Fotos: INBA

Por Saúl Campos/ La profecía del Ragnarök augura que Fenrir, el monstruoso lobo, dará fin a todo lo que alguna vez creo Odín, la única forma de detenerlo será un sacrificio por parte de Tyr, el Dios de la guerra. Sin embargo, Odín no será capaz de dar tal profecía a su hijo, especialmente cuando el vástago ha sido criado junto a Fenrir, a quien considera su hermano. Con ayuda de los enanos, Tyr comprenderá cuál es el hado que se ha dispuesto para él, así como la forma en la que tendrá que frenar el sangriento destino que su hermano Fenrir deberá cumplir.

El Teatro El Granero Xavier Rojas, presenta Fenrir: El Dios Lobo, de Yafté Arias, bajo la dirección de Andrea Cruz. Un texto inspirado en la presencia de los dioses Tyr y Fenrir en la Edda nórdica, que resulta una especie de epopeya bien construida y orientada a un público más joven.

Mientras los primeros momentos de la historia son narrados, es inevitable sentir curiosidad por las deidades que Arias trae al juego como protagonistas de una epopeya quizá falsa, pero diseñada para atraparnos cual si fuera una crónica registrada en los libros nórdicos al pie de la letra. Aunque conforme va desenvolviéndose la narrativa, comprendemos que más bien el texto homenajea bastante bien a un guion de una cinta sobre superhéroes.

El estilo de Arias permite guardar la magia de la mitología nórdica el tiempo que conserva los acentos humanos que sus personajes sostienen, logrando que el texto, además de ser atractivo por su contenido bélico entre deidades, guarde un especial trato sobre las pasiones e inseguridades de cada rol, para que la historia se nutra más y no quede en plano.

Para complementar lo que el autor está planeando, la dirección de Cruz logra sostener el ritmo del montaje a través de escenas bastante planeadas y con una alta carga estética. La directora usa claras influencias de la cultura pop para ilustrar su propia batalla de dioses, logrando que la audiencia se preste con mayor facilidad al relato, al llevarlo desde un punto de vista desfachatado y ligero.

Sin embargo, la directora tropieza en más de dos ocasiones con cuadros (incluyendo un falso final) que abusan de elementos como la coreografía o el sonido, para quedar más bien como esbozos de un trabajo escolar (sin demeritar) que no pone atención a los detalles más simples por confiar en los más grandes.

Otra decisión que quizás resta puntaje a la obra, es la estorbosa y poco funcional escenografía de Tenzing Ortega, que, si bien propone adentrarnos a un espacio y tiempo en todo momento, resulta más bien innecesaria. Sobre todo, cuando el increíble vestuario de Érika Gómez, la iluminación de Sara Alcantar, así como las marionetas y máscara de Héctor Patiño y Carolina Pimentel, nos permiten adentrarnos a una propuesta homogénea y de calidad.

Pero sin duda, es el gran elenco que conforma esta obra lo que termina de amalgamar cada detalle de la producción para contar una historia que envuelve y emociona. La entrega escénica de Mariana Morado, Omar Esquinca, David del águila, Hugo Rocha y Jorge Escandón, se agradece como nunca al tomar con todo el rigor necesario el tema y explorarlo a través de actuaciones con fuerza, pero cercanas y bastante naturales.

Fenrir: El Dios Lobo, es quizás una de las mejores opciones para poder acercar a jóvenes audiencias al teatro. El tipo de obra que sin duda es disfrutable por niños o por adultos que gozan de historias de acción con una buena dosis de misterio. O simplemente, por cualquiera que busque imaginar el devenir de los dioses nórdicos, en una suposición bastante entretenida.

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