Gabriela Ochoa, directora y dramaturga, hacía teatro a los 7 años en su natal Cuauhtémoc, Chihuahua. Jugando al teatro con sus primas y rodeada de libros que pedía a su padres, encontró su vocación. Ubicada a poco más de 100 km al suroeste de la capital del estado, esta ciudad es considerada la entrada a la región Tarahumara.

Si bien se trataba “de un contexto que no ayudaba mucho”, una vez que entró a la preparatoria, en la ciudad de Chihuahua, comenzó a asistir como oyente a las clases de licenciatura de teatro. Al terminar la preparatoria, es que decide -impulsada por un maestro – inscribirse en la licenciatura en Teatro de la Universidad Veracruzana.

Es casi por casualidad que encuentra lo que más le gusta hacer en el teatro. Como muchas directoras y dramaturgas, nos cuenta que en un principió su camino la llevó por la actuación. “La verdad es que me tardé mucho en descubrir mi lugar, que era la dirección y la dramaturgia”, nos confiesa. En el 2005, una apendicitis le impide actuar y es entonces que se puso a escribir una obra que tenía inquietud de crear. “Me puse a escribirla y me puse a dirigir, de ahí, todo fue más fácil, como que la vida te dice, es por acá”, reflexiona en entrevista.

Cuando la autora de Algodón de azúcar narra esta anécdota, pienso en los payasos de su obra, que actualmente está en su segunda temporada en el Teatro de las Artes del Cenart. Esos payasos que engatusan al personaje de principal de su obra, Magenta, para atravesar un parque de diversiones que – no sin hacerlo enfrentar sus sombras – lo hace encontrar el camino de vuelta a su destino, al hogar, a veces “la vida te dice, es por acá”.

Como parte de nuestra serie de entrevistas a directoras mujeres charlamos con Gabriela Ochoa,  directora de obras como Texel Texas y Sin paracaídas, está ultima también de su autoría.

“Entrar a un universo muy distinto que yo no me imaginaba”

Ochoa realizó la licenciatura en Teatro en la Universidad Veracruzana y posteriormente la Maestría en Artes del Espectáculo, Opción Estudios Teatrales en la Universidad de Saint-Denis, en París, para finalmente, en el 2003, llegar a la Ciudad de México.

“Todo empezó en realidad por mis clases de teatro en Chihuahua”, nos dice. En su casa, recuerda, siempre hubo mucha música, cine – su papá era un cinéfilo- y literatura. Pero no era muy alentador, confiesa, “el contexto en los años ochenta, no era como haber crecido en la Ciudad de México”.

La decisión de estudiar teatro en la facultad de Teatro en Xalapa cambia su perspectiva; el cambio para ella resultó una “maravilla”. En este sentido, narra: “No podía creer que mis clases eran actuación, danza, gimnasia. Era como entrar a un universo muy distinto que yo no me imaginaba y, claramente, sentía que ese era mi lugar, que ahí es a donde pertenecía”.

Este sentimiento fue profundizando y, ahí en Xalapa, ingresó también a la escuela de Abraham Oceransky. Ahí hizo un descubrimiento que ha permanecido como parte de su forma de hacer teatro. “Ahí fue donde incursioné en la máscara, primero con Adriana Duch y luego con Jean-Marie Binoche, que realmente fue mi maestro”, rememora. Durante su estancia en París, retomó el trabajo con Binoche “de manera intensiva”.

Gabriela considera que toda la formación como actriz y su experiencia con la máscara están en la base de lo que hace. En este sentido, señala: “Desde la primera obra que empecé a dirigir, pienso que la máscara está ahí, los principios pero sin el objeto”. Es en Algodón de azúcar que la dramaturga y directora retoma la máscara como objeto, lo cual ha sido para ella un reencuentro.

