Por Roberto Sosa/ En medio de la oscuridad, en algún sitio apartado o dentro de uno mismo. La peor guerra es contra un enemigo invisible, oculto, que ataca por sorpresa; su objetivo es golpear la parte más vulnerable, en donde lastima más: en un miembro de la familia. La desaparición forzada de un hijo trastoca emocionalmente a todos, quebranta el núcleo familiar y termina por alterar el tejido social.
La historia versa sobre la desaparición del hijo mayor de los Prieto Stock, después de asistir a una reunión de amigos, no regresó a su casa, desapareció, nadie sabe a donde se fue y en donde está. Sus padres viven en la incertidumbre, con la idea quizá de no volverlo a ver. A su casa llega Mondragón, un militar retirado especialista en localizar gente extraviada. Inicia la tarea de atar cabos que lo puedan guiar al paradero del hijo que no localizan.
La estancia de una vivienda reúne a la familia, además de los padres y el ex militar, están la hermana del extraviado y su tío. La tensión es enorme, la madre no para de tomar calmantes y whisky; el padre guarda cordura e intenta la serenidad que le ayude a encontrar una salida, con la palabra de Mondragón; el tío es un personaje oscuro, agazapado detrás de una máscara de preocupación.
Mondragón se da a la tarea de averiguar todo lo relacionado con el aparente secuestro, la investigación lo llevará a descubrir el verdadero rostro de esta familia y asimismo el suyo también quedará expuesto. Los personajes de esta historia dialogan desde el dolor, desde el sufrimiento físico y emocional. Los eufemismos no caben, todo quedará expuesto; la verdad se compagina con la amargura, la ansiedad y la incertidumbre.
La puesta en escena cuenta con un elenco –mi opinión- inmejorable para una obra de teatro: Lisa Owen, es la madre que no sabe si su hijo vive o lo raptaron. El dolor lo tiene a flor de piel; lo vive y lo transmite. Es la suya una actuación inmejorable y memorable. Owen no sólo se aprende e interpreta un personaje, no, Lisa vive el personaje; lo que vemos no es a una mujer actuando, vemos al madre llorar por su hijo; a la esposa devastada; la mamá de una hija que no la quiere; y vemos la mujer que quiere y busca quitarse la vida… Impresionante trabajo.
Arturo Ríos es el papá, Adrián Vázquez es el tío, Alvaro Guerrero es Mondragón y Sara Pinet es la hija. Todos están impecables, excelentes; es un duelo de actuaciones que por momentos, como espectador no sabes quien lo hace mejor, no sabes a quien seguir, quien tiene más carga emocional a través de su personaje. Lo cierto es que todos realizan un espléndido trabajo.
La autoría y dirección son de Alejandro Ricaño, aborda un tema per se doloroso, escabroso y sobre todo oportuno. El texto expone los efectos devastadores para una familia que vive la desaparición forzada de un hijo; indaga sobre las relaciones personales entre los miembros de la familia; y pone frente al espectador una historia que trastoca, duele y perturba. El relato termina por demoler –como a los Prieto Stock- al mismo espectador, lo deshace… lo descompone. Al finalizar la obra, uno se tiene que agachar a recoger los pedazos que quedan en el piso, para volvernos a armar.
La obra es magnífica en su estructura dramática, con personajes sólidos. El género podría ser una pieza que transita por el drama. Un aspecto que me llamó la atención y que me parece un gran acierto es el subtexto, lo que no expresan los personajes, pero está implícito, contenido en sus motivaciones y pensamientos. La tensión dramática es dos líneas, una es lo queviven interiormente con el secuestro, la otra, la relación que existe entre los miembros de la familia.
La guerra en la niebla es lo mejor que he visto de Alejandro Ricaño, se reinventa después de obras como Hotel Good Luck –que no me gustó nada- y Lo que queda de nosotros, que elaboró con Sara Pinet. La guerra en la niebla es un texto potente con todos los elementos de una sublime puesta en escena.
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