Por Óscar Ramírez Maldonado / La metáfora de las aves construye a través de siete historias cortas una propuesta interesante y poco convencional. A partir de una reescritura en torno a La Gaviota, de Chéjov, Eduardo Pavez Goye desarrolla algunos de los temas que laten dentro del clásico del dramaturgo ruso: las historias de amor, las relaciones de poder, el cambio, la revolución que se está gestando.
También la estructura en que interaccionan los personajes tiene reminisencias del texto de Chéjov, y sirve como andamiaje para que Itari Marta, Verónica Bravo y Hamlet Ramírez interpreten de manera muy solvente estas historias. Cada uno de los intérpretes da vida a un total de siete personajes, uno por historia; exepto Itari Marta que interpreta a seis, pues uno de sus personajes aparece en dos historias.
El desarrollo del montaje es continuo, prácticamente no hay pausa entre historias. La metáfora de las aves nos presenta una sucesión de escenas que fluyen de manera natural y fluida, se van generando conexiones y caminos que convergen.
Cada escena nos va dejando pistas y guiños, vasos comunicantes entre la historia escrita hace más de cien años por el autor ruso y la reescritura elaborada sobre ella. Va creando una metáfora sobre esos temas que no se pueden describir con palabras, crea una aproximación a estos temas que solo son comprensibles a partir de la experiencia emocional: el arrebato amoroso, el abandono, la pérdida y la soledad; la búsqueda constante y la insatisfacción permanente; el salto al vacío; pero también la esperanza y la redención última en la mirada del otro.
La reescritura de Pavez Goye parte desde la estructura de La Gaviota y desde la metáfora que esta obra clásica. Toca fibras emocionales del público a partir de anécdotas cercanas y vivenciales. En palabras de su director, se busca que “el público conecte con estas pequeñas historias y llene por sí mismo aquello que le entregamos: un recipiente vacio, estructural…”.
El conjunto en sí es muy logrado. Una escenografía, diseñada por Luly Garza, que causa la impresión de un espacio íntimo, en el que la lluvia es una presencia constante. En ese entorno el público se siente parte de estos pequeños dramas vivenciales, se involucra. La iluminación de Miguel Ángel Velázquez va en el mismo sentido, en el de crear un pequeño espacio que contenga estos episodios. El director, que es el mismo Pavez Goye, logra amalgamar de manera muy efectiva todos los elementos.
El primer cambio de historia sienta la convención entre la audiencia y sorprende por su naturalidad. A partir de ahí el cambio entre historias es totalmente natural y efectivo. Los actores deben mantener una concentración a toda prueba, pero también un vocación lúdica. Este doble juego se puede sentir desde las butacas, el elenco realiza sus trazos con precisión, pero a la vez se intuye que disfrutan con la acción.
La metáfora de las aves tiene la virtud de, apesar de ser una reescritura desde La Gaviota, tener vida propia. El espectador que no conoce el texto o alguna puesta en escena de la obra clásica de Chéjov no se siente ajeno a la experiencia emocional. Quien conoce a la obra disfruta de las referencias y de ir descubriendo los puntos de contacto; es una obra que no acaba con la representación, pues queda el irresistible impulso de revisitar La Gaviota para descubrir el sutil diálogo entre ambas piezas.
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