“Me encanta dirigir y sobre todo me encanta cuando puedo poner en escena una idea mía”

Hoy la dramaturgia y la dirección son su pasión, pero es algo “que jamás hubiera imaginado”, nos dice. En el 2005 Gabriela Ochoa interpretaba un unipersonal de máscara con el cual tuvo muchas giras. En una de estas giras, nos platica, enfermó de apendicitis, lo cual no le impidió actuar. Entonces ese entonces ya tenía la idea de una obra, por lo cual aprovechó aquel momento para escribirla y ponerse a dirigir. “La verdad es que ya ni me imagino subirme al escenario como intérprete. Me encanta dirigir y sobre todo me encanta cuando puedo poner en escena una idea mía, como es el caso de Algodón de azúcar”, afirma.

Esta primera obra, Réplica con Sombra y Séquito, fue una respuesta a su tésis de maestría que realizó en París, señala. En ella, explica, “quería hablar de lo que pasa con la máscara cuando la quitas”. A partir de eso nació su inquietud y construyó una historia con cuatro personajes, “tenían una gestualidad muy evidente, no era un teatro realista, por su puesto, sino muy físico”.

Con su ópera prima ganó la convocatoria del Foro de las Artes, “yo venía llegando de París […] no conocía a nadie, no tenía contactos, pero se fueron abriendo muchas puertas“. Se trata de una obra, destaca, “que tuvo mucha vida”, pues se estrenó en el Foro de las Artes, tuvo temporada en el Teatro Helénico y participó en la Muestra Nacional de Teatro y en el Festival Internacional de Chihuahua.

“Hay una diferencia que se está tratando de equilibrar en estos tiempos”

Al platicar sobre las diferente experiencia que pueden tener un hombre director y una mujer directora, en aquel momento, reflexiona, con poca experiencia en la dirección “no alcanzaba a visualizar lo que puedo ver ahora del teatro dirigido por hombres y por mujeres”. Con el buen recibimiento de su ópera prima, recuerda que todo iba muy bien. Sin embargo, agrega, “creo que siempre hay dificultades, y que gracias a que se ha hecho más visible esta problemática. Eso se ha ido acotando”.

Al respecto, considera Gabriela Ochoa que muchas veces se presentan dificultades, por ejemplo cuando al llegar un teatro se le solicita algo a la plantilla técnica. “Me llegó a pasar, no con esta obra, con otras después. Creo que sucede cada vez menos, pero sí hay una diferencia que se está tratando de equilibrar en estos tiempos, pero hay muchos factores que influyen”, destaca.

En este sentido, puntualiza: “En este país no nada más es si eres hombre o eres mujer, tiene que ver con muchas otras cosas, no vamos a entrar en ese tema, pero digamos que no es solamente ese el problema”.

“Había que tener autoridad para dirigir desde un lugar bastante vertical y absolutamente patriarcal”

Sobre cómo han ido cambiando las cosas, la directora señala: “me da mucho gusto ver que haya tantas mujeres haciendo teatro, dirigiendo”. Destaca que en México hay mujeres muy talentosas, buenas directoras y dramaturgas.

Anteriormente, en los años noventa o los dosmiles, recuerda, la dirección se percibía como un rol más masculino, “porque había que tener autoridad para dirigir desde un lugar bastante vertical y absolutamente patriarcal”. Este aspecto, considera la dramaturga, “se ha ido equilibrando”. Para la autora de Tres para el almuerzo, se trata de un camino largo, “pero en el que vamos bien, vamos avanzando”.

Para Gabriela Ochoa la dirección no tiene que ver con una cuestión de autoridad. Se trata más bien, de que “la persona que dirige tiene que ser estratega, tiene que tener una visión de hacia dónde tenemos que caminar todes juntes. Obviamente hay una cabeza para darle orden a eso, pero es una cabeza que está abierta a la creatividad de todo el equipo”.

Cambiar estos paradigmas y quitar el “halo de vaca sagrada a la persona que dirige” es algo positivo, señala. En este sentido, su reflexión es: “Creo que lo que el teatro quiere es reflejar la humanidad, y nuestra sociedad más cercana, la que nos refleja, la que nos identifica y eso no tiene nada que ver con figuras de poder, sino todo lo contrario”.

