Por Roberto Sosa/ La semilla germina en su vientre, una niña se forma en su matriz. Ella caminó desnuda por una carretera con el pasado a cuestas (“cerrando los ojos, apretando los oídos…”), tuvo más de 30 parejas, mixtas. Conocer su origen, le reveló una tragedia: “una historia de amor casi griega”. Edipo fecundó a su madre, acá su abuela procreó con su nieto. Su madre fue su abuela.
La noticia llenó los encabezados de los diarios, “la sangre llamó a la sangre”, le dijeron a la prensa. Alquilaron el vientre de una prostituta que engendró el óvulo fecundado de la singular pareja. Su padre (26 años) amó a su abuela (63 años), la verdad es perturbadora. Ser producto del incesto, la enajena y trastoca. No estamos en la antigua Grecia, no obstante el horror es el mismo.
La historia fue real, el teatro crea la ficción para narrar los sucesos. Con cuatro personajes se construye la dramaturgia. El escenario semeja un sitio en ruinas, como la vida de los protagonistas; la textura es de piedra. Los caminos que suben y bajan, son la analogía emocional de los personajes. El relato es sombrío como el mundo que hoy habitamos; los personajes exponen la oscuridad de nuestro tiempo.
El texto es de Edgar Chías, oscuro como lo es su teatro. Recorre el camino que ya conoce y encuentra en los protagonistas al monstruo que habita su interior, devorando sus entrañas, consumiéndolos desde dentro. El suceso le dio los elementos necesarios para escribir la obra. El acontecimiento alimentó su vocación por la dramaturgia negra.
La dirección es de Gabriela Ochoa, cómplice de Chías, traza la obra comparativamente a una tragedia griega a partir de una mirada contemporánea. Desde su perspectiva, los personajes muestran al espectador la carga emocional que los construye; Ochoa deduce la esencia del texto y lo traslada a la escena. El ritmo de la obra tiene variaciones, transiciones necesarias para contar el relato.
Surya Mcgrégor, Mahalat Sánchez, Raúl Briones y Sofía Sylwin actúan y narran la historia; desdoblan su personalidad para crear la ficción y describir lo acontecido, de esta forma los cuatro abrazan el relato y crean los personajes. Las mujeres lo hacen adecuadamente, sin embargo Sofía sobresale, ésta es –mi opinión- su mejor actuación en un escenario. A Raúl lo vi plano.
La semilla es una obra que nos habla de la sociedad actual con resonancias al teatro griego. La tragedia está presente como en la obra de Sófocles; aquí el oráculo no presagió la fatalidad y nadie se saca los ojos, acá se perpetra el horror. El inicio es ambiguo, no obstante durante el desarrollo, las escenas como piezas de un rompecabezas, se van acoplando para finalmente lograr un buen resultado.
El equipo creativo lo conforman Jesús Hernández, en el diseño de escenografía e iluminación; Mario Marín del Río, en el vestuario; Genaro Ochoa, en la música original y diseño sonoro.
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