Devastada por sentirse relegada por su triunfadora hija Gypsy Rose Lee, Mamá Rose se instala al centro del escenario y, tras un silencio, lanza un grito de batalla: “¡Aquí estoy, chicos. Aquí estoy, mundo. Aquí está Rose!”. Tras eso, durante casi cinco minutos la madre más famosa del teatro musical canta un discurso de frustración y anhelo que remata en la promesa de que todo aquello que no pudo o no supo tener para ella, ahora sí lo tendrá. Es su turno, le toca a ella, nos lo ha advertido: “¡Desde ahora, hasta siempre, ésta vez me aplauden a mí”. Y remata contundente: “todo se tiñe de rosa ahora por mí, para mí… ¡para mí!”.
Al concluir, una cálida ovación la premia. El público que presencia la escena final de Gypsy aplaude a rabiar el soliloquio cantado de la protagonista. Desde las butacas más de uno grita “¡Bravo, Silvia!”. No, no gritan “¡Bravo, Rose!”, gritan “¡Bravo, Silvia!”, pues aunque están dentro de la convención del teatro y saben que en ese momento es Rose quien agradece conmovida los aplausos imaginarios, también saben que la actriz que acaba de interpretar una de las canciones más poderosas de la historia del teatro musical es una diva de nuestro teatro es Silvia Pinal.
Egresada de las primeras generaciones de la Escuela Nacional de Teatro, destacada alumna de figuras fundamentales de nuestra cultura como Xavier Villaurrutia y Salvador Novo, Silvia Pinal, quien a sus 91 años de edad es objeto de un Homenaje Nacional, es una artista cuyas raíces teatrales no la han soltado hasta nuestros días. Actriz, cantante, bailarina y productora: genuina vedette a la que no le bastó su fama como actriz de la época de oro del Cine Nacional o su celebridad como protagonista y productora telenovelas de Televisa: ella siempre volvió al teatro. O más bien, nunca se fue. Siempre ha estado ahí, sobre el escenario.
Sus primeras experiencias teatrales fueron en obras como Fausto y Margarita de Gerald Savory, La loca de Chaillot de Jean Giraudoux y Un cuarto para vivir de Graham Greene. Desde muy joven colaboró con Manolo Fábregas, integrando la Compañía del Teatro Ideal, en obras como Celos del aire de José López Rubio e Historia de una escalera de Antonio Buero Vallejo y Celos del aire.
En todas ellas mereció elogios y comentarios de la crítica. Por ejemplo, así se expresó Armando de María y Campos al verla en Celos del aire, en 1950: “Silvia Pinal, en la plenitud de su primaveral belleza […] entendió y expresó con claridad la complejidad psicológica de su personaje.”
Cinco años después, ya era una estrella del cine nacional gracias a su participación en filmes como El rey del barrio, El portero, Un rincón cerca del cielo y Un extraño en la escalera. El director de esta cinta, Tulio Demicheli, la dirigió en la pieza de Eugene O’Neill, Anna Christie y su retorno fue celebrado así por el crítico Rafael Solana: “Ya la Pinal puede decir que ha alcanzado el rango de las actrices, y que su nombre puede inscribirse, en la historia de nuestro teatro, al final de una lista en la que están la Fábregas, Dora Vila, las Martínez, doña Prudencia, la Montoya, Virginia Manzano, Isabela Corona y María Douglas”.
El estatus de estrella de Silvia Pinal le permitió lograr, a sus 26 años de edad, una innovación dentro del teatro mexicano y, en sí, de América Latina. La producción de la primera comedia musical en México, Ring, ring, llama el amor, cuyo original, Bells are ringing, fue un éxito en Broadway gracias a la simpatía de Judy Holliday.
Hoy en día podemos ver algunos videos de Holliday y de otras actrices que la han protagonizado como Faith Prince y Kelly O’Hara y vaya que se antoja ver alguno de Silvia Pinal cantando y bailando al ritmo de la partitura de Jule Styne, Betty Comdem y Adolp Green, entonando clásicos como “The party is over” y “I’m going back”.
Fue dirigida por Don Luis de Llano Palmer, quien desde entonces llevaría a escena otros importantes musicales. En el siguiente proyecto teatral dirigido por De Llano y protagonizado por Pinal, Sube y baja para dos de William Gibson, también participó como actor Ernesto Alonso. Ellos tres serían en los próximos años figuras fundamentales de la televisión mexicana.
En la década de los sesenta, mientras en la Universidad y en Casa del Lago sucedían las vanguardias teatrales propuestas por Alexandro Jodorowsky, Héctor Mendoza y Juan José Gurrola en la Universidad y en los Teatros del Seguro Social se retomaban los clásicos griegos e ingleses, Silvia Pinal se consolidaba como primera figura en el circuito comercial, en obras como Cualquier miércoles de Muriel Resnik, con la cual se inauguró el Teatro Manolo Fábregas.
