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El teatro nos dice cosas sobre nosotros mismos que desconocemos

Comienzo a escribir este texto para conmemorar el Día Mundial del Teatro, que se celebra cada 27 de marzo desde 62 años, en otra fecha cargada de significado: el 8 de marzo, el Día Internacional de las Mujeres

Marzo inicia con una fecha que conmemora la lucha de las mujeres por lograr el cabal cumplimiento de su derecho a la igualdad, la justicia, la paz y el desarrollo íntegro. En esta lucha no está excluido el teatro, ni la literatura, son espacios políticos que deben ser tomados. El mes cierra con una fecha para celebrar, una fecha que nos recuerda, hoy más que nunca, que el teatro no va a morir, no puede, ni debe hacerlo.

Ninguna puesta en escena nos deja indiferentes. Tenemos una relación muy especial con el narrar y escuchar historias, con el acto colectivo de reconocernos en la historia del otro. ¿Y qué otra cosa es el teatro más que eso? Podemos salir de una representación teatral emocionados, extasiados, reflexionando o francamente decepcionados, e, incluso, con la sensación de haber perdido el tiempo, pero nunca saldremos de un teatro como si nada hubiera pasado. 

Después del silencio forzado por la pandemia, recuperamos la oportunidad de escuchar y reconocernos en otros. 2020 fue el año del cierre y la incertidumbre; 2021 el de la lucha por salir a flote; 2022 fue una apertura paulatina -un estira y afloja-; el 2023 está siendo el año de la apertura plena. El público, poco a poco, se ha volcado a las salas; ha entendido que de él depende la salud del teatro.

Pero, ¿cuánto dura una pandemia? La historia nos ha enseñado que una pandemia no tiene un final único. Existe uno médico, determinado por una serie de indicadores medibles. El otro es el social, que está determinado por una serie de factores más difíciles de medir. 

Según ha declarado el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS),  el dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, el final de la emergencia por el COVID-19 en el mundo podría llegar a su final este año. Esto supondría el fin médico de la pandemia. En términos sociales también estamos cerca de ello, muchos historiadores coinciden en que la disminución del miedo ante la enfermedad es lo que marcaría su final. 

Sin embargo, no se ha decretado aún el final de la pandemia y permanecen como testimonio de lo que hemos vivido varias secuelas. El teatro en México y en muchas partes ya se encuentra al 100%. Sin embargo, sabemos que el impacto de la emergencia sanitaria fue devastador para el teatro, creadores y compañías. Si bien no existen estadísticas con datos duros confiables sobre las pérdidas económicas del sector en nuestro país, todos coincidimos en que el impacto fue enorme. 

Otra situación que se ha derivado de la pandemia es que hay un rezago en la programación de los espacios. Muchos proyectos quedaron pausados o interrumpidos, muchos que estaban por arrancar tuvieron que posponer. Esto ha creado una especie de cuello de botella, en el cual los teatros y foros se están reprogramando y tratando de dar salida a todas estas propuestas. 

El manejo de la emergencia, en lo que respecta al teatro, evidenció la necesidad de crear legislaciones y reglamentos específicos para las artes escénicas. Esto es evidente en que a espacios de 100 personas se le dio el mismo tratamiento que a los conciertos masivos o espectáculos deportivos. Naturalmente, el impacto para lugares de aforo reducido no es equiparable al de un estadio o una arena con capacidad para miles de espectadores. 

Esto que dejó la pandemia es una realidad, pero también es una realidad que el público ha vuelto. Que el teatro ha sobrevivido a esta emergencia, como lo ha hecho antes. Hoy los creadores han vuelto a su espacio natural, también el público, que es el encuentro presencial entre ambos. Porque el encuentro entre las personas es una necesidad intrínseca a nuestra naturaleza.

Sin embargo, no son solo los efectos residuales de la pandemia los peligros que el mundo enfrenta. La guerra, como una sombra constante, se asoma en distintas latitudes del planeta. El cambio climático es una realidad que amenaza al ser humano y al mundo como hasta ahora lo conocemos. Desastres y migración forzada por la violencia y las crisis económicas son noticias de todos los días.

En eso, el teatro tiene también mucho que decir. Ha demostrado a lo largo de la historia  su capacidad transformadora

No sabemos exactamente cuando nació el teatro, tenemos una intuición de que fue muy temprano en la historia de la humanidad. Las referencias más copiosas las tenemos en la antigua Grecia. De ahí viene el nombre del teatro como lo conocemos, de la palabra griega para “mirar”, para “contemplar”. 

La obra más antigua que se conserva es Los Persas de Esquilo. El autor ahí nos habla de la guerra,  sin odio ni escarnio representa a los enemigos de su civilización. Unos años más tarde, en el 415 a.c., Eurípides presentaría en un teatro ateniense Las Troyanas. Podemos imaginar el estupor de los atenienses al escuchar en voz de Hécuba el amargo futuro que espera a las mujeres  de Troya, y el cruel destino que los héroes derrotados sufrieron. Eurípides decidió, en lugar de alabar uno de los mitos fundacionales de la Grecia antigua, denunciar el desastre que esta epopeya representó para otros. En Las Troyanas su autor habla de la violencia y las brutales consecuencias que la guerra trae. 

Estas dos obras muestran, desde muy temprano, la vocación del teatro: su fuerza y su potencia al dar voz a quienes no la tienen

Sobre la emergencia climática que el mundo enfrenta, el teatro también tiene algo que decir. Un ejemplo de ello es la labor que la ONG S.A.F.E. Kenia viene realizando desde hace algunos años en el país africano.  Esta organización promueve el cambio social a través de herramientas como la educación, el teatro callejero, el cine y programas comunitarios. Uno de estos programas ha llevado a actores y creadores escénicos a dialogar con los pobladores de aldeas para escuchar la problemática que enfrentan debido al cambio climático. A partir de esta experiencia, los artistas realizan una obra que se representa en diversas comunidades.

S.A.F.E Kenia señala que estas representaciones inspiran el cambio en el comportamiento de las personas y logran “derribar barreras para permitir el acceso a información y servicios que salvan vidas. Las representaciones brindan a las personas el vocabulario, la información, las habilidades y las actitudes que les permiten dar los pasos cruciales para mejorar sus propias vidas”.

Por todo esto, en 2023 tenemos mucho que celebrar, a pesar de los rezagos y consecuencias que enfrentan las artes escéncias después de la pandemia. Tenemos la oportunidad de celebrar plenamente al teatro cómo debe celebrarse, yendo al teatro. Hoy podemos celebrar que el teatro ha sobrevivido nuevamente, y podemos hacerlo en el acto presencial, sentados unos al lado de otros.

Celebremos al teatro en su día. La enseñanza más grande que la emergencia sanitaria nos puede haber dejado, -además de que tenemos el deber como humanidad de fortalecer y dar un alcance universal a los sistemas sanitarios, al desarrollo equitativo y a la solidaridad entre todos los seres que habitamos este planeta- está el que, como decía Camus en su novela La peste, la “alegría está siempre amenazada”. El autor autor y dramaturgo francés entendió que “la peste no muere ni desaparece”, que puede permanecer dormida y “puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte”.

Nosotros tenemos que estar preparados y no olvidar lo que en este tiempo hemos aprendido: el arte y el teatro salvan. Si bien, tuvimos que replantearnos  nuestra forma de ver el mundo y de relacionarnos, también aprendimos que no hay sustituto para el ritual teatral y la comunión que tanto amamos. ¡Feliz Día Mundial del Teatro!

Por Óscar Ramírez Maldonado

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