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LAS CRIADAS. UNA GUERRA INFINITA: Envidiar la vida del otro hasta dejar de existir



Por Mariana Mijares/ En Las Criadas, el clásico de Jean Genet, las hermanas Clara y Solange anhelan las joyas, los vestidos, los ademanes, y sobre todo, la vida de Madame, quien es su empleadora, pero también, el centro de su universo.

Este texto escrito en Francia en 1947 se ha llevado a escenarios de todo el mundo: España, Inglaterra, Australia, Italia, o México, con Pilar Pellicer, Patricia Reyes Spíndola y Alejandra Bogue como parte del elenco de 1988. Además de haberse adaptado en varios idiomas, el texto se ha interpretado no solo por mujeres, sino por actores travestidos; como en los montajes recientes en Argentina y España.

En su dinámica cotidiana, además de hablar de Madame, Clara y Solange deciden crear un ritual en el que juegan a convertirse en ella; la imitan con admiración, pero también con rencor, desahogando así el desprecio al que son sometidas.

En la propuesta de este montaje, y para hacer más palpable la diferencia de clases, la directora Lydia Margules y la escenografía de Alan Kerriou remarcan las diferencias entre los tres personajes no solo en su forma de vestir, o de hablar, sino que literalmente las coloca en alturas distintas; con las hermanas en el escenario principal, y la Madame ubicada en el balcón que tiene dos ubicaciones, tanto en la esquina superior derecha, como del lado izquierdo del teatro.

Desde ahí, siempre ubicada en otro nivel, con pretendida superioridad y jamás estableciendo contacto visual, la Madame interpretada por Muriel Ricard resulta un personaje magnético. Sus intervenciones son pocas y realmente breves, pero entre líneas que dejan ver tanto la ingenuidad como la seguridad de este personaje, se construyen algunos de los momentos más memorables de la obra. El enorme talento de Ricard hace perfectamente creíble que sus dos empleadas -o quien sea-, queden totalmente fascinadas con ella.

Interpretadas por Teresa Rábago y Esther Orozco, las trabajadoras del hogar – término utilizado desde principios de este siglo que sustituye el término “criada” empleado por el autor en el texto (el cual era común en su época, con el fin de otorgar dignidad al trabajo remunerado realizado por personas en un hogar)-, pasan la mayor parte del tiempo hablando sobre Madame, de cómo les gustaría tener esa vida de opulencia o del resentimiento que han ido acumulando a lo largo de los años. Realmente han dejado de vivir, por enfocarse en la vida ajena.

“Estoy harta de ser un objeto de asco. La odio, la desprecio”, señala en algún momento una de ellas.

Si bien la obra se ubica en el periodo de entre guerras (fue escrita terminada la Segunda Guerra Mundial, en el apogeo de los diferentes movimientos por la lucha de clases, en los inicios de la Guerra Fría), refleja dinámicas de poder que siguen estando vigentes. Es fácil espejear en la Madame a una señora de Las Lomas presumiendo que les hace a sus empleadas el enorme favor de regalarles su ropa usada.

La humildad de su condición les ahorra muchas desgracias” les dice Madame con enorme condescendencia.

Además del acierto de tener a los personajes en alturas diferentes, la escenografía de Kerriou también incluye una especie de tapiz en el que destacan tonos dorados y tornasoles, pero gracias al diseño de iluminación de Margules, en ciertas transiciones hay cambios de luz que dejan entrever manchas en las paredes. Estas podrían ser una analogía de las apariencias que se esperan guardar en esa casa, reflejando siempre brillo y perfección ante la sociedad, pero en realidad aguardando obscuros secretos.

Otro elemento que destaca son ocho piezas de ropa que cuelgan sobre el techo, lo que nos hace pensar en la cantidad de ropa que probablemente tiene Madame, mientras que sus trabajadoras están obligadas a siempre usar una misma prenda gastada.

Como parte del diseño de vestuario de Helena Sanchís Mira, las empeladas lucen una especie de uniforme, pero no de lo que se esperaría de una persona de limpieza, sino más parecidos a un traje militar; lo que habla de la rigidez de sus empleadores, quienes en más de un sentido las mantienen ‘a raya’.

En contraste, Madame luce una gabardina roja sobre un elegante traje sastre que incluye chaleco y pantalón, pero de hombre, no de mujer, pues en realidad es ella quien tiene ‘los pantalones’ en esa casa.

Aunque nunca aparece y es una figura distante, el esposo de Madame fue enviado a la cárcel luego de que las autoridades recibieran cartas anónimas acusatorias. De este modo, siempre en las sombras, las hermanas no dejan de complotear contra sus empleadores en una guerra no explícita, sino con violencias cotidianas ‘que también es una forma de guerra’; como señala Margules en el programa de mano.

Las Criadas. Una guerra infinita seguirá resultando incómoda, removiendo fibras tanto en directores y actores, como en espectadores, quienes pueden, o no, verse reflejados en las dinámicas tóxicas; entre el amor y la admiración, el odio y la el resentimiento.

Estas criadas son unos monstruos, como nosotros mismos cuando soñamos”, reflexionaba Jean Genet.

La obra se presenta de jueves a domingo en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz, consulta horarios y precios, aquí.

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