Por Alegría Martínez/ Desfasado en el tiempo, espacio de heridas secas, cargas dolorosas y memorias asidas a su presente, un hombre responde al interrogatorio de un personaje ausente desde un invernadero, hasta donde acudirá la imagen viva del ser que amó sin posibilidad de ser amado, una mujer sin capacidad para amarse y corresponderle a alguien más.

La catástrofe poética contenida en Todas las noches de un día, escrita por Alberto Conejero, tiene lugar en un espacio de ambiente controlado donde orquídeas y cactus podrían sobrevivir, como Samuel y Silvia, un jardinero y la dueña del lugar, que buscan como las plantas, asidos a sus raíces, elevarse lo más lejos posible.

El autor de obras como La piedra oscura, El sueño de la vida y La geometría del trigo, escribe de nueva cuenta una obra valiosa, en la que dos personas, que han sido lastimadas de distinta manera, coinciden en una guarida que los protege de su vulnerabilidad progresiva, donde respiración y silencio nutren belleza y fragilidad, tanto vegetal como humana.

Todas las noches de un día propone distintos planos de realidad. Ella habita en el hombre que se dedica a cuidarla, mientras Silvia se encuentra impedida para poner fin a una violencia que la dejó más allá de la indefensión, en un estado autodestructivo incesante del que asoman las huellas sobre las que vuelve a andar.

El jardinero, receptor del conocimiento y talento paterno sobre las plantas, es objeto de un interrogatorio que irrumpe en la ensoñación. Samuel responde a un policía invisible y así viaja del presente a un pasado que se enreda en las viejas canciones italianas que amaba escuchar Silvia y en el rugir de una máquina que irrumpe, como la violencia infringida en ambos personajes.

Como el orfebre de la escena que es, el actor Mauricio Pimentel crea el tonelaje de pesadumbre que arrastra su personaje al salir de su casa paterna, la infinita entrega de quien rescata, preserva y resiste barreras que bloquean el paso de su emoción y deseo, y así da vida a Samuel, un hombre con el corazón herido, jardinero escrupuloso y paciente, pródigo en amor y cuidados.

Pimentel entra y sale de la situación en la que su personaje enfrenta a su interlocutor, como si de pronto el policía se transformara en el público que lo observa, atento a la respuesta de un Samuel sorprendido y violentado, pero honesto. Su personaje se comunica en silencio con Silvia, la evade frente al espectador porque mientras éste último puede verla, él la lleva consigo, hasta que la presencia femenina cobra otra dimensión, mediante sensibles y nítidas ecuaciones actorales que tienen lugar en escena, donde esperanza y ternura se abren paso entre cicatrices abiertas.

La joven actriz Samantha Coronel, a la altura del desafío que la obra de Conejero impone, construye a una Silvia que esconde en su encanto el rechazo de sí, el autocastigo perpetuador de la primera infamia recibida. Entre fragilidad y resistencia, la dueña del invernadero asume en su desamparo, bajo la piel de esta actriz, cada uno de los obstáculos que la inmovilizan, en una carrera hacia atrás, de la que Silvia sabe que no hay salida.

La aparente alegría que reviste al personaje enfundado en su vestido rojo de fiesta, estalla hecho trizas sobre una mujer empapada y vencida en su delgadísimo fondo claro, con el cabello inundado y la mirada en fuga.

La ausencia repta por la luz a través de los cristales, en el único invernadero de la zona donde pétalos de orquídea y espinas de cactus son el depósito del cuidado y la esperanza.

Ventanas de distintos tamaños con vidrios sucios de tiempo, resguardan el amplio contendor de plantas y flores, hasta donde se cuela la luz sobre las macetas, la rustica mesa, las pocas sillas y un viejo tornamesa portátil, evocador de una vida reventada.

La dirección de Mauricio García Lozano, le otorga espacio, forma y contenido a la hondura de la poesía escénica propia de la obra de Conejero, que en Todas las noches de un día, muestra a través de un thriller encubierto, los despojos que arrastran una mujer y un hombre, frágiles como una orquídea, marcados por la violencia de por vida.

El montaje cuenta con diseño de escenografía, vestuario e iluminación de Ingrid SAC, música original de Alfonso Olguín y Pablo Chemor, diseño sonoro de Alfonso Olguín y Quetzalli Cortés, asistencia de dirección de Quetzalli Cortés, asistencia de escenografía e iluminación, de Jesús Giles, asistencia de vestuario, de Sergio Mirón. Producción general de Claudio Sodi y García Lozano, producción ejecutiva, de Mariana Calderón y asistencia de producción de Eva Juárez.

La obra se presenta de viernes a domingo, hasta el 1 de septiembre, en el Foro Shakespeare, consulta horarios, precios y descuentos, aquí.