Sentada frente a su máquina de escribir, María Luisa Ocampo dirige el devenir de una familia del México post revolucionario y abraza a la joven mujer que acaba de trastocar las vidas de sus integrantes. Es 1918 y de golpe ha sido revelado un secreto que, además de lastimar a los involucrados con su verdad, propicia un duelo de posturas ideológicas y emocionales sobre los usos y abusos de la guerra, sobre los estragos que deja sobre aquellos que perdieron allí a un ser querido o que se perdieron a sí mismos ya sea por haber estado en el campo de batalla o simplemente por haberse atravesado en el camino de los hombres que luchaban, supuestamente, entre ellos.

Es 1918 sobre el escenario, pero también es 1928, el año en que la dramaturga, novelista, bibliotecóloga, editora, profesora, periodista, traductora, funcionaria pública y mecenas María Luisa Ocampo, escribió esta pieza teatral, Más allá de los hombres, siendo la primera mujer en hablar, desde la ficción, sobre la violencia en la Revolución Mexicana y, más específicamente, sobre la violencia que los hombres ejercieron en contra de las mujeres; esto lo expresa a través de un discurso femenino y feminista, que al verlo y escucharlo en nuestros días sorprende por la claridad y contundencia de su enunciación.

En palabras del editor, ensayista e investigador especializado en la obra de Ocampo, Christian Bueno, “la Revolución Mexicana es un periodo histórico recurrente en su obra, pues ella lo vivió en los tres años que junto con su familia residió en El Oro, Estado de México, entre 1909 y 1912, precisamente en la transición del Porfiriato al México revolucionario.”

Si bien actualmente ésta obra se presenta en uno de los recintos más importantes de nuestro país, el Teatro Juan Ruiz de Alarcón, se trata de la primera ocasión, después de muchos años, que una obra de Ocampo se escenifica.

Al igual que varias autoras, la figura y la obra de la escritora nacida en Chilpancingo, Guerrero fue relegada con el transcurso de los años, aunque se trate de una creadora por demás prolífica: escribió alrededor de treinta piezas teatrales, un guion para cine, un libreto para ballet y siete novelas. Una de sus obras, Al otro día de 1907, está incluida en el primer tomo de la gran antología Teatro Mexicano del Siglo XX del Fondo de Cultura Económica. Su novela Bajo el fuego mereció el Premio Ignacio Manuel Altamirano del estado de Guerrero en 1947.

Afortunadamente, en los últimos años se han emprendido esfuerzos, principalmente editoriales, para rescatar y revalorizar a autores y, sobre todo autoras, que habían quedado en el olvido. Además de los trabajos del ya mencionado Fondo de Cultura Económica, destaca el de la UNAM con su programa Vindictas, que abarca un área editorial, un programa de tv y diversos eventos que buscan poner sobre la mesa y en los estantes de novedades a autoras como Luisa Josefina Hernández y María Luisa Mendoza, por mencionar a dos mujeres relacionadas con las artes escénicas.

Al mismo tiempo, la Compañía Nacional de Teatro recién ideó el programa A la Luz, que también busca llevar a escena títulos y autores olvidados. Por ello, al descubrir en el archivo de María Luisa Ocampo resguardado en el Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli, una pléyade de textos teatrales olvidados, la directora de la CNT, Aurora Cano y su dramaturgista, Simón Franco, no dudaron en llevar a escena Más allá de los hombres y pedir el apoyo de Teatro UNAM para sumar voluntades y presentar la obra en el marco del programa Vindictas A La Luz.

En ese sentido, Cano señala: “Cuando descubrimos Más allá de los hombres nos quedamos muy asombrados, porque es muy raro que una mujer hable de la guerra como tema central. Son 2,500 años de textos teatrales que han hablado de la guerra, pero el noventa y nueve por ciento han sido escritos por hombres, entonces hay ciertos énfasis en las grandes conquistas, las grandes batallas, los grandes caudillo, la ideología, las estrategias, pero como eso no suele ser escrito por mujeres, es natural que no se vea esa otra mirada sobre todo el daño colateral, sobre lo que ocurre en la vida íntima de una familia.

Agrega: “Por supuesto que se ha hablado de lo que implica la guerra de manera personal, en el caso de María Luisa hay originalidad en los temas que ella elige tratar. Escogimos la obra porque además resonaba no solo con la época de la Revolución, sino con cualquier guerra en cualquier lado. Al decidir montarla pensamos en Ucrania y en las mujeres que quedan atrapadas en situaciones espantosas al estar en medio de la lucha armada.

Para Christian Bueno, la revalorización de esta autora, es inaplazable. Y la primera razón es su propia biografía, de la cual destaca los siguientes momentos:

A los 24 años fue montada su primera obra de teatro, actividad a la que estaría ligada estrechamente en las décadas de los veinte y treinta, al tiempo que laboró como editora, conferencista, gestora cultural, traductora, profesora y periodista. Por un lado, e intensificó su incursión en la política, por el otro, destacándose como una pionera en la lucha por el voto femenino. Más tarde trabajó en la SEP, donde fue jefa del Departamento de Bibliotecas del país. Ya para entonces su presencia literaria había pasado del teatro a la novela, género en el que publicó siete novelas entre 1947 y 1966”.

A Ocampo se le debe la existencia de las bibliotecas populares en toda la República Mexicana y el interés por acercar a ellas a las infancias. También se le reconoce la fundación, en 1929, de La Comedia Mexicana, un grupo teatral que privilegió la dramaturgia escrita por mujeres y fue esencial en la construcción de un teatro nacional en sus textos y en sus temáticas.

Desde otra trinchera, en esos años otro grupo intentaba construir una escena diferente a la de la tradición teatral española que aún permeaba: el Teatro de Ulises, fundado en 1928 por Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Celestino Gorostiza y, por supuesto, otra mujer igualmente poderosa y fascinante, que fungió como su actriz y mecenas: Antonieta Rivas Mercado.

María Luisa murió en 1974. Mientras su biblioteca personal desapareció tras ser donada al gobierno de Guerrero, su archivo le fue confiado a la investigadora Socorro Merlín, una de las principales especialistas en temas de historia del teatro mexicano, quien lo depositó en el CITRU, en donde Cano y Franco tomaron la obra que, a su vez, le confiaron a la directora Ruby Tagle, quien cosechó amplios elogios con el montaje -basado en el que trabajaba la actriz y directora Rosenda Monteros antes de su partida- de La Celestina.

Tagle logra una puesta en escena que hace justicia a las palabras, a la ideología y a la confrontación que propicia Ocampo a través de sus personajes centrales: Doña Beatriz, la madre, Don Javier, el abuelo, Raúl, el hijo enamorado, Joaquín, el hijo que retorna de la guerra y Antonia, la joven maestra que desencadena un conflicto cuyo desarrollo, por sus dimensiones, no le pide nada a cualquier tragedia griega, aunque por la forma de abordarlo mucho se emparenta a lo mejor del realismo norteamericano.

La figura de Ocampo resultó tan nítida para la directora que decidió incluirla en escena escribiendo y dictando los rumbos de los personajes; aunque esa propuesta no resulta del todo redonda frente al ya suficientemente poderoso drama, funge como cereza del pastel para el homenaje que se le hace a la autora a casi cien años de haber escrito esta obra.

Además de la elección del texto en sí, el principal acierto de este montaje radica en las presencias estelares -aunque sus personajes no sean los protagonistas- de dos de los tres nuevos integrantes de la CNT en calidad de actores de número: el prestigiado actor tapatío Jesús Hernández, que resulta un remanso verle sobre el escenario chilango, y Blanca Guerra, quien inicia su participación en ésta compañía encabezando al elenco con el brío y elegancia que la caracterizan y que la han colocado como una de nuestras actrices más representativas ante el mundo, gracias a sus triunfos teatrales, cinematográficos y televisivos. Junto a ellos, Estefanía Norato compone una protagonista sólida; su trabajo nos permite apreciar a un gran personaje de la dramaturgia mexicana del siglo XX.

Los actores y actrices Alan Uribe, Fernando Sakanassi, Shadé Ríos y Estefanía Estrada conforman el reparto de esta obra. Miguel Cooper, además de participar como actor, fue el dramaturgista del montaje, que se beneficia con la colaboración de los diseñadores Kay Pérez, Melissa Varïsh, Anabel Altamirano, Libertad Mardel y Carlos Matus.

Aurora Cano considera que la dramaturgia de Ocampo dialoga con la de cualquier autor de la actualidad: “el tema que ella trata ahorita está en boga, todo mundo está escribiendo acerca de la discusión y el debate social alrededor de temas de abuso y violencia y, por supuesto, se inserta en la gran discusión sobre la guerra. Esos temas no pueden estar más en boga que en las recientes semanas. En la CNT tuvimos en cartelera Rose de Martin Sherman, con Amanda Schmelz y aunque es un proyecto distinto a Más allá de los hombres, ambas obras dialogan al hablar sobre las víctimas colaterales de las grandes luchas armadas“. 

Para Christian Bueno, pueden ser varias las razones por las que la difusión de la obra de María Luisa Ocampo fuera relegada: entre su disidencia política (militó en el Partido Revolucionario de Unificación Nacional y el Movimiento Revolucionario del Magisterio), el hecho de no haberse casado ni haber tenido descendencia, la desaparición de su biblioteca personal, la poca difusión que había tenido su archivo en el CITRU, etc. Pero, para fortuna de Bueno, del teatro y la literatura, Ocampo ha regresado.

Precisamente el tiempo que vivimos es el que trae de vuelta a María Luisa: recuperar su obra silenciada ha sido posible gracias a la vigencia de su voz, que se muestra desencantada ante la narrativa oficial que ella vivió de cerca, siendo funcionaria federal, y a lo largo de su vida, desde su infancia en pleno porfiriato, hasta su edad madura, en que presenció la represión al movimiento almazanista en 1940.”

Cuando la joven maestra Antonia enfrenta una dura verdad del pasado ante la familia que la acogido y debe tomar una decisión radical, una figura entre tangible y etérea se ubica detrás de ella y con sus manos y su gesto, apoyan cada una de las palabras que Antonia debe decir para exorcizar sus demonios y, desde su cuerpo y su voz, hacer justicia.

Esa figura es la de María Luisa Ocampo, a quien hoy, a 124 años de su natalicio y 49 de su fallecimiento, recibe las manos y el gesto de apoyo del teatro mexicano para que su voz sea escuchada, su ideología sea reflexionada y su figura de autora espléndida sea finalmente puesta en escena y en justicia.

Por Enrique Saavedra, Fotos: Cortesía Christian Bueno

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