Por Alegría Martínez/ La cancha de futbol rápido es el vertedero de las emociones, donde vuelan libres las frases que se lanzan nueve jugadoras adolescentes durante el entrenamiento. Sin filtros, ni rodeos, los personajes de Lobas, dejan salir lo que piensan y sienten, como dardos sin rumbo, entre carreras, balones y cabezazos.
Muros metálicos color amarillo delimitan el espacio cubierto con pasto sintético. Se cuelan los sonidos que remiten al trajín imparable en las zonas de juego. Las chicas del equipo hablan de genocidio, de leyes y castigos, de juegos ganados y perdidos, de equipos y contrincantes, de acoso y aborto, del periodo menstrual, de costumbres, religión, del estrés y de inmigrantes, como si desgajaran su preocupación en palabras expelidas al calor del ejercicio, hasta que adquieran ligereza.
Lobas, de la joven dramaturga estadounidense Sarah Delappe, propone un acercamiento a la edad de 16 años, cuando las jóvenes buscan respuestas sobre quién es cada una, entre críticas y complicidades, al descubrir que los sucesos del mundo exhiben distintas caras, dividen opiniones, muestran facetas ocultas, mientras la adrenalina del juego vincula y salva, une y separa, hasta el próximo encuentro.
Los ejercicios y las dinámicas del calentamiento hacen ir a las actrices de un lado a otro, cumplir un cúmulo de rutinas físicas específicas. Sobre sus pantalones cortos color negro, su playera morada muestra el número de cada jugadora. La portera es la única que porta playera azul y que sale disparada de manera intermitente por una necesidad que se vuelve hábito, sin causar sobresalto entre sus compañeras.
La urgencia de la vida se desliza cada instante en proyectos de vivencias que se avecinan, en la emoción del porvenir reducido a veces a los planes de fin de semana. Buena dosis de crueldad flota en señalamientos y burlas, en indiscreciones e intimidades que debían quedar en secreto y las emociones arrasan a las jugadoras del equipo Lobas.
El texto de Delappe, estrenado en su país y ganador del premio Pulitzer, da rienda suelta en su versión mexicana a frases, palabras y muletillas pronunciadas por las jóvenes al calor de la exaltación que las envuelve. Salvo temas estrictamente femeninos, si ellas fueran ellos, habría poca diferencia en la forma en que se comunican, en esa necesidad de medirse con la otra, de sentirse superior en todo lo posible, de sacudir, escandalizar y empatizar, como ocurre con el personaje que muestra en su playera el número 2, a cargo de la actriz Ana Valeria Becerril, en busca de escucha y solidaridad para apoyar a otros.
La dramaturgia de Lobas entrecruza parte del universo de las jugadoras, da muestra de sus abismos y algunos de sus deseos, que se insertan en una nebulosa de emociones. Sin embargo, los sucesos detonantes que marcan su vida tienen lugar fuera de la cancha, a la que regresan con la carga de lo ocurrido, como si trajeran restos de lo que viven al margen del espacio donde el pesar y la angustia se transforma en una risa, en una mirada, en una huida, o en un enfrentamiento, ante un balón que las rescata.
La dirección de Paula Zelaya Cervantes, quien realiza también la traducción y adaptación del texto, define las características de los personajes: de la inocente y confiada, a la infantil y alegre, la que se siente insuperable, aquella que está ahí sin llamar demasiado la atención, la joven a quien su cuerpo le grita la necesidad de calma, o la chica que comenta con acidez y en broma cada suceso. La que intenta poner en práctica lo aprendido, la que cree tener una amiga, y la joven que resiste discriminación con entereza, bajo su playera con el número 46, a cargo de María Penella Gómez, que integra matices, cambios, miradas que dan señal de lo que su personaje oculta.
Las contradicciones expuestas en pocas palabras dan signos de lo que viven los nueve personajes, no obstante, fuera de los comentarios sobre el mundo que las rodea y de lo que jugadoras expresan a raudales en frases cortas, a quienes más conoce el público, a partir de la dramaturgia, es a la número 2, y a la 46. Quizá el resto del equipo podría crear su propia historia más allá de la dramaturgia, de modo que esa profundidad que nutre a cada personaje, se proyecte aún más allá de los dichos.
Lobas desborda energía a cargo de actrices jóvenes con experiencia como Alicia Candelas, Ana Guzmán Quintero, Ana Valeria Becerril, Camila Torres Cantú, Claudia González Menchaca, Luisa Guzmán Quintero María Penella Gómez, Patricia Loranca y Sharon Ayon. El elenco mantiene el interés en ese caldo de cultivo que es la adolescencia, aunque a ratos pareciera que no progresa la dramaturgia, hasta que da un giro la historia.
La llegada de las chicas a la cancha después de un hecho contundente, las enfrenta a una realidad inesperada y abrupta. Antes de salir al juego, se encuentran con la madre de una de sus compañeras, interpretada por Arcelia Ramírez, actriz que integra el sentir de todas las madres, aquellas que no cesan de estar ahí, de apoyar, de padecer, de soñar con su hija y tratar a sus compañeras como hijas propias, jóvenes que se baten por una vida que descubren cada segundo.
El montaje que produce Próspero Teatro, encabezado por Camila Brett, en coproducción con Ana y Luisa Guzmán Quintero, con producción ejecutiva de Adriana Hernández, cuenta con dirección de movimiento y coreografía de Vicky Araico, diseño de escenografía e iluminación de María Vergara, diseño de sonido de Dulce Mariel, de Maquillaje y peinado de Cinthia Muñoz y vestuario a cargo de Estela Fagoaga, Trama & Drama, entre más integrantes del equipo.
La obra se presenta de viernes a domingo, hasta el 2 de julio, en el Foro Lucerna del Teatro Milán, consulta horarios y precios, aquí.
