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FINITUD: Teatro frente al dolor y la culpa



Por Alegría Martínez/ Preguntas y respuestas cortas, prolongan dudas que se enroscan en una especie de mantra ante la falta de certezas sobre lo que es estar o no: dejar de ser.

Un hombre y una mujer maduros, hablan al centro del escenario, envueltos en una soledad oscura y ceniza que parece engullirlos, desde donde se asoman con insistencia a una ventana, como si la posibilidad de ver a alguien a distancia confirmara de alguna forma su propia existencia.

Finitud, obra de Víctor Weinstock, bajo su dirección, con la que nace la compañía independiente Teatro de Fuego, estrena este texto, homenaje a Fernando Zaragoza Blanco, hijo de los actores Mario Zaragoza y Patricia Blanco, que en escena representan a la madre y a un indigente, mientras Gastón Yanez interpreta al padre del joven fallecido el año pasado, aunque para efectos de la obra, el personaje víctima de un accidente carretero, es una niña de pocos meses de nacida.

El público escucha un diálogo, a ratos incomprensible, entre esta pareja que habla de alguien que los observa, aparece, se diluye, se transforma, como si ellos estuvieran ante espejismos que crean o perciben, al tiempo que tal vez alguien los mira a distancia. Todo es incertidumbre, dudas, una aprehensión que repta por el espacio, alumbrado apenas por la breve flama de un cirio.

Como si estuvieran en un lugar inexistente, las frases brotan de personas que guardan un conocimiento previo del otro, que sin embargo se modifica cada segundo, como si algo les recordara aquellos que fueron, les mostrara huellas de lo que han dejado de ser y les diera señales de que comienzan una nueva etapa, en ese primer tiempo que parece eterno, como restos humanos que respiran.

La culpa se agiganta como un monstruo que alimenta la necesidad de recordar los hechos, de salvarse cada uno de sí mismo, de hallar una imagen, un eco que responda cuando el dolor se incrusta.

El rechinar de puertas, crepitaciones, sonidos que llegan y se diluyen a unos pasos de la ventana irregular que imanta a los personajes, el delgado humo del incienso que la madre blande como si quisiera alejar sensaciones y recuerdos, viaja en el interior de un viejo cuarto, a la orilla de una carretera en México en 1973.

El desasosiego ata a los personajes creados por Weinstock que parecen estar en una espiral infinita de contradicciones dialécticas, filosóficas y mundanas, entre las respuestas que impone el silencio, hasta la llegada del tercer personaje, un indigente que a manera de sabio loco y extravagante, desmenuza la realidad al nombrarla, subraya la parte cotidiana de la vida humana y la evasión ante la contundencia de la finitud.

La irrupción del personaje a cargo de Mario Zaragoza, -que calza zapatos femeninos de tacón bajo, usa un pantalón holgado ajustado al tobillo, chaleco colorido sobre su torso desnudo y pashmina de encaje rosa al cuello, bajo sus barbas y cabello rizado casi blancos-, rompe la conversación de la pareja.

Este personaje sorprende por la crudeza de sus afirmaciones y cuestionamientos, por las palabras certeras, el lenguaje coloquial que utiliza y la forma irreverente en que se dirige a los personajes, como se habla a personas muy conocidas, justo desde el otro yo, ése que se rechaza en automático, al descubrir una realidad que nadie quisiera ver.

El dramaturgo y director desteje prejuicios, simulaciones, temores, dolor, sombras, culpa, dudas e incertidumbre. Rechaza la solemnidad y detona la risa que sorprende en una circunstancia compleja, al centro de esa nebulosa en la que quedan los sobrevivientes, sin saber qué hacer ante el límite de la existencia, por más que ésa sea la única certeza del ser humano.

La esencia fársica se abre paso como hilos de agua entre la circunstancia que la pareja se niega a aceptar. Además de la presencia del Viejo, entran a escena tramoyistas en actitud abierta, -lejos de como lo hacen generalmente estos técnicos, en el intento de ser invisibles- y se alude a la obra de teatro en representación, entre otros ejemplos, hechos que cambian la atmósfera y dan lugar a la escena en la que el público se entera de la vida de la pareja que se conoció siendo ella trabajadora sexual y él mecánico del camino.

La sinceridad abierta y la gracia del viejo bautizado por el autor como YY, que puede ser un él, ella, todos, ninguno y parte de ambos, incluido el espectador, se esparce mediante una amplia gama de matices que Mario Zaragoza otorga a su personaje al relacionarse con el público y con la pareja, que insiste en recrear los hechos, cotejar lo que creen cierto y lo que no, como si al hacerlo pudieran toparse con una nueva versión del suceso.

El texto de Finitud es casi un tratado dramatúrgico, una valiosa y profunda reflexión en cascada de palabras sobre la muerte, en torno a la tragedia que implica perder a un hijo y los planos de realidad e irrealidad que se derivan de un hecho de esta naturaleza.

Entre el pasmo y la invocación a la fuga y a la cordura, el montaje detona más tarde, una risa incómoda, espontánea y liberadora frente a la ausencia, en un mar creciente de preguntas. Weinstock inserta al público, en el pantano emotivo que atrapa a los personajes, hasta abrir la posibilidad de auto percibirse con mayor claridad internamente.

Patricia Blanco, Gastón Yanez y Mario Zaragoza conforman el elenco de Finitud que cuenta con composición musical y diseño sonoro Deborah Silberer, escenografía e iluminación de Jesús Giles, vestuario y maquillaje de Brisa Alonso, producción general de Gerardo Capetillo, producción ejecutiva de Ximena Bache y Production Stage Management, de Luis Ángel Gómez.

La obra se presenta todos los lunes, hasta el 18 de septiembre en el Teatro Varsovia, consulta horarios y precios, aquí.

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Un comentario sobre “FINITUD: Teatro frente al dolor y la culpa

  1. Es un tanto desesperante, quieres que algo pase, hablan y hablan y al principio no entiendes nada… pero analizando, asi es la pérdida de un hij@, nada te da sosiego, te sientes atrapado en una espiral sin fin que te vuelve lic@ poco a poco. Fuerte pero se diluye un poco con el humor ácido del indigente. Lo único que no me gusta es que casi se encuera en el escenario el indigente y no viene al caso.

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