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CÓMO APRENDÍ A MANEJAR: Una reflexión dura sobre el abuso sexual



Por Saúl Campos/ “Cosita” es el apodo que su familia le dio al nacer. Hoy, es una mujer que está decidiendo valorar lo que tiene en su vida, empezando por los fantasmas de su niñez y cómo estos actúan en cada oportunidad que ha tenido para sostener una relación con un hombre. De una u otra forma, las conexiones a su infancia siguen vigentes, a ese momento del que no hubo marcha atrás, mientras aprendía a manejar en las piernas de su tío, a los 11 años, en un acto que no estaba bien del todo.

A través de una estructura no lineal, Paula Vogel presenta el texto Cómo aprendí a manejear, como una reflexión dura del abuso sexual. A partir de la mirada de una mujer que creció rodeada de mensajes confusos acerca de la sexualidad, soportando hasta el punto de quiebre los actos cometidos en su contra. Aislando a su integridad física y moral, al grado de no distinguir si estaba siendo una víctima o victimario.

Los límites de la libertad, opresión y hostigamiento sexual, hallan una mirada impactante en manos del colectivo Conejo con Prisa, quienes transportan la puntualidad del discurso a una narrativa que baila entre la poética y los cambios de atmósferas intermitentes, creando imágenes contundentes que dan oportunidad al espectador de sentir la crudeza y tensión de la historia.

Hay una cualidad precisa que le da un alto valor a la existencia de este montaje y es justo el hecho de que los miembros de la compañía que deciden abordar el tema es gente joven, que acerca un tema tristemente actual a un sector específico a través de un lenguaje teatral que busca pensar su montaje fuera de la caja.

Podríamos decir que a este cuento de horror social, tan sólo le podría hacer falta una solidez mayor en su inicio, ya que en medida que la obra avanza, la serie de acciones que ocurren se tornan más difíciles de presenciar, a tal nivel que el desconcierto reina para identificar cuál debería ser el sentimiento adecuado.

La solidez en las actuaciones, en especial sobre Fernanda Echavarría y Belén Aguilar, permiten explorar una serie de personajes complejos, que al rolarse entre todos los involucrados, logran tener una mayor cantidad de matices para consolidar sus contextos y formas de acción.

Es importante poder dar una cierta mirada a una historia tan impactante como ésta para, a la par de la resolución que propone su tesis, identificar casos de víctimas que en un futuro puedan adquirir el rol inverso y así frenar la propagación de una serie de atropellos sobre la dignidad y seguridad de cualquier persona.

Para que una persona adquiera una conducta negativa, debe existir una razón de origen. Atenderla es necesario, de lo contrario, realmente no se aprende a manejarlo, sino a vivirlo de una forma superficial, como un copiloto, o un asistente sentado en las piernas de quien lleva el volante.

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