En 1957 fue inaugurado el Teatro del Bosque, inmueble que a final de la década de los ochenta, tras el fallecimiento del director y actor mexicano Julio Castillo -a sus 43 años-  adoptó su nombre.

Habiendo destacado también como argumentista, guionista y profesor, Julio Castillo fue discípulo de Héctor Mendoza y Alejandro Jodorowsky, siendo este último quien lo dirigiera en la obra Fando y Lis (Fernando Arrabal, 1961) en su debut como actor. Así inició una larga carrera en obras de Calderón de la Barca, Chejov, Elena Poniatowska, entre otros.

A los 24 años emprendió su faceta como director de teatro, siendo su primer obra Cementerio de automóviles (1968), proyecto que le significó un enorme éxito. Le siguieron puestas como Los asesinos ciegos (1969), El mundo que tú heredas (1969) y las obras de su autoría El evangelio (1972) y Los insectos (1973).

En 1985 recibió el Premio al mejor director por parte de la Agrupación de Periodistas Teatrales. Los dos años siguientes obtuvo el Premio José de Jesús Aceves a la mejor dirección por De la Calle y Dulces compañías -su último montaje- de la Asociación Mexicana de Críticos de Teatro.

En 1971 rodó su único largometraje Apolinar, motivado seguramente por su afición al cine en donde se desempeñó como actor: Fando y Lis (Jodorowsky, 1967), Las puertas del paraíso (Salomón Laiter, 1970) y Ya sé quién eres (José Agustín, 1970).

Destacó por hacer que sus ideas llegaran al inconsciente colectivo. Dejó de lado la teoría para centrarse en la improvisación, teniendo como objetivo explotar y mostrar la esencia de sus personajes.

Su trascendencia debiera impactar nuestro teatro contemporáneo. Castillo se apegó al compromiso de mostrar las crisis, los cambios en las ideologías así como las diferencias entre las generaciones. Hizo del escenario un periódico abierto que expuso a los espectadores a los problemas de su tiempo.

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