Y su segunda comedia musical, Irma la dulce, un musical francés compuesto por Marguerite Monnot -autora de varios éxitos de Edith Piaf- y Alexandre Breffort que en ninguna de sus versiones ha logrado un reconocimiento justo. Fue dirigida por Enrique Rambal y su compañero de escena fue Julio Alemán.
En contrapunto, es en estos años cuando Silvia Pinal se consolida como actriz cinematográfica; para muchos, la mejor de México. Bastan tres películas para afirmarlo. Y basta un nombre para confirmarlo: Luis Buñuel. Entre 1961 y 1964, la actriz interpretó a Viridiana, a La Valkiria y a El Diablo y, con ellos, pasó a la inmortalidad del cine universal, al olimpo de la actuación de cualquier época.
También en los sesenta lo mismo se presentó en la inauguración del Teatro Jiménez Rueda acompañando a Salvador Novo en la lectura de sus Diálogos que debutó en el Teatro Blanquita con un espectáculo en el que cantaba, bailaba y entretenía a la audiencia. Si bien el concepto de vedette ha tenido variados significados en nuestro país, en esos años la auténtica vedette en México era ella.
Los años setenta fueron tal vez los más prolíficos de la trayectoria teatral de Silvia Pinal. Al contrario de lo que probablemente muchos pensaban y deseaban -y es esta la principal crítica a la actriz dentro del teatro: que no haya escenificado personajes más cercanos a los que logró en el cine con Buñuel-, la actriz y empresaria optó por continuar con comedias musicales importadas.
Así, en septiembre de 1973, bajo la dirección de José Luis Ibañez -quien hasta entonces había destacado como director del teatro de vanguardia universitario- en el Teatro de los Insurgentes estrenó Mame, el encantador musical compuesto por Jerry Herman a partir de la novela Tía Mame de Patrick Dennis y de la obra de teatro homónima. La versión original fue protagonizada por la legendaria Angela Lansbury y, fue tal su impacto, que hasta hoy no ha tenido una reposición importante. Canciones pegajosas y divertidas como “Hoy es hoy”, “Hoy es nuestra navidad” y “Yo soy la juventud”, así como la balada “Porque pronto ha de volver” fueron interpretadas por Pinal a lo largo de 17 años en los que la obra tuvo diversas temporadas y giras. En 1985 se presentaba en los Televiteatros cuando sucedió el temblor que los derrumbó al igual que a muchos edificios y estructuras del entonces Distrito Federal.
En enero de 1986, cuatro meses después de la tragedia, retomó temporada en otro recinto. En el libro Así pasan… efemérides teatrales 1900-2000, Luis Mario Moncada apunta: “Se interpreta como un acto de gran entereza y carácter el reestreno de la comedia musical Mame, estelarizada por Silvia Pinal, que el día 7 inicia temporada en el Teatro Manolo Fábregas. Cabe recordar que la totalidad de la producción de esta obra se perdió en septiembre del año anterior cuando un terremoto devastó los televiteatros de la colonia Roma, donde la obra realizaba una exitosa temporada”.
Se trata del éxito teatral más importante de la actriz, quien aprovechó para lucir al máximo sus dotes de cantante y bailarina, además de una espléndida belleza madura. Junto a ella formaron parte del elenco Evangelina Elizondo, María Rivas, Virma González, Aida Pierce, Guillermo Murray, Gustavo Rojo, además de los niños Cristian Castro y Alejandra Guzmán.
También en los setentas puso en escena Annie es un tiro de Irving Berlin, cuyo original, Annie get your gun, es uno de los musicales más apreciados de Nueva York, pues fue originado por la diva Ethel Merman en los años cuarenta. Al igual que Mame, la versión mexicana de la partitura de Annie es un tiro fue grabada en LP y actualmente algunas canciones pueden escucharse gracias a Youtube. Por ello, aunque no es fácil, tampoco es imposible lograr escuchar a Silvia cantando piezas del Broadway más tradicional como “Que siga la función”, “Me perdí en su mirar” y “Cualquier cosa que hagas tú”. También José Luis Ibañez fue el director de esta obra.
Mientras que bajo la dirección de Manolo Fábregas tuvo otro éxito con El año próximo a la misma hora de Bernard Slade, acompañada de Héctor Bonilla, a finales de los setenta tuvo un encuentro poco afortunado con el dramaturgo, director y docente Héctor Mendoza, en la adaptación teatral que él y Carlos Solórzano realizaron de la novela rusa Anna Karenina de León Tolstói, presentada dentro del proyecto Teatros de la Nación, en los foros del IMSS.
Igualmente controvertido, ya en los ochenta, fue el montaje de La señorita de Tacna de Mario Vargas Llosa que, bajo la dirección de Ibáñez, protagonizó en el Teatro Hidalgo, acompañada de Adriana Roel y Sergio Klainer.
