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DUDA, UNA PARÁBOLA: EL MANTO DEL SILENCIO



Por Alegría Martínez/ Un púlpito invisible ofrece la mejor plataforma de defensa a un religioso que antes de recibir acusación alguna, esgrime con frases elocuentes la crisis de fe ante la duda “tan poderosa y alentadora como la certeza”, que experimentan las personas ante hechos trágicos o difíciles de afrontar.

Prevenir posibles señalamientos de conducta, protegen al Padre Flynn de las sospechas que la hermana Alloysus tiene a partir de hechos y reacciones del único niño negro, aceptado una escuela católica en el Bronx, donde ejercen la docencia los dos religiosos y la joven Hermana James, que ha comunicado a su superiora, su preocupación por el comportamiento del chico.

El argumento de La duda (Doubt), escrita y dirigida por John Patrick Shanley, y estrenada en 2008 en la pantalla grande, con Philip Seymour Hoffman y Meryl Streep, en los papeles protagónicos, derivada de su obra teatral del mismo título, Duda. Una parábola, inicia temporada en México, con Antón Araiza, Emma Dib y Conchi León, en los roles principales y Ana Guzmán Quintero en el papel de la joven maestra religiosa.

La jerarquía entre hombres y mujeres católicos al interior de la institución educativa donde las religiosas “no comparten información íntima con los sacerdotes”, ni entablan diálogos con ellos a solas, abre paso a la complicidad masculina y a que las sospechas de la Madre en torno a posibles conductas impropias por parte del padre Flynn con el monaguillo Donald Muller, enrarezcan la atmósfera a un grado difícil de soportar para el predicador y para esa comunidad.

La obra del autor estadounidense, ganadora de cuatro Premios Tony, así como del Pulitzer a la mejor pieza teatral, subraya, además de la desigualdad entre los puestos de poder al interior de las órdenes religiosas en la década de los 60, la discriminación racial en un distrito de inmigrantes, la acendrada homofobia, la violencia intrafamiliar y las escasas oportunidades de desarrollo para una juventud, que al interior del colegio religioso, es objeto de un posible abuso.

Si bien el autor de la obra exhibe una moral inflexible, que observa con desdén el más mínimo cambio, -como el de utilizar un bolígrafo en lugar de una pluma fuente-, también muestra la necesidad de preservar la integridad física y la educación del alumnado, al menos, hasta completar su ciclo escolar, a favor de su buen desarrollo académico. No obstante, pareciera que el personaje de la directora, en su afán protector, no alcanza a comprender a fondo el peligro que acecha al joven Donald Muller para que su madre deba elegir entre un peligro y otro, que considera mayor.

José Sampedro dirige a un brillante elenco, acompañado en sus acciones por la música original de Belén Ruiz, quien interpreta su composición al cello en escena, como un personaje más que aporta énfasis, suavidad, irritabilidad o rebeldía a los sucesos de esa obra.

Sentados en sillas ubicadas horizontalmente a lo ancho del escenario, con espacio prudente entre cada una, los protagonistas de Duda. Una parábola, esperan frente al público el momento de su participación en escena, o su salida casi deslizante, sobre un piso claro, delimitado por una iluminación marcada por una cruz, espacio por el que transitan los personajes.

Rígida e inflexible, la hermana Alloysus que construye Emma Dib, es una mujer con los sentidos en alerta, a quien no se le escapa un comentario, una mirada de la joven religiosa, que hace crecer sus sospechas sobre el padre Flynn y su relación seguramente indebida con el chico Donald.

Emma Dib, -recién nombrada titular del Centro Universitario de Teatro, (CUT), primera mujer en ese cargo al cabo de 60 años, institución en la que ha sido alumna y docente-, ha creado personajes imborrables, en más de 50 montajes, entre los que se encuentran: La vida es sueño, de Calderón de la Barca, dirigida por José Luis Ibáñez, Las musas huérfanas, de Michel Marc Bouchard, Los niños de Morelia, de Víctor Hugo Rascón Banda, El lector por horas, de José Sanchís Sinisterra, Los justos, de Albert Camús bajo la dirección de Ludwig Margules, Ser es ser visto y El círculo de cal, con dirección de Luis de Tavira, El malentendido, de Albert Camús que dirigió Marta Verduzco, Los grandes muertos, de Luisa Josefina Hernández y el Proyecto Coriolano.

Entre los desafíos ante los que se encuentra en esta ocasión la experimentada actriz y que supera con creces bajo la piel de la Hermana Alloysus, se encuentran la creación y el sustento del contraste entre el afán irrefrenable de su personaje por darle seguimiento a cada paso y reacción del sacerdote y de la joven maestra,
así como en comprender cabalmente la negación de la madre del alumno, al que desea proteger, frente a la necesidad de encontrar la forma de comprobar sus sospechas.

En este continuo oscilar en el que se encuentra el personaje de la religiosa, que ostenta gesto adusto y palabra recia durante su implacable persecución ante la duda, el trabajo de la actriz hace sollozar a un público, que a falta de pruebas, observa el resquebrajamiento de una actitud pétrea, al instante de su rendición.

El padre Flynn, creado por Antón Araiza, carismático y profundo, firme en su auto defensa, permite que se asome la vulnerabilidad de su personaje, como si le cayera un balde de pintura en la cabeza, ante la red de palabras lanzada por la directora del colegio, hasta retomar su actitud altiva y vengadora después de la caída.

La dirección de Sampedro, que ubica a los personajes en su silla, prácticamente inmóviles, hasta que intervienen, apuesta por la probidad y la experiencia de su elenco, incluida la joven Ana Guzmán Quintero, que transita con paso firme de la ingenuidad emocionada, al decaimiento y la desesperanza de su personaje.

El director crea, mediante un profundo trabajo con su elenco, un manto de silencio nutrido de sospechas, de medias palabras, de conjeturas sin mayor prueba que el temblor de una mirada que se clava en el piso, de unos labios entreabiertos que no pronuncian frases, de un giro de cabeza que busca la huida de un cuerpo incapaz de moverse, muestras reactivas de lo que se intuye sin prueba contundente.

Asimismo, Sampedro elige acertadamente a Conchi León como la Señora Muller, madre del alumno Donald, que dota de honestidad, rabia y azoro a una madre en busca del último resquicio de la marginalidad para salvar a su hijo, ante una religiosa que desconoce la situación real de las familias que habitan en el Bronx.

Cabe, sin embargo, la reflexión sobre un trazo que, si bien sigue fielmente la luz que ilumina la cruz al piso, en tres distintos momentos impide que algunos espectadores puedan observar a la religiosa joven y a la mayor creando un punto ciego por varios minutos, debido a la postura, en línea inclinada de ambos personajes cuando la joven se encuentra de espaldas a las butacas.

Por otra parte, durante el encuentro de la madre del alumno con la directora del colegio, el personaje de la sorprendida mujer se encuentra de frente a la religiosa y de lado al público, que solo puede ver la mitad del rostro de la asombrada visitante durante la mayor parte del tiempo, con lo que se pierde la posibilidad de apreciar ampliamente la conmovedora y compleja actuación de Conchi León, cuyo personaje necesita abogar por aquello que no quisiera aceptar.

Contrasta también el hecho de que, cuando los personajes mencionan que van a tomar té, que le agregan azúcar a la taza, o hablan por teléfono en distintas ocasiones, la resolución escénica reside en que los personajes lo dicen, sin que haya objetos. Resolución, que si bien es congruente con la propuesta minimalista del montaje, da la impresión de que intenta crear los objetos con palabras para diluirlos al siguiente segundo, con lo que por momentos se fisura una ficción que parte en un trabajo actoral profundo.

Duda. Una parábola, es un montaje basado en el complejo y delicado lenguaje de la potencia y la contención actoral, que abre un debate sobre el abuso, la cerrazón, la impunidad, el deber, la religión, la moral, la compasión, sus alcances a y sus límites ante la perplejidad y la incertidumbre.

Con diseño escenográfico de Antonio Saucedo Azpe, iluminación de María Vergara, vestuario de Cristina Castañeda, asistencia de producción y stage manager de Fernanda González, producción ejecutiva de Luis Fernando Valdés y producción general de Carlos Martínez Vidaurri y Daniel Delgado, Duda. Una parábola, siembra esa zozobra que carcome, sin pruebas para su destrucción.

La obra se presenta todos los lunes, hasta el 10 de junio, en el Foro Shakespeare, consulta horarios, precios y descuentos, aquí.

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