Por Alegría Martínez/ Con qué arma sería posible vencer el miedo. Qué antídoto contendría la fórmula para disipar las visiones. Cómo mantener viva la memoria de un ser amado y en buen estado la propia. Cuál sería el camino para atajar el riesgo que cual monstruo devorador se adhiere a la vida de personas con padecimientos neurodegenerativos.

El día a día de personas con trastornos mentales de diversa índole se bifurca en laberintos infinitos por donde caminan tanto pacientes como familia y personas con quienes llegan a relacionarse.

Cómo saber qué recuerdos, sucesos actuales o de antaño, terrores, alimentan la realidad que estas personas viven sin que puedan verlos quienes están a su lado, en otra realidad que las vincula y a la vez las distancia.

La cotidianeidad se fractura entre ratos de incertidumbre y zozobra. El piso se desliza bajo los pies de un padre con alzhéimer y de una hija que se transforma en custodia de otra vida mientras observa cómo deja de ser la protagonista de la propia.

El estreno teatral de El padre, obra del laureado escritor francés Florian Zeller, protagonizado por Luis de Tavira y Fernanda Castillo, hace sentir al espectador lo que vive el protagonista y sacude al público en sollozos contenidos a medida que progresa el montaje.

La dirección de Angélica Rogel, amalgama el trabajo actoral del director y maestro de actores, con el de la polifacética actriz, reconocida por su trabajo en series televisivas, películas y comedia musical.

La convivencia entre padre e hija, transformada para ella en un infierno y para él en un tormento continuo, tiene lugar al interior de un departamento decorado con buen gusto, donde predomina el color azul, un mobiliario sencillo de elegante diseño y contados objetos de ornato que acompañan alguna fotografía y contados libros en una discreta estantería.

El delicado diseño escenográfico de Jorge Ballina, que ostenta una sala al centro, con espacios que se abren o cierran mediante ventanales o puertas corredizas en los laterales y al fondo, muestra pequeños cambios que enteran al público de que el lugar de la acción previa, ya es otro. El interior del departamento de una hija, o de la otra, aparece mediante tersos movimientos escenográficos con ligeras variaciones, con lo que el público se confunde de lugar, tanto como el personaje de Andrés, el hombre mayor convencido de que vive en su propia casa.

La confusión permea la existencia de estos personajes que nadan a contra corriente en un mar de pérdidas. Él de todas sus certezas, de sus seres amados que han dejado de ser los que eran, de sus objetos más preciados, de su casa, de su autonomía. Ella de su tiempo, de su libertad, de una paz necesaria para continuar su existencia.

Presas de la desesperación atada con reproches, amenazas, culpas, incredulidad y desamparo, ambos personajes se atraen y se repelen a la orilla de una encrucijada.

A diferencia de cuando Luis de Tavira representó en 2017, al autor de “La interpretación de los sueños” en La última sesión de Freud, al pastor Marcos, teólogo liberal, en 2019, en La fundamentalista, y al obsesivo escucha de su pasado, en La última cinta de Krapp, en 2022, en El padre, construye actoralmente a un hombre, que si bien ha ejercido una profesión, se trata de una persona común, que se encuentra años después en una absoluta indefensión; fuera de batalla, hundido en la inconsciencia de una realidad que lo margina, lo que no implica despojarlo del sarcasmo, el reclamo, la rabia y el doloroso asombro ante hechos que en verdad lo lastiman, sin importar en qué plano de realidad ocurran.

La progresión de la enfermedad de Andrés, como se llama el protagonista, se percibe en su mirada estupefacta ante cada revelación que irrumpe en su vida, en el giro titubeante de un cuerpo que busca salida a su circunstancia y retrocede con pasos cortos al punto de partida, hasta llegar a la fragilidad inmensa de un niño que se rompe en un grito derrotado.

Fernanda Castillo, crea a un personaje que transita del estrés a la angustia, de la calma prefabricada, a la búsqueda urgente de una solución que se rompe cada vez que avanza hacia ésta. Y de ahí al fracaso que se yergue ante la posibilidad de mantener una pareja, entre jaloneos internos que la invaden de culpa, de una desesperada tristeza en ascenso.

La actriz, que sustenta plenamente el personaje de una hija estoica, dedicada y paciente por encima de sí misma, libera a cuenta gotas la densa carga emocional de una mujer que anhela poner fin a esta etapa de su vida, a través de la única escena en que se encuentra sola, en la evocación de un sueño que la aterra, al tiempo en que le pone alas.

La actuación de Emma Dib, en el papel de la adorada hija ausente de Andrés y de la enfermera, otorga a los distintos momentos en que interviene, la esencia del amor resignado cuando es la adorada hija, y la de una comprensión sosegada cuando es la cuidadora.

Pedro de Tavira en el rol de Pedro, la pareja de la hija presente, construye al hombre desesperado frente al incesante vaivén emotivo en el que su mujer se encuentra, violento en la mente del viejo, taimado en su estar cotidiano, hasta sembrar la duda de lo que realmente esconde su personaje.

La joven actriz Ana Sofía Gatica, fresca y ágil en su personaje de la nueva cuidadora, Laura, y Alfredo Gatica, en el papel de Hombre, quien propone un personaje brusco plantado en su indiferencia, completan el elenco de este montaje producido por Alejandro Gou, Guillermo Wiechers y Óscar Uriel, que cuenta con iluminación de Ingrid Sac, música original de Hans Warner y vestuario de Natalia Seligson.

El montaje de El padre, abre brillantemente el diálogo en torno a una agonía que se vive en silencio: la destrucción de la memoria que nos conforma.