“Al igual que los caballos, los actores son dioses”, dijo en alguna entrevista la gran actriz Ofelia Guilmain. En esa sentencia va un enigma que nos recuerda que, sean o no deidades, los actores no son cualquier persona. Hay algo que les impide ser simples seres mortales.

No sabemos si es porque su oficio implica el salir de sí mismo para ser otra persona, lo cual no es tan sencillo como se lee: lo que en el teatro se trata de convertirse o transformarse en un personaje, en ámbitos como el de la psicología y la psiquiatría se trata de un problema de salud. O porque aquello que sobre el escenario es capaz de conmover hasta los huesos, afuera del escenario sería considerado como una vil mentira, un engaño. El equilibrio entre cordura y locura, entre mentira y verdad parece algo sencillo de lograr. Pregúntenle a un actor si es tan fácil.

Se dice que el primer actor en el mundo fue el griego Tespis, pues dejó de narrar las rapsodias de la época y se asumió como el personaje de éstas. En Grecia, cuna del arte dramático, los actores se expresaban a través de máscaras.

El teatro isabelino, el romanticismo alemán… tuvieron sus propias formas de expresión. Y autores como Denis Diderot, filósofo francés apasionado de las artes escénicas, deja constancia de lo que era la actuación en el siglo XVIII: una representación; el actor le hace creer al público que está sintiendo eso que está representando para lograr una reacción emotiva en el público. Hay otras teorías actorales en el teatro clásico, pero es la de Diderot la más notable y estudiada hasta nuestros días.

Sería hasta finales del siglo XIX cuando, gracias a las obras del dramaturgo ruso Antón Chéjov que se instaura una nueva forma de asumir la actuación, pues al ser dirigidas por Konstantin Stanislavski, fue necesario replantearse todo sobre la manera de estar sobre el escenario y abordar un personaje.

Si hasta hoy hay películas o series en las que para hablar de actuación se refieren a Stanislavski, es porque hasta hoy nos persigue la influencia del actor, director y teórico ruso, cuyo método para el análisis, creación e interiorización de un personaje dio la vuelta al mundo, llegando a Estados Unidos en donde ya en el siglo XX fue adaptado por Lee Strasberg. Las formas y entendimientos sobre el arte del actor se han beneficiado con las teorías de actores y directores como Vsevólod Meyerhold, Bertold Brecht, Jerzy Grotowsky, Jacques Lecoq, Tadeus Kantor, Peter Brook, Uta Hagen, Anne Bogart, Eugenio Barba, entre otros.

En México, la gran renovación actoral ocurrió cuando, precisamente tras la estela de Stanislavski, el director japonés Seki Sano llegó a nuestro país con un método basado en el del docente ruso, el cual erradicaba la vieja escuela española, basada en grandilocuencias y sistematizaciones.

Antes que Sano, figuras como Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Celestino Gorostiza y Julio Bracho contribuyeron a dotar de nuevas herramientas a los actores que participaron en sus montajes de obras de la vanguardia europea y estadounidense.

Desde la irrupción de Seki Sano y la actualidad de nuestro teatro ha pasado ya ocho décadas, las cuáles se han visto nutridas por los aportes de diversos directores y docentes que han puesto sus métodos, técnicas y herramientas al servicio primero del aprendizaje y luego de la profesionalización de una vasta cantidad de personas que han elegido la actuación no como un hobby, como socialmente se sigue pensando, sino como un oficio, una profesión, una vida.

De las teorías de actuación contemporáneas en nuestro país, sigue teniendo relevancia la del dramaturgo, director y formador de notables generaciones de actores, Héctor Mendoza, para quien actuar es reaccionar activamente a estímulos ficticios“.

Varios de los actores que hoy son considerados los grandes actores de nuestro teatro, fueron sus discípulos directos. Empero, en México los métodos, técnicas y herramientas actorales se han visto beneficiadas por una vasta cantidad de directores y docentes, pero, sobre todo, por los actores mismos.

De hecho, muchos de los grandes docentes y creadores de métodos y herramientas actorales primero son grandes actores y, uno de los beneficios que hay al momento de estudiar con ellos es que durante el día se le puede ver impartiendo un conocimiento en el aula y por la noche se le puede ver aplicando ese conocimiento en el ejercicio de su profesión, sobre el escenario.

Actores que actúan, actores que también son dramaturgos, actores que también son directores, actores que son narradores, actores que son cantantes, actores que son músicos, actores que también son maestros, actores que -cada vez más- son productores, actores que son traductores, actores que dirigen espacios teatrales, actores que son funcionarios culturales, actores que a la par del teatro hacen cine y televisión, actores que odian la televisión, actores que buscan estar más en cine, actores que si no es en el teatro simplemente no se hallan. Actores que saben que, al final del día, no hay mejor método ni técnica que la propia, la que ensayo tras ensayo, función tras función, se decanta.

No sabemos si, como decía La Guilmain, los actores al igual que los caballos son dioses, pero los actores de teatro en México mucho tienen de divino, pues ahí están, noche tras noche -o mediodía tras mediodía si es matiné-, sobre el escenario, ante a un público que por alguna razón eligió el teatro y no ir al cine o quedarse en casa a ver Netflix.

Ahí están cuando la mayoría de ellos no cuentan con un servicio de seguridad social que lo ampare como a cualquier trabajador, ahí están teniendo que privilegiar la filmación de la serie antes que la temporada teatral que morían por hacer; ahí están corriendo de teatro a teatro, de personaje a personaje, dando una función a mediodía y otra en la tarde, haciendo una obra entre semana y otra el fin de semana; ahí están aguardando a que los inviten a actuar, ahí están generando sus propios proyectos, ahí están preparándose constantemente en talleres que los dotarán de nuevas técnicas y herramientas para fortalecer su personalísimo método: el método de ser, simple, llana y complejamente, un actor.

Por Enrique Saavedra

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