Cabe mencionar que es a mitad de esta década cuando Silvia Pinal inicia el que sería su proyecto más importante dentro de la televisión y con el cual es plenamente identificada por las nuevas generaciones: Mujer, casos de la vida real, programa que tuvo 21 años de transmisiones semanales y que hoy en día sigue siendo repetido en uno u otro canal de la tv abierta o de paga. Y, en el teatro, logró su proyecto más personal: su propio foro.
El Teatro Silvia Pinal se inauguró en abril de 1989 con la escenificación de Cena de matrimonios de Alfonso Paso, dirigida y protagonizada por Jorge Ortiz de Pinedo. Musicales como A chorus line, Cats, Cantando bajo la lluvia y Evita, además de obras como Señor Butterfly.
A principios de los noventa, Silvia regresó a la obras de gran formato, nuevamente bajo la dirección de José Luis Ibáñez y acompañada de María Teresa Rivas, en la comedia Leticia y Amoricia de Peter Schaffer, con el cual inauguró su otro foro, el Teatro Diego Rivera. Y tuvo una intensa actividad como productora teatral, con La jaula de las locas, cuyo montaje fue ampliamente elogiado por la calidad de sus intérpretes -en particular, el
protagonista, Javier Díaz Dueñas– y tuvo una larga temporada.
En 1994, Silvia Pinal produjo y estelarizó otra comedia musical icónica: ¡Qué tal, Dolly! también de Jerry Herman. Acompañada por Ignacio López Tarso, Silvia Pinal cantaba y bailaba, a los 63 años de edad, los vibrantes números musicales que hicieron de esta obra una de las más representativas del género: “Y nos vestimos como para Nueva York”, “El desfile sin mí no va”, “Adiós, muchachito” y, por supuesto, el célebre número que da título a la obra.
Cuatro años después, en 1998, Silvia Pinal cerró con broche de oro su ciclo en la comedia musical al producir y protagonizar Gypsy de Jule Styne y Stephen Sondheim. Considerado por muchos “el musical perfecto”, realmente fue la elección perfecta.
Si bien Mame, Annie y Dolly son personajes muy importantes, lo cierto es que Mamá Rose se halla en otro nivel con respecto a los personajes de comedia musical. Su complejidad en texto y partitura es notable y la hace un personaje demandante, idóneo para primeras actrices del género. A los 67 años de edad, sin saberlo y quererlo, la Pinal puso punto final a su trayectoria como estrella del teatro musical asumiendo ese personaje, bajo la dirección de Enrique Pineda y acompañada en escena por una estrella de la música pop-rock: Alejandra Guzmán, su hija, quien interpretaba a la diva del burlesque Gypsy Rose Lee. Curiosamente, en ese año se estrenó La Bella y la Bestia, el musical que inauguró en nuestro país una nueva forma de producir este tipo de obras.
Ya en el nuevo milenio, ya sin el teatro con su nombre, Silvia Pinal interpretó a Matea, la protagonista de la comedia de Rafael Solana, Debiera haber obispas, bajo la producción de Rubén Lara. Ésta obra pudo disfrutarse al interior de la República Mexicana, pues fue concebida para presentarla en gira. En ella participaron también Julio Alemán, Gustavo Rojo y Martha Ofelia Galindo.
En 2008, bajo la producción de Morris Gilbert, estelarizó junto a Adriana Roel la comedia de James Kirkwoord Adorables enemigas en el Teatro Diego Rivera, que hacia 2014 cambiaría su nombre al de Nuevo Teatro Silvia Pinal. La obra fue realizada en homenaje a las actrices Carmen Montejo y Marga López, que la habían protagonizado con un éxito avasallante en la década de los noventa.
Aunque fue muy sonado que Juan Torres y Guillermo Wiechers le ofrecieron interpretar El Chofer y la Señora Daisy, Silvia declinó la propuesta. En su lugar, el mismo año que se estrenó la obra de Alfred Uhry, aceptó ser el centro del espléndido reparto del espectáculo basado en el bestseller de Ilene Beckerman Amor, dolor y lo que traía puesto.
A los 81 años de edad, bajo la producción de Claudio Carrera y la dirección de Francisco Franco, Silvia cantaba y bailaba en el Teatro de los Insurgentes junto a Diana Bracho, Susana Zabaleta, Gabriela de la Garza y Mariana Treviño. Es por todos sabido que en este 2022, Silvia Pinal regresó al teatro en un proyecto que fue más célebre por el escándalo que generó y por su dudosa manufactura. Por ello, lo mejor será considerar el montaje producido por Carrera como el último en el que la actriz, cantante, bailarina y empresaria lució como la figura del espectáculo que es.
Una figura anclada siempre al teatro y que, en él, por él y para él, ha hecho y deshecho con tal de darle al público un entretenimiento de calidad. La calidad que solamente una diva -con todos los matices de esa palabra- puede garantizar. La calidad que, a diferencia de Mamá Rose en Gypsy, Silvia Pinal jamás prometió: la cumplió. Y por eso, para ella todo se ha teñido de rosa en todos estos años. Para ella, para ella… y para nosotros al verla.
Por Enrique Saavedra, Fotos: INBAL
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