Por Satán Mendoza / “¿Tiene sentido hablar una y otra vez de la necedad-necesidad humana de entendernos amorosamente?”, pregunta la sinopsis de Paisaje marino con tiburones y bailarina. Tras ver la obra uno tiene que responder “sí”. Nunca dejarán de escribirse grandes historias sobre lo amoroso y el cómo dos se aman. Entendemos cada vez más que hay en el átomo, desciframos el ADN, tenemos ojos en el espacio buscando en lo que era invisible, pero el amor sigue siendo absoluto misterio. Pero no sólo el amor, el otro, el que amamos, lo es también.
Paisaje marino con tiburones y bailarina, obra que se presenta en el Foro Shakespeare (uno de los espacios en los que mejor teatro se ve en esta teatral ciudad), es un paseo por la relación de una pareja. A todos los que aún les interesa el amor, lo que lo provoca y lo que provoca, no pueden dejar de verla. Es una puesta excepcional, de esas en que los que reseñamos tenemos miedo de perdernos en los adjetivos. Por ejemplo, la bellísima música de David Martínez Garza (la cuál escucho mientras escribo esto gracias al CD que compré a módico precio en la tienda del Shakespeare) o la escenografía protagónica y nada minimalista, llena de libros y arena y todo lo que eso crea en nuestra mente.
La ella y el él de la obra son Tato Alexander y Bruno Bichir. Aquí me entretengo un momento en Bruno que, además de actuar, la dirige. El anterior trabajo de dirección de Bruno Bichir me pareció malito: la exitosa Nadando con tiburones. Probablemente las condiciones no estaban dadas (un texto débil y tener que hacer actuar a Alfonso Herrera). Pero Bruno ahora me dejó un gratísimo sabor de boca. Es maravilloso ver los movimientos de los actores mientras los diálogos caen como cataratas, pareciera una coreografía paralela a los parlamentos que cuenta la misma historia. Se ve la mano del director en cada momento. Y como actor, el trabajo de Bichir es excepcional, como casi siempre. Lo que me gusta de él es que es un tipo que en los escenarios sabe siempre conjugar su fuerte personalidad con las necesidades del papel. Bruno está ahí, pero te convence de que no. Bruno es un actorazo, de mis favoritos.
Quien fue una “sorpresa” (sorpresa porque al entrar no sabía ni siquiera si Tato era hombre o mujer) fue Tato Alexander. Mujer, me di cuenta rápidamente, y bárbara. Antes de empezar esta “reseña”, leí la reseña, ésta sin comillas, de una afamadísima crítica teatral mexicana de la que siempre discrepo. Generaciones muy diferentes, supongo. Ella y yo pensamos que Tato es bella, pero para la señora reseñista pareciera que la belleza es una desgracia para las actrices y las acusa, por pura probabilística, de modelos. Tato es bella y hace un trabajo estupendo más allá de si es modelo o si alguien le pinta el pelo. La dirección de Bruno: escenas con ritmo frenético, momentos que penden del hilo de la conjunción química de los actores, y otros etcéteras, son llevados con gracia, encanto e intensidad por la joven actriz. Me sorprende leer de la reputada crítica que la señorita Alexander tiene problemas de dicción. No pongo en duda la palabra de la señora, quizá fue en una de las primeras funciones, porque ahora Tato hace un trabajo impresionante donde no sólo no se apoya en Bruno, establecen una química que el público siente y disfruta. Además, la bella actriz tradujo la obra… ¿puede uno no enamorarse? Inevitable.
¿Quiénes tienen que ver Paisaje marino con tiburones y bailarina?
Aquellos a los que les gusta hablar y les preocupa el amor y relaciones.
Fanáticos de Bruno Bichir.
Si te gusta lo que normalmente ponen en el Shakepeare.
Los que gustan del teatro independiente que está cuidado al mínimo detalle.
Los que les gusta el teatro y cenar en la zona de la Condesa.
Los que no les gusta el teatro y quieren parecer cultos frente a su chavo/chava antes de ir a cenar a la Condesa.
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