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LA GAVIOTA: Personajes quebrantados



Por Kerim Martínez/ Una de las obras que ha inspirado profundamente a los hacedores de teatro es La Gaviota del autor ruso Anton Chejov. Escrita entre 1895 y 1896, sus diálogos continúan resonando con fuerza en actores, dramaturgos, directores y el público en general que ha tenido contacto con ella. La obra trascendió por su enfoque realista, al alejarse de las convenciones teatrales del siglo XIX, así como por su mordaz crítica social y existencial, plasmada a través de personajes psicológicamente complejos.

En el jardín de la casa de campo de Sorin, Kostia Treplev, un joven aspirante a escritor, presenta una obra de teatro experimental ante una audiencia exigente encabezada por su madre, la primera actriz Irina Arkádina, acompañada por su novio Trigorin, un famoso escritor. La representación amateur cuenta como protagonista con Nina (una joven aprendiz de actriz de la que Kostia está enamorado). Mientras tanto, Masha, la hija del administrador de la finca, guarda en secreto un amor no correspondido por Kostia. El montaje resulta un fracaso debido a las interrupciones y críticas de los familiares y amigos del autor. En medio de este caos, los personajes confrontan sus pasados y exponen sus puntos de vista sobre el arte, la vida, la fama y el reconocimiento.

En general, al llevar este texto a la escena se busca un elenco talentoso y con amplia trayectoria, capaz de construir dignamente estos personajes tan afligidos por su propia existencia.

En 2015, Blanca Guerra, Odiseo Bichir y Adriana Llabrés formaron parte del elenco de la versión dirigida por Diego del Río.

En esta ocasión, nuevamente la elección del reparto fue acertada y atractiva, lo que entusiasma al público a asistir a la sala teatral para revivir esta trama clásica. Los personajes de esta “nueva Gaviota” son interpretados por Margarita Sanz, Boris Schoemann, Roberto Beck, Assira Abbate, Pablo Perroni, Lourdes Gazza, Julio César Luna, José Ramón Berganza, Ana Kupfer y Ditmara Náder. Todos son actores que no han dejado de subirse a un escenario desde que iniciaron sus carreras y se caracterizan por demostrar seguridad y aplomo respaldados por su experiencia.

Si estos intérpretes formaran parte de la tripulación de un barco, sin duda la capitana sería Margarita Sanz. La obra es bastante extensa y hay momentos en los que la densidad y el letargo amenazan con apoderarse de la escena, pero Sanz interviene para evitar que el barco se hunda.

La presencia de la actriz en el montaje resulta encantadora, defendiendo lo que el propio autor deseaba expresar con sus textos al afirmar que él escribía comedias y que le molestaba cuando los directores tomaban otro rumbo.

Sanz se destaca en todo momento, da vida a una Arkádina vanidosa, narcisista e incluso cruel, que conscientemente logra captar la atención de todos en escena y en la butaquería. Sanz se mete en la piel de un personaje arrogante que desprecia las aspiraciones artísticas de su hijo, aunque lo ame profundamente, mostrándose insegura frente a la gente joven (Kosta, Nina y Masha) y evidenciando el temor por perder la atención de su novio Trigorin. Es un personaje tan contradictorio como la vida misma, que llega a causar tanto dolor que la mejor opción para aquellos que lo enfrentan es ignorarlo o reírse con ella.

Uno de los momentos más disfrutables de esta puesta en escena es cuando Sanz interpreta “Stanis”, una canción que hace referencia a la técnica propuesta por Constantin Stanislavski. A través de este número musical, la actriz se burla de las bases del teatro moderno y exhibe un histrionismo hipnótico que no siempre se ve sobre las tablas.

Assira Abbate logra diferenciar con acierto entre la Nina joven llena de ilusiones y la Nina que la vida misma logra quebrantar con el paso del tiempo; su evolución y transformación durante la obra son notables.

Así como sucede con Abbate, se observa un importante compromiso emocional por parte de otros dos actores: Roberto Beck y Ditmara Náder. El primero retrata a un Treplev bastante angustiado por no contar con la aprobación de su entorno. Beck despliega toda su sensibilidad en su personaje, logrando escenas conmovedoras que invitan a la reflexión del público. Por su parte, Náder se sumerge tanto en la amargura y desencanto de Masha que consigue que los espectadores se olviden de que están viendo a una actriz y se centren en una mujer de carne y hueso colmada de frustraciones. Náder llena de verosimilitud la escena a través de la contención emocional, lo cual refleja la lucha interna que vive Masha.

La escenografía e iluminación han sido diseñadas por Jesús Hernández. El espacio escénico está compuesto por unas tarimas movibles y una especie de teatrino donde Kosta expone su obra ante los invitados. El público se encuentra ubicado a ambos lados del escenario. La escenografía no compite por el protagonismo; más bien, se vuelve armónica y funcional, sirviendo al texto dramático y al elenco de manera eficaz.

Jerildy Bosch es la responsable del diseño de vestuario e imagen. Se destacan las tonalidades ocres en la ropa de los personajes, lo que resulta visualmente atractivo, cómodo y elegante.

La adaptación de La Gaviota es de Roberto Beck y Cristian Magaloni. Lo complicado de adaptar un clásico como éste radica en que los parlamentos están tan bien construidos que resulta doloroso prescindir de ellos; en su lugar, se opta por jugar con el texto con la intención de acercarlo al público contemporáneo, como sucedió en este caso.

El mayor desafío al que se enfrentan es el día de la semana y el horario en que se presenta la función: captar la atención de los asistentes durante tres horas, cuando seguramente vienen de una larga jornada laboral, puede llegar a ser un reto. A veces es necesario sacrificar o condensar escenas en beneficio del público, contando lo mismo en menos tiempo sin perder la esencia del original.

La visión del director, Cristian Magaloni, es delicada, precisa y profunda. Da la sensación de una comunicación atinada con sus actores, todos con la intención de abordar esta historia con mucho respeto y compromiso. La exploración es interesante y en la puesta en escena se dibuja acertadamente y con mucho humor la crítica que el autor hace al mundo de los intelectuales.

Este montaje es producido por Ana Kupfer, Sergio Mingramm, Pablo Perroni, Cristian Magaloni, Alberto Alva y Enrique Orozco.

La Gaviota es una obra cruda, nada complaciente y muy crítica que vale la pena experimentar en una sala teatral, especialmente si se cuenta con un reparto interesante. Siempre será importante asistir como público al teatro para presenciar una historia clásica como ésta, que ha logrado trascender las barreras del tiempo y el espacio a través de temas universales que siguen vigentes en la condición humana.

La obra se presenta los martes, hasta el 16 de abril en el Foro Lucerna, consulta horarios, precios y descuentos, aquí.

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