta el 11 de diciembre, en el sótano del Teatro del Bosque Julio Castillo, consulta horarios y precios, aquí.