Por Enrique Saavedra/ En algún tiempo, fueron Cristina Margarita y Mikaela. Ahora son Orlando y Mikael. De hecho, éstos son sus nombres de nacimiento, o al menos, los nombres que portaban antes de convertirse en mujeres. Ahora, ambos están frente a frente, en un estudio de televisión diseñado para que se entrevisten el uno al otro y develen ante sí -y ante quienes estamos ahí mirando y escuchando, en un pleno ejercicio vouyerístico- el por qué se arrepintieron de haber sido alguien más. O por qué se arrepintieron de buscar ser ellos mismos.
Concebida a partir del testimonio de los protagonistas reales, esta pieza de teatro – documento, fue estrenada en 2006 por el dramaturgo, director, guionista y cineasta sueco Marcus Lindeen.
En 2013 tuvo un primer montaje en nuestro país, con la traducción de María Renée Prudencio y la dirección de Sebastián Sánchez Amunátegui, quien diez años después, ahora en sociedad con La Teatrería Producciones, retoma el proyecto y lo hace dentro de una coyuntura en la que el tema de la visibilización trans está sobre la mesa mundial, al igual que todo lo relacionado con la visibilización y el respeto a los derechos de la comunidad LGBTQA+, con la obvia lucha en contra de los discursos y actos de odio como, en el caso que nos ocupa, la transfobia.
La fuerza de este nuevo montaje radica en la elección de sus intérpretes. En 2013 los personajes se beneficiaron del virtuosismo que caracteriza a Margarita Sanz y Alejandro Calva.
En esta ocasión, el texto es escenificado con todos sus claroscuros por cuatro actrices pertenecientes a la comunidad trans y que, además, destacan en otros ámbitos de la cultura y el espectáculo mexicanos: Roshell Terranova, Dana Karvelas, Libertad Palomo y Terry Holiday.
La sola presencia de estas cuatro mujeres interpretando a hombres arrepentidos de haber hecho la transición para convertirse en mujeres, descarta cualquier asomo de ir en contra del discurso de aceptación, respeto y coraje trans, y se torna en un nuevo grito susurrado en defensa de la identidad de género y del genuino y personalísimo derecho a ser quien cada individuo quiere ser durante el tiempo en que esté en el mundo. Roshell y Libertad construyen a Mikael, mientras Dana y Terry componen a Orlando.
La dupla que Roshell y Dana conforman consigue una noche teatral entrañable, pues ambas apelan a la ternura y a la sutileza. El par que conforman Libertad y Terry nos sacude con la fiera contundencia con la que construyen el recuerdo y el presente.
Pero independientemente de las semejanzas y contrastes, lo que importa es que a su manera ambos elencos logran poner sobre la mesa cuán diversos son los universos que habita la diversidad misma y confrontar todo aquello que hace y deshace a la identidad propia: la inconformidad, la burla, la búsqueda incesante de transformación, la duda, el acoplamiento, la cercanía de la plenitud, la burla nuevamente, el arrepentimiento. El machismo, la homofobia y la transfobia externos y, sobre todo, interiorizados. El genuino deseo de saber quién soy. La cercanía de la plenitud. Sánchez Amunátegui recurre a la intimidad y prohíbe cualquier impostación.
El público observa y sigue a Orlando y Mikael durante toda su conversación, pero al mismo tiempo acompaña a Roshell, a Dana, a Libertad y a Terry en lo que no es difícil adivinar como una travesía similar, o al menos con varios elementos de las que vivieron estos dos personajes de la Suecia del siglo XX, que parecen estar más vivos que nunca, con todos sus deseos y contradicciones, en éste nuevo milenio al que mucho le falta saber que si algo es válido todavía, es arrepentirse las veces que sean necesarias, hasta lograr ser ese que uno quiere ser.
La obra se presenta todos los viernes, hasta el 15 de septiembre, en La Teatrería, consulta horarios, precios y descuentos, aquí.
