Foto: Roberto Sosa
Por Roberto Sosa/ Es el año 2040, un domingo por la noche en las calles de la gran Tenochtitlán; policías chocan con un grupo de bárbaros insurrectos. Dentro de un hospital, heridos y muertos dan cuenta de los enfrentamientos. El sitio es la zona de transición entre la vida y la muerte; el Dr. Blumenstain y el Dr. Galindo se hacen cargo de las cirugías, un herido con una bala en el cráneo es prioridad. La leyenda dice que los muertos descienden hacia El Mictilán.
La Dra. Lourdes Cuauhtémoc Cruz, tiene la posibilidad de operar al paciente con la lesión en la cabeza. La “Moquita” –así le dicen- se embarazó muy joven, tuvo un hijo de quien no sabe nada, no sabe en dónde está, si vive. “Un herido duerme sin dormir”, hay que saber cuándo operar. A un costado en la camilla, un cadáver se despierta, es una mujer que se niega a morir, a dejar de existir. Su familia espera que entreguen el cuerpo.
A Galindo los pacientes se le mueren en el quirófano, los órganos los utiliza para trasplantarlos en otros pacientes, controla el tráfico de vísceras, si mueren jóvenes mucho mejor. “Es lo que vemos los médicos, cuerpos vacíos…”. El hospital es la antesala de la muerte, salir con vida es regresar al infierno, al mundo de los vivos. “Es sólo una noche trágica en Tenochtitlán”.
La Cuauhtémoc es una obra que se sitúa en un futuro no lejano en la gran Tenochtitlán; los combates en las calles no es contra los invasores españoles, los problemas son entre sublevados contra las fuerzas del orden. La secular batalla de los oprimidos frente a sus opresores. Sin embargo, la puesta en escena no enfatiza en los conflictos ideológicos, centra su discurso con lo que sucede con los heridos que ingresan al hospital, donde quizá morirse sea lo mejor.
La autoría y dirección son de David Hevia, su propuesta es dividir el escenario en distintos momentos por los que atraviesan los lesionados que ingresan a un sanatorio; en este recorrido también veremos a los internos, aquellos que pueden comprar un pedazo de carne humana para seguir viviendo. En el lugar convergen el dolor y la pérdida, la indiferencia y el interés económico.
La muerte es el eje temático de la obra. Le habla al espectador desde una mirada futurista anclada en el pasado; la Gran Tenochtitlán ciudad emblemática del país, emerge del dolor siglos después de la conquista. El texto centra el relato en lo espiritual y el dogma de una cultura ancestral de la que hoy somos parte. El camino a El Mictlán lo recorren las almas que han dejado este mundo material.
La Cuauhtémoc es la segunda parte de la trilogía Las mexicanas, la primera es El juez de Tenochtitlán que presentó en el teatro El Milagro en 2015 –sin buen resultado, en está sí lo logra, mi opinión-. La obra ve hacia el futuro donde los conflictos sociales siguen y la desigualdad no cambia, sin perder de vista nuestros orígenes y creencias. “La Cuauhtémoc no es una avenida, ni cervecería, ni una calle de putas…”.
Actúan: Héctor Moráz, Raúl Santamaría, Karla Camarillo, Enrique Vázquez, Rogerio Baruch, Angélica Chong, Carlos Ortega, Raúl Pozos, Alba Domínguez, Karina Meneses, Brisei Pérez y Marco Rojas, actores que pertenecen al elenco estable de la Compañía Titular de Teatro de la Universidad Veracruzana. En general es un buen trabajo, sin embargo no todos están en el mismo nivel, hay quienes sí actuaban –magníficamente- y otros sólo repetían su texto.
En el equipo creativo están: Efraín Pérez, dramaturgista; María Rosa Manzini, vestuario; David Ike y David Hevia, escenografía e iluminación; Samuel Padilla escenofonía, video y fotografía.
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