Por Alegría Martínez/  La otra cara de la buena suerte asoma los dientes en ¡No al dinero!, obra que hace reír y pellizca al mismo tiempo. Las carcajadas del público le hacen coro a la ambición sin límite del ser humano y descubren su lado más salvaje en la obra escrita por la dramaturga francesa Flavia Coste que dirige Sebastián Sánchez Amunátegui.

Como si los espectadores formaran un grupo de experimentados asesores financieros, o de familiares cercanos al personaje principal, reaccionan a gritos que aconsejan y advierten al hombre a punto de volverse millonario.

Las primeras estrofas de la canción “Happy together”, éxito del grupo estadounidense “Las tortugas” en 1967, se escucha en voz de Ricardo, un arquitecto que lleva cacahuates a la mesita central de su sala, en espera de sus invitados.

Su guapa esposa bromea, le lleva mamila al bebé que llora en otra habitación de la casa y la pareja cae por segundos en un abrazo sensual sobre el sofá, previo a la llegada de la madre de él y de su amigo-socio. Todo es armonía hasta que Ricardo, hace una confesión a las tres personas que más quiere.

La decisión de no cobrar el premio mayor de la Lotería, transforma una cena informal en una batalla a muerte. La esposa, la madre y el amigo de Ricardo, no conciben que éste pueda rechazar una enorme fortuna. Ricardo se resiste ser un hombre rico.

La esposa, profesora de filosofía, encarnada por Mariana Gajá; la madre de Ricardo, interpretada por Pilar Flores del Valle; el amigo-socio, representado por Pablo Perroni; y el afortunado ganador, personaje a cargo de Cristian Magaloni, se transforman a partir de la insólita noticia.

El inmenso trabajo que a la mayoría de la gente le cuesta entender y respetar la decisión de otra persona -asunto que ni siquiera se cuestionan quienes ponderan su interés individual por encima de los deseos del prójimo o del familiar- es parte de lo que inicia la guerra entre tres personas ambiciosas contra quien tiene todo el derecho a hacer lo que decida con lo que se ha ganado.

Esa especie de monstruo codicioso que se apodera de la voluntad de los personajes que no son “el ganador”, es parte de lo que la dramaturga expone con gran habilidad en su texto, que tanto el director Sánchez Amunátegui, como el elenco, dejan fluir al máximo en escena.

La actitud ingenua de Ricardo, que explota gozosamente en escena el actor Cristian Magaloni, entre inocente, relajado, hombre consciente y perplejo, crece en su incredulidad, al tiempo en que se agiganta la rabia de quienes imaginan montañas de dinero en sus manos para cumplir sus deseos.

La estancia de una casa sencilla en la que el sofá de la sala ocupa buena parte del espacio, el refrigerador y la pequeña estufa, que se encuentran en un lateral del fondo, junto a un mueble con anaqueles para especias y una pequeña barra, es el lugar de la acción, que se transformará en un ring para tres atacantes.

Los colores azul rey y rojo dominan la decoración de la casa, que al contar con un brevísimo segundo piso, desde donde los personajes intervienen, se defienden o lanzan ofensivas certeras, añade humor a las acciones que tienen lugar en esa casa donde es necesario subir y bajar para atender al bebé, un recién nacido que llora de manera intermitente en el momento menos esperado.

La madre de Ricardo, una mujer viuda y ansiosa de conseguir una fogosa relación de pareja, deja escapar lo mejor de sí para obtener lo que desea y lo peor cuando ve que su ansiedad de riqueza se escapa de sus manos. La actriz Pilar Villanueva proyecta el desparpajo que su personaje necesita para hacer uso de un arsenal de ardides en vías de lograr su objetivo.

La esposa, interpretada por Mariana Gajá, enfundada en un ceñido vestido oriental color rojo, transita veloz entre el cariño meloso de la mujer que lo merece y lo da todo, y la que está harta de una relación desigual en la parte laboral, en la aportación económica a su casa y en el cuidado maternal. La actriz, despliega esa manera única que tiene para arrojarse a la ficción de forma que hace cómplice al público, tanto en sus lamentos como en sus reclamos.

Pablo Perroni, por su parte, ataviado con traje sastre color mamey, camisa rosa y calzado marrón, construye a un personaje altivo y solidario a un tiempo, que esconde, hasta que la necesidad lo acorrala, la verdadera situación en la que se encuentra y lo que secretamente esperaba de su soñador amigo.

Las emociones arrasan con la cordura de los tres personajes convirtiéndolos en una especie de buitres disfrazado con piel humana. Seres arribistas, o “aspiracionales”, ansiosos y eufóricos, que a la primera oportunidad se desviven y agreden por adueñarse de un dinero ajeno, botín que en su imaginación desbocada podría mitigar su individual cascada de insatisfacciones.

Las prioridades financieras de cada uno salen a flote con cargas de dopamina, entre la sensación de placer y la motivación exacerbada. Los deseos inalcanzables que habían arrumbado los tres personajes, se desatan ante la mirada atónita de Ricardo y la tensión se agiganta.

El director Sánchez Amunátegui y el elenco de ¡No al dinero! ponen su experiencia escénica al servicio de esta comedia que deviene en farsa. Sus personajes reaccionan realmente al estímulo de la circunstancia hasta sus últimas consecuencias, de ahí que el público se involucre al grado de empatar su comportamiento con el de los fanáticos del box o de la lucha libre, deportes-espectáculo en los que la adrenalina arrasa con la compostura.

¡No al dinero! es una obra que hace reír y gritar a favor o en contra del trío de la ambición, como testigo y cómplice secreto de sus extremos, pero también coincidir a ratos con la toma de consciencia del personaje principal. Por otra parte, siembra la pregunta sobre nuestra relación con el dinero, con nuestros sueños, apetitos y deseos insatisfechos, entre un estruendo de las carcajadas.

¡No al dinero! producida por Pablo Perroni, cuenta con traducción de Estibaliz Latxaga y producción ejecutiva de Omar Flores López, consulta horarios, precios y descuentos, aquí.

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