Irónico como de costumbre, Salvador Novo espetó: “Pronto la piqueta municipal va a reducir a polvo este recinto. Urge zanjar la ciudad, abrir anchos canales a su tráfico denso; comunicar a los Fernández de Las Lomas con los Fernández de Peralvillo”. Lo anterior, en referencia a la ampliación del Paseo de la Reforma que, al efectuarse 1963, ocasionó una de las pérdidas más significativas del mundo del teatro de la primera mitad del Siglo XX: la del Teatro del Caballito, emblema de la escena independiente ubicado en esa zona del Centro de la Ciudad de México.

Ahí surgió el movimiento Poesía en Voz Alta, que revolucionó el concepto de teatro en la década de los cincuenta gracias a figuras como Octavio Paz -aunque se sabe no le gustaba el teatro-, Juan José Arreola y los jóvenes Héctor Mendoza, Juan José Gurrola y José Luis Ibáñez. Ahí se presentó Divinas palabras, el mítico montaje de Juan Ibáñez que triunfó en el II Festival de Teatro Universitario de Nancy, Francia. Su dueña, la actriz y socialité Marilú Elízaga lo rentaba o prestaba a las compañías teatrales, logrando hacer de él, desde finales de los años cuarenta, un recinto emblemático para el teatro universitario, muchos años antes de que el Teatro Juan Ruiz de Alarcón, el Foro Sor Juana o el Santa Catarina fueran siquiera pensados.

Al igual que El Caballito, otros recintos que han sido de suma importancia para la historia del teatro mexicano ya no están más entre nosotros y otros tal vez están ahí, pero sin estar del todo.

Siguiendo con teatros relacionados con la Máxima Casa de Estudios, en Avenida Chapultepec, entre la Juárez y la Roma, la UNAM también tuvo el Teatro Arcos Caracol, que se inauguró en 1958. Uno de los más famosos “teatros de bolsillo” -teatros de menos de 300 butacas, a diferencia de los grandes edificios teatrales representativos de la ciudad- cuya intensa actividad se vio mermada tras los hechos de 1968. Aún así, en 1980 fue recuperado por el periodista, dramaturgo y director José Antonio Alcaráz para escenificar el primer espectáculo teatral abiertamente LGBT: Y sin embargo se mueven, pero después de ello no se volvió a saber más sobre este teatro.

El Foro Isabelino, espacio fundamental para la creación teatral tiene una historia muy peculiar, pues tras presentar desde la primera mitad del siglo XX mucho de lo mejor de la vanguardia teatral que definió la escena mexicana fue tomado en 1973 por un grupo de artistas liderado por el director venezolano Carlos Giménez -en oposición a lo que entonces fueron considerados malos manejos por parte del Director de Teatro de la UNAM, Héctor Azar, a quien llamaban el Zar del Teatro-, lo cual devino en la instauración del Centro Libre de Experimentación Teatral Cleta, el cual estuvo a cargo de Luis Enrique Cisneros “El Llanero Solitito”, y que durante varios años tuvo como sede el edificio de Sullivan, en donde hoy en día ya no hay expresiones teatrales, pero sí artísticas, pues actualmente es el Museo Experimental El Eco.

Cerca de ahí también estaba el hoy desaparecido Teatro Sullivan y justo enfrente, el Teatro Arlequín, que cerró sus puertas en 2016 con una función especial de la obra La dama de negro y que entonces anunció que regresaría tras una remodelación que jamás sucedió.

No muy lejos de ahí, en 2019 se intentó reactivar la vida del inutilizado Teatro Reforma, espacio que además de recibir importantes espectáculos, fue el primer escenario que, a su llegada a México en plena dictadura militar argentina, pisó la gran Nacha Guevara. Empero, desde el reestreno de Felipe Ángeles a cargo de la Compañía Nacional de Teatro no ha ocurrido nada más en la programación de ese recinto.

Teatros independientes del nuevo milenio como el Foro Teatro Contemporáneo de Ludwik Margules, que además fue una escuela de actuación de suma importancia en el último tramo del siglo XX, el Foro El Bicho de Úrsula Pruneda y Hari Sama, el Tintero de los Ironistas de la compañía queretana Sabandijas del Palacio dirigida por Mariana Hartasánchez, la Sala Chopin en la Roma, el Traspatio Escénico en la Condesa, el Centro Cultural Carretera 45 de la agrupación del mismo nombre, el Teatro del Hotel NH en la Zona Rosa y la casa Microteatro en la Santa María la Ribera son algunos de los recintos que la comunidad ha perdido en los últimos veinte años.

Aunque, por el contrario, dos casos de reparación y renovación han favorecido la vida teatral: el del Teatro Milán, que quedó derruido por el terremoto de 1985 y fue casi 30 años después que gracias a Mariana Garza y Pablo Perroni, el gran teatro de la Universidad Veracruzana que en su momento dirigieron los creadores Manuel Montoro y Guillermo Barclay, goza de una nueva y, esperamos, muy larga vida.

Y, por supuesto, El Círculo Teatral, que, tras cerrar por sufrir severos daños en el terremoto de 2017, fue remodelado y reinaugurado en 2021, cuando lo más rudo de la pandemia por COVID-19 -que, por cierto, amenazó la existencia de más de un recinto teatral- había pasado.

Otros edificios teatrales cobran relevancia en nuestro tiempo por su sabido estado de abandono. Teatros que, para no desentonar con el contraste entre humanos y fantasmas del Centro Histórico, están ahí, en pie, pero inhabitados, sin creadores teatrales ni espectadores que los devuelvan a la vida: el Teatro Fru Frú, que si bien en 2022 se reabrió primero para un montaje de El show de terror de Rocky y luego para el velorio de su célebre dueña, Irma Serrano “La Tigresa”, es uno de los teatros más visiblemente desocupados y que carga con las mejores leyendas -constatables- de espanto y terror de nuestra ciudad.

Muy cerca de ahí, frente al pequeño pero vivísimo Foro A Poco no, cuando los camiones de basura no la tapan, puede verse la espléndida fachada del Teatro Lírico, el escenario en el que grandes estrellas de la ópera, la revista y la música popular –María Conesa, Agustín Lara, Pedro Infante y Jorge Negrete, por ejemplo- llenaban las noches de una Ciudad de México que, no hace mucha falta recalcar, era muy distinta a la de hoy en día. Aunque se reinauguró en 1993 con el estreno de la opereta La viuda alegre protagonizado por Angélica María, luego de esa temporada ese teatro no volvió a su funcionamiento habitual.

Y aunque en este listado no está de más lamentar ver en la calle de Atenas la fachada sin vida del que fuera el principal centro nocturno de esta ciudad, El Patio, el gran lamento de la comunidad de las artes escénicas es, en contraste, la inhabilidad del gran teatro popular de la ciudad de México, cuna y gloria de los más importantes comediantes, cantantes y actores mexicanos: el Teatro Blanquita, que desde su cierre en 2015 ha frustrado una de las formas de entretenimiento más tradicionales y vibrantes para muchos citadinos.

Tras vibrar desde las butacas hasta su vestíbulo -todo ello nuevo y elegantísimo- con las estruendosas ovaciones otorgadas a cada minuto del musical La Bella y la Bestia, el Teatro Orfeón permanece cerrado y jamás ha vuelto a cimbrarse con el público que durante un par de años lo abarrotó con la primera gran producción teatral de Disney y OCESA.

Y, hablando de musicales, muchos de los mejores de la década de los noventa –Cats, A Chorus Line, La jaula de las locas y Cantando bajo la lluvia, por ejemplo, se presentaron en la colonia Roma, en el Teatro Silvia Pinal -perteneciente a la legendaria actriz y productora- que hoy en día conserva su forma y fachada pero para anunciar las actividades de una famosa iglesia.

Meterse de lleno a las razones por las cuales cada uno de estos teatros desapareció o porque sigue ahí, pero sin recibir ningún espectáculo, es digno de un libro.

Quede al menos en estas líneas la constancia de su existencia, a fin de que no se pierdan entre sus ruinas y sean rescatadas por la memoria histórica, por la teatral y por la urbana. Que cada que pasemos por donde ahí estuvieron o están esos edificios, jamás se olvide que ahí se gritó tercera llamada, que hubo aplausos cada noche y que la gente entraba y salía conmovida, feliz. Que en esos edificios alguna vez hubo vida teatral. Vida plena, pues.

Por Enrique Saavedra, Fotos: Cortesía

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