“Es difícil explicar cómo funciona internamente la creatividad”

El camino que ha seguido nuestra directora del mes lo califica como muy intuitivo y genuino. Este, nos dice, se ha ido desarrollando a lo largo de cada puesta en escena que ha realizado. “Es difícil explicar cómo funciona internamente la creatividad de cada quien, pero de alguna manera, si ves mi trabajo, está en la imagen, en la imagen que evoque muchas lecturas”, señala. Se trata de algo no predeterminado que simplemente surge, agrega, y que “al paso de los años se ha ido condensando cada vez más”.

Específicamente, sobre Algodón de azúcar su autora nos dice que está plagada de símbolos. Se trata de una obra muy onírica desde el principio, alejada del realismo, en la cual su personaje empieza primero divertido y reconectando con su niño interior, pero se va volviendo una pesadilla. Al respecto, destaca Ochoa, “luego sus acciones y las decisiones que va tomando van teniendo consecuencias que él no se imagina y lo van acorralando hasta confrontarlo con un trauma olvidado”.

Para la creadora Algodón de azúcar es una obra llena de onirismo y vertiginosa. “La idea es que el público no sepa cómo llegó a la siguiente vuelta”, para que no tenga tiempo de pensar y en lugar de ello sienta y después reflexione sobre lo que vio. Se trata de una farsa con lenguaje de clown, de la máscara y de todo un universo simbólico, puntualiza.

Esta obra nace como nacen otras obras que ha escrito su autora. El proceso, explica, nace con imágenes que le vienen a la cabeza: “Nunca sé bien de qué voy a hablar, empiezan a surgir imágenes e imágenes, las voy plasmando en el papel y después les tengo que dar una estructura”.

En Algodón de azúcar hay un grado de oscuridad, pero “esa oscuridad y ese humor negro ayudan a reconectar desde el adulto con su propia infancia”, señala. “Por eso ese universo está permeado de toda esta oscuridad. No es gratuita, tiene que ver con que vamos a llegar a un tema muy oscuro”, afirma.

“Para mí el teatro es un camino de autoconocimiento”

Gabriela Ochoa considera que el teatro es un camino de autoconocimiento, “es la manera en la que uno va descubriendo quién es y lo puede plasmar a través de la obra en muchos sentidos”.

Es una herramienta a través de la cual podemos echar una mirada sobre nosotros mismos, nos dice. Por ello, para la autora, es importante “un teatro que nos identifique, que nos hable de nosotros, que uno pueda decir, yo soy ese o esa”.

Por esta razón, nos dice Gabriela, cree en un teatro hecho en México que nos refleje sin entrar en el costumbrismo. Resume esta idea de la siguiente manera: “Vamos al teatro a vernos reflejados y para reflexionar. No para que nos echen un sermón, no para que nos digan cómo tienen que ser las cosas, el público es muy inteligente, vamos para reflexionar acerca de nosotros mismos y, a partir de ahí, crecer como individuos y como sociedad”.

En este sentido, considera, que cuando una obra es muy universal le puede hablar a muchos públicos, pero esto es algo difícil. “Cuando nos ha tocado salir del país, sea con una obra que yo escribí o que solo dirigí, hay una mirada diferente”, señala.

Finalmente, nos dice que se encuentra muy feliz y divertida por esta segunda temporada de Algodón de azúcar. Destaca que se ha conformado un gran equipo, “hicimos una amalgama que es un trabajo de equipo en el gran sentido de la palabra, eso me tiene absolutamente desbordada de felicidad”. Nos comparte: “Terminamos el 19 de noviembre, yo mientras tanto estoy escribiendo otra obra, terminó el año con eso”.

 

Por Óscar Ramírez Maldonado, Fotos: David Flores Rubio.

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