Por Alegría Martínez/ Una inmensa plataforma rectangular de madera, domina el escenario sobre el que actrices y actores caminan antes de comenzar el viaje en Un tranvía llamado Deseo. Realizan ejercicios de relajación y calentamiento. Se escucha una breve introducción sobre lo que verá el público. El actor Alejandro Morales menciona el lugar de la acción: Nuevo Orleans, 1947, y se interrumpe en broma. Marina de Tavira sale del escenario y vuelve a escena como Blanche Du Bois, personaje que hace rodar por las escaleras su desgastado y gran baúl, la única propiedad que le queda.

El director Diego del Río, hace de la mítica obra escrita por Tennessee Williams (1911-1983), una propuesta escénica entrañable que le otorga un nuevo aire a esta obra emblemática del realismo norteamericano, a partir de arriesgadas y eficaces decisiones artísticas, vinculadas a la actual transformación de atavismos machistas, a potentes metáforas plásticas y sonoras, y a un delicioso juego entre actrices, actores, personajes, ficción, e interlocución con el público ubicado a tres frentes.

Una plataforma con trampas en un espacio abierto, acerca a dos partes del público como testigo directo de la acción sobre el escenario. El director realiza una adaptación cuidadosa y acorde con el contexto actual en cuanto a violencia de género; incorpora sutiles acciones que le recuerdan al público que está ante una representación; agrega humor; elige a un elenco conformado por actrices, actores, músicos y cantantes que le dan una hermosa dimensión sonora al montaje; propone un audaz y libre juego de luces que amplía, delimita y subraya espacios, símbolos y significados.

Diego del Río preserva la esencia de la crítica que el autor realiza a la violencia, al machismo, a las relaciones codependientes, a la sexualidad femenina, a la discriminación, la homofobia, la fragilidad de la salud mental y a las vías de supervivencia que encuentran los personajes para sobrevivir en una sociedad lastimada.

El director se deja seducir por Un tranvía llamado Deseo y se toma la libertad de darle algunos giros al texto original en su adaptación, acorde con la lógica actual contra el machismo y el patriarcado, e incluye estas palabras en voz de los personajes femeninos, que sin embargo son fieles a su naturaleza.

Diego del Río subraya la ruta de micro acciones violentas mediante actitudes y desafíos corporales y gestuales hasta que advierten o explotan. Deja la amenaza sexual abierta por parte del macho Kowalski, contra Blanche, como la plasma su autor y deposita en Mitch -el enamorado de la mujer desposeída- la libertad de su impulso que la deja deshecha.

Si bien el hecho aporta verosimilitud a la acción en el contexto de hoy, vinculado al abuso sexual, por otra parte resta una pizca de potencia al detonante de la crisis que sufre el personaje principal, quizá debido a que la obsesión de Blanche y su desequilibrio mental, son asumidos hoy como algo común en una sociedad neurotizada.

La interrupción de la vida cotidiana del matrimonio Kowalski, tras la llegada de Blanche al departamento de su hermana Stella, casada con un trabajador descendiente de familia polaca, nacido en Estados Unidos, genera problemas de poder y conflictos crecientes entre la recién llegada y los habitantes del lugar.

Como si Diego del Río y Jesús Hernández, -autor de un imponente y revelador diseño de escenografía y de iluminación- hubieran tomado al pie de la letra una indicación del dramaturgo estadounidense, extraída de su profusa descripción escenográfica, en la que anota: “entre ambas habitaciones existe una pared imaginaria”, en esta versión de Un tranvía llamado Deseo, no hay muros, cortinas, ni muebles, lo que abre posibilidades poéticas.

La emblemática tina en la que se sumerge Blanche Du Bois para lavar su culpa, recobrar su lozanía y paz mental, es resuelta mediante una abertura en la plataforma central, de la que sale humo y en la que se sumerge la hermosa dama, interpretada por Marina de Tavira.

El personaje de Blanche Du Boise, muestra el alma y el rostro de una mujer bella y desvencijada, que se aferra a su inmensa pérdida en los rastros de lo que alguna vez fue su vida. Marina de Tavira le otorga al personaje inteligencia, poder, honestidad, hondura y gotas de ternura en su precipitado camino sembrado de pérdidas.

De pie, sentados, de espaldas o frente a la acción, ya sea sobre la plataforma de madera que sustituye al conjunto de viviendas del barrio francés en la ciudad que vio nacer a Louis Armstrong en 1901, o en el gran escalón que circunda la plataforma, sobre la breve escalinata, y al pie de los muros negros del teatro, los personajes habitan el espacio, reaccionan, protegen y reaccionan. Están presentes, cercanos a la acción principal.

Dos Stellas transitan casa, calle y angustia: la joven que soporta maltrato a cambio de pasión, interpretada por Astrid Mariel, y la que camina lenta de un lado a otro con un visible embarazo real, que muestra la actriz Ana Clara Castañón. Espejo una de la otra, mediante el cual ambas actrices otorgan la profunda densidad que va y viene entre el arrebato, el deseo y la espera.

Alejandro Morales, como el apocado y vehemente Mitch, enamorado de Blanche, incapaz de ponderar el amor ante los prejuicios y la moral, hace crecer a su personaje desde su timidez hasta la violencia en una sensible progresión que apoya eficazmente la decisión de Diego del Río en una de las escenas climáticas.

Rodrigo Virago, interpreta a un Kowlaski emanado del sistema patriarcal, un hombre aferrado, como sus compañeros de póker al veneno de la violencia que continúa como parte de su reino.

El compositor, multi-instrumentista mexicano Andrés Penella, quien al clarinete, al acordeón, el banjo, o al piano, enriquece el lenguaje sonoro de esta puesta en escena, con los integrantes del elenco, cantantes también en su mayoría, tiene además a su cargo el papel de un joven cobrador, que evoca con naturalidad aquél alumno de Blanche, que motivó su humillante salida del colegio donde impartía clases de literatura.

Voces diáfanas, sonidos en vivo de jazz y blues, conviven con conocidas piezas como La vida en rosa, La Habanera, de la ópera Carmen, o el Summer Time de Porgy and Bess. Actrices y actores reproducen algún programa de radio, generan los efectos sonoros de un objeto que se rompe y el público es envuelto en un Nuevo Orleans que llega hasta sus oídos con referencias y metáforas que atraviesan épocas.

El vestido en gamas de amarillo, que van de tenue a intenso, en satín y con delicados encajes, diseñado por Jerildy Bosch para el personaje de Blanche Du Bois, resume el anhelo de la dama por conservar su estatus, seguridad y protección ante un mundo cómodo y refinado que se esfumó de sus manos.

Los fondos que visten la mayor parte del tiempo, las dos Stellas, muestran la calidad dual entre fortaleza y fragilidad de este personaje que se desdobla para estar completo.

La casera, único personaje femenino ataviado con un vivaz fondo rojo satinado con flores, como su audacia, irrumpe entre la sosegada y persistente presencia de la florista que anuncia la muerte, y el grupo de hombres vestidos con pantalón y camisola de mezclilla, sobre su playera blanca, en su cómoda, humilde y prepotente existencia.

Diego del Río, ensamble y diseñadores, crean una gran experiencia que acerca y pone a distancia a unos personajes que se autodestruyen en su apasionada lucha tras el deseo.

Un tranvía llamado Deseo cuenta con diseño de escenografía e iluminación, de Jesús Hernández; diseño de vestuario, de Jerildy Bosch; música original, de Andrés Penella; diseño de maquillaje, de Maricela Estrada; asistencia de dirección, Patricia Vaca; asistencia de producción, de Carlos Alexis; entrenamiento para improvisación de entre acto, de Eugenio Rubio. Gerencia de producción, de Alberto Robinson; supervisión de producción, de Marco Guevara; Coordinación general y producción ejecutiva, de David Castillo.

Para más información sobre la obra, consulta horarios y precios, aquí.

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