Por Luis Santillán/ La Compañía Nacional de Teatro tiene detractores y quizás algunos partidarios, ha tenido proyectos que suscitan cuestionamientos sobre su procesos o resultados, pero también es innegable que es un bastión para cierto formato teatral. Y ser ese bastión permite que exista una puesta en escena como Coriolano.
Coriolano de William Shakespeare es un texto complejo dado que tiene como protagonista a un militar sanguinario, imbatible, pero con una debilidad que, desde cierto ángulo cultural, es risible. La trama confronta la visión de hombres militares contra la visión de hombres que mediante la política cuidan sus privilegios, construye cabalmente el conflicto que tuvo Roma en su transición al dejar la tiranía, pero sus cimientos permiten que cada palabra o acción de esos personajes emulen a la sociedad mexicana.
Coriolano es un texto que exige mucho porque requiere de momentos épicos, de espacios de intimidad en la que se pueda presentar la dinámica de relación del personaje central con sus seres cercanos, de campos abiertos donde el pueblo se manifieste y sea manipulado, de esos rincones (metafóricos y literales) donde la política rige y exige, del terreno donde se siembra la traición.
Es un texto que exige más que una dirección certera y el trabajo de David Olguín cumple íntegramente. Olguín se ha convertido en un director pulcro, detallista, hábil, conciliador entre el trabajo actoral y el uso de los recursos de la escena; tiene la capacidad para trabajar con textos de su autoría o creados por alguien más sin que en ninguna de las dos modalidades haya desdén o condescendencia, permite que los textos tengan un crecimiento y consolidación por lo que proponen, pero al mismo tiempo es perceptible el control de la escena que logra.
La lectura y apropiación del texto de Shakespeare por parte de Olguín propicia que la puesta en escena de Coriolano sea memorable, gratamente memorable. Construye escenas donde las imágenes son poderosas por lo que logran provocar emotivamente; con un puñado de actores hace que respiren ejércitos muy numerosos, hay una partitura escénica que permite la variación de estados anímicos, donde hay momento impregnados de comicidad y otros donde adquieren un grado épico, pero sin perder la construcción de caracteres complejos.
La dirección de David Olguín, por todos los aciertos que conjuga en la puesta en escena, es la razón principal para ver Coriolano, sin embargo se suma el trabajo actoral de los integrantes de la Compañía ya que casi todos ofrecen un gran trabajo, destaca la fuerza de Julieta Egurrola, el trabajo vocal de Óscar Narváez, la discreción de Mariana Gajá, la precisión de Erika de la Llave, el magnetismo de Emma Dib.
Otro aliciente para presenciar Coriolano está en el diseño de vestuario de Eloise Kazan, juega con las texturas y las formas para crear un “híbrido” entre el tiempo de la ficción y referentes contemporáneos. La mancuerna entre la escenografía de Jorge Ballina y la iluminación de Matías Gorlero estimulan constantemente la escena.
Coriolano bajo la dirección de David Olguín es la oportunidad para ver la dimensión titánica del teatro, dimensión que se logra por la altura del autor, la altura del director y la suma de un grupo de actores y creativos comprometidos con la escena.
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