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Don Giovanni o el disoluto absuelto



Por Oscar Ramírez Maldonado /
Una historia conocida, un escritor ganador del Nobel, una compañía de buenos actores, una dirección solvente y un escenario magnífico no son suficiente cuando el texto de una puesta en escena carece de solidez. Este es el caso de Don Giovanni o el disoluto absuelto, de José Saramago, que se presenta en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario.

La obra es una re escritura de la ópera Don Giovanni, que con música de Mozart y libreto de Lorenzo da Ponte se estrenara en 1787. Saramago se revela contra los paradigmas, la moral y la hipocresía, busca subvertir los roles de género impuestos y nos ofrece un final alternativo. El fin que Saramago se planteó es sin duda interesante y lleno de posibilidades. Sin embargo, la construcción dramática termina por erigirse como un edificio frágil.

Ni la acertada dirección de Antonio Castro, ni un cuidadoso trabajo de vestuario y escenografía pueden rescatar el texto escrito en 2005 por el Nobel portugués. Estamos frente a una de las cinco obras que Saramago escribió, el texto da la impresión de que el poeta, ensayista y novelista no alcanzó a dominar el oficio de dramaturgo.

El genio del autor Ensayo sobre la ceguera nadie lo pone en duda. Sin embargo, como sostenía el poeta, dramaturgo y ensayista mexicano Salvador Novo, es necesario dominar el oficio, “el teatro es truco, como es truco la cocina. La liebre es necesaria; pero conviene saber cómo guisarla”, sostenía. Es precisamente ahí donde el texto de Saramago falla, no termina de darnos la impresión de que estamos frente a una obra redonda y terminada. La sensación de que no todos los engranes ajustan en la historia se mantiene hasta el desenlace; la liebre de la que habla Novo salta de la chistera y no hay truco, o mejor dicho, de la olla y no hay guiso.

El elenco conformado por Martín Altomaro, Carlos Cobos, Lucero Trejo, Humberto Solórzano, Erika Koré y Rodolfo Blanco cumple, la mayoría de ellos, con actuaciones sólidas. Lamentablemente el texto no les permite dar ese salto que transforma una buena actuación en una interpretación memorable. Un experimentado Carlos Cobos se destaca con su actuación. En la otra mano, el eslabón más débil de la cadena actoral se encuentra en Erika Koré. A la joven actriz con un doble papel, el de doña Ana y Zerlina, parece que la inexperiencia le pesa al momento de encontrar un tono para cada uno de sus personajes. Doña Ana es interpretada de manera digna, sin embargo al cambiar al papel de Zerlina cae en un tono monótono y maquinal, falla en los recursos que elige para hacernos sentir que se trata de personajes diferentes. Lo anterior sería cosa menor sin no fuera el caso de que esta transición se da en la escena final de la obra, donde cae todo el peso de esta historia.

La escenografía merece una mención aparte, a través de tablones de madera que se desplazan para dar la sensación de espacios de distintas dimensiones, Mónica Raya logra una escenografía efectiva y una propuesta interesante.

Nuestra recomendación es: vayan a ver esta puesta en escena. El argumento para decirles esto resulta una paradoja, lo menos destacable de la obra es lo que la hace atractiva. Como les he comentado, el texto es tal vez el punto débil de esta obra, sin embargo, pocas veces tenemos la oportunidad de acercarnos a la faceta de José Saramago como dramaturgo. A fin de cuentas, me permito decirles que se animen a verla sabiendo que el costo de la entrada a esta puesta no es prohibitivo, 150 pesos la entrada general, además de que pueden obtener algún atractivo descuento. No olviden además que los jueves, en el INBA y en la UNAM, son de 30 pesos. Si se animan a verla, no olviden decirnos su opinión, finalmente, la última palabra es la de ustedes.

Aquí más datos sobre la obra (teatro, horarios, boletos, etc